Año de Gracia de nuestro señor de 1545. La Europa en ciernes, a saber el Sacro Imperio Romano Germánico, se encuentra en claro y evidente peligro. No se trata ya de hecho de que de nuevo sus fronteras se hallen amenazadas por sus tradicionales enemigos, que lo son; la realidad es otra y mucho más peligrosa. La duda razonable, a saber el más peligroso enemigo que hay, en tanto que ni el más resistente de los cimientos puede hacerle frente, se ha instalado en el Imperio. La estabilidad manifiesta, siempre en manos de la unidad que proporciona el Cristianismo, se encuentra en claro peligro, y su caída amenaza con arrastrar de manera irreversible al Imperio.
Desde 1518, los protestantes alemanes, conscientes de su poder, han planteado a Carlos I, en su condición de Emperador del Sacro Imperio, la celebración de un Concilio que, con finalidad integradora, ponga fin a las diferencias existentes entre la tradicional forma de concebir el Dogma Cristiano, y la nueva forma de entender la Religión que ellos preconizan. A tal efecto, 1521 ve el pronunciamiento de la Dieta de Worms, convocada con esa finalidad, y a la que incluso se permite acudir al propio Martín LUTERO. Sin embargo, la acción de bloqueo llevada a cabo por los elementos cristianos hace imposible cualquier tipo de acuerdo.
A la condición extrema de crisis de
Y para terminar de complicarlo todo, falta el ingrediente de discordia que en este caso proporciona la catadura moral y personal de Carlos I. como ya hemos dicho máximo responsable del Sacro Imperio, y defensor a ultranza, como no podía ser de otra manera, de las teorías católicas.
Además, como factor contextual, la Crisis de Población acaecida en el siglo XIV, que tuvo como consecuencia fundamental el traslado del vulgo a la ciudad, provocando el resurgimiento de éstas como centro de poder, provocó asimismo en primera derivada la constitución y auge de nuevas estructuras de conocimiento y saber ajenas al control exhaustivo que hasta ese momento habían ejercido sobre el saber las órdenes reglares.
Surgen así las scholas antiquas, o las Vulgata Universitates. Estos centros, verdaderos gérmenes de las actuales universidades laicas, rápidamente se convierten en el centro no sólo del saber, sino de la investigación a través de la experimentación, salvando con ello todos los límites que la mera acción de copia y transcripción que llevan a cabo los monjes, no podía ni siquiera plantear, convirtiéndose así en uno de los mayores obstáculos que para el alcance del saber han existido.
Y como muestra de este dilema, el enfrentamiento que, a nivel de Órdenes Religiosas se manifiesta entre Dominicos y Franciscanos. Unos y otros se jactan de poseer el conocimiento y el saber máximo, procedente siempre de Dios, sin embargo unos lo postulan como un saber pasivo, sobre el que sólo cabe la contemplación y el atesoramiento, en tanto que todo el voluntad de Dios. Por el contrario otros abogan abiertamente por la investigación de los hechos, como realidad que agrada a Dios.
Y con este ambiente, el Papa Paulo III convoca el Concilio de Trento, que arrancará tal día como el 13 de noviembre de 1545 en la ciudad italiana de Trento, Se prolongará hasta 1543, siendo Pío IV el encargado de clausurarlo.
Tras 25 sesiones, en las cuales se tratan temas tan imprescindibles como la virginidad de Maria, la validación de los Sacramentos, o la certeza de las fuentes de las que bebe la Fe, sólo una cosa queda clara, la condición de Dogma que preconiza por antonomasia
Luis Jonás VEGAS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario