“Justo cuando está a punto de amanecer, es cuando la noche
nos brinda su momento de mayor oscuridad”.
Tal vez por ello, la época que nos ha tocado vivir habrá de
ser tenida, cuando menos, por fascinante.
Abrumados ante la imposibilidad de abarcar el presente,
sobrecogidos ante la responsabilidad que en definitiva se esconde tras nuestra
capacidad para esperar algo del futuro; no
es sino la esperanza en nosotros mismos, primero como individuos, luego como
especie, lo único que nos ayuda a salvar
el trago.
No es sino la certeza paradójica de saber qué somos, lo que
se convierte en el estímulo más poderoso puesto que de ese conocimiento, de esa
noción más en concreto, de lo que se desprende el único compromiso con el que
el Hombre parece inexorablemente ligado a saber: Perseverar en la labor de seguir sabiendo, de seguir conociendo para,
en definitiva, ser capaz mañana de “seguir siendo”.
Si no se trata con el debido cuidado (con el debido respeto
diría yo), la afirmación que acabamos de desplegar no sólo amenaza con resultar
ininteligible, sino que más bien puede tornarse en una senda sin señalización,
capaz de hacer que todo el que transite por ella sin cuidado (sin el debido respeto
insisto), esté condenado a confundir el leal tránsito con el que bien podríamos
identificar lo propio de una buena vida, con
el deambular inicuo y carente de substancia llamado por desgracia a conformar
el periplo al que muchos están condenados cuando confunden vivir con deambular.
Porque vivir, al menos cuando se hace conforme a los cánones
de corrección que se imponen cuando se hace como
Hombre, requiere de una serie de consideraciones al frente de las cuales
está la de ser capaces de tomar conciencia
de uno mismo.
Para todos aquellos que al menos una vez en la vida (yo lo
hago varias veces al día por cierto), se han preguntado por la substancia
llamada a decirnos qué somos (aquella cuya noción nos permite cuando menos
diferenciarnos de cuanto nos rodea); podríamos decirles que tal y como ocurre
con muchas de las consideraciones que hacen referencia al Hombre en tanto que tal, la respuesta no es en
sí lo verdaderamente valioso en tanto que es en la existencia de la propia
pregunta donde se esconde el argumento categórico ya que: ¿No es sino de la
posibilidad de diferenciarnos de cuanto nos rodea de donde podemos extraer de
forma ineludible la certeza de que, efectivamente, somos algo?
Somos algo. Efectivamente, algo propio, único, inigualable y
por ende, algo único.
Saber que somos, ser conscientes de nosotros mismos, es lo
que nos faculta para diferenciarnos de cuanto nos rodea (lo que se traduce en
la maravillosa capacidad de apoderarnos del espacio). Pero no contentos con
eso, la noción de aquí, nos conduce
inevitablemente hasta el ser ahora.
Descubierto el tiempo, el Hombre puede ya no sólo campar por sus respetos, sino que
arguyendo el derecho que la consciencia le ha regalado, se lanza a la
inexorable labor de proyectarse. Tenemos entonces el primer caso de viaje en el tiempo, pues no es sino el
instante en el que el primer hombre abandona la prisión en la que amenaza
convertirse el presente para aventurarse en los confines del futuro, cuando el
contexto formado a partir de consciencia de tiempo y espacio aporta el que
definitivamente está llamado a ser el
laboratorio en el que el Hombre ha de llevar a cabo este gran experimento el
que se ha convertido en definitiva vivir.
Vive el Hombre y se emociona en el presente, y por mera
deducción convierte la comprensión del instante previo en la certeza de una
noción mucho más compleja, la que procede de dotar a lo que era una mera
contingencia (la del pasado entendido como el mero transcurrir del tiempo), en
algo provisto de responsabilidad, pues no es sino a través de la comprensión de
los parámetros llamados a consolidar ese pasado de donde extrae el Hombre los
marcos llamados a consolidar a la par que explicar, su presente.
Aunque para responsabilidades, las que se concentran en lo
que está destinado, previsto, para componer el futuro. Es el futuro proyección,
y lo único de lo que el Hombre puede valerse para no reducir tal condición a
una mera farfulla, a una mera especulación, es la certeza, o al menos la
esperanza que procede de suponer que del correcto manejo de los procedimientos
destinados a dar forma a los considerados que implícitos se encuentran en
nuestra propia condición, habrán de devengarse realidades no siempre
comprendidas, a veces de hecho manifiestamente incomprendidas, pero llamadas en
todo caso a consolidar la enésima conformación de la forma que adoptará lo
destinado a conformar el marco de nuestra próxima vivencia.
Aterrizamos pues de nuevo en la paradoja, pues al final el
proceso se resume en que no es sino viviendo que podremos alcanzar lo que
parece constituye la meta de la vida en sí misma.
Este logro, si es que de tal merece ser considerado, hace
tiempo que fue descubierto. Es algo que se encuentra presente en la base del
razonamiento en el que muchos hombre han perseverado (y que en la mayoría de
ocasiones no se halla sino inscrito en la base de la forma de vivir que los
mismos tuvieron), y que llamados a jalonar el tránsito de lo que para el común de los mortales no está sino
llamado a ser tenido en cuenta como formar de vida excepcionales, constituye
si tenemos el la paciencia suficiente para desentramar la madeja, la guía para
desentrañar algunos de los aspectos y en otras de los procedimientos cuya
noción está llamada a hacer más inteligible y por ende más hermoso nuestra realidad,
y con ello el mundo.
Porque si bien es cierto que tal vez nunca estemos en
condiciones de poner un instante al origen de la Vida, bien podríamos
conformarnos con aceptar que a los Presocráticos
debemos la primera noción vinculada a la necesidad de esa búsqueda, origen
por ende de todas las demás. Si bien es cierto que jamás nos hallaremos en
condiciones de saber qué es lo llamado a contener la verdad absoluta, no es menos cierto que gracias a Platón y a su
“Mito de la Caverna”, que desde entonces disponemos de un método fiable para
saber de la necesidad de acceder a ella sin prejuicios y sin contaminación. Al
respecto de cómo estar seguros de que ninguna contaminación nos haga derivar de
nuestra misión, nadie mejor que Descartes y su método analitico-sincrético para desnudarnos del todo, (sólo el ser
capaz de pensar en mí me proporciona certeza de que verdaderamente existo), lo
que en nuestro caso se traduce en que lo pensado, nosotros como existencia,
tiene sentido.
A título de conclusión, aceptando que tal es imposible pues
de ello se desprendería que un fin es plausible; diremos que vivir es
filosofar, pues un sinónimo de Vida es Filosofía.
La Filosofía aporta la cohesión, pues sólo desde ella
podemos concebir el caos. De esta manera, Filosofía y Vida se erigen en los
componentes destinados a dar forma al presente y al futuro, haciendo surgir la
esperanza en tanto que habilitan un escenario en el que la posibilidad de que
vivir quede reducido a una sucesión fútil de acontecimientos sin sentido, queda
prácticamente descartada.
Sabido pues que somos y que hemos sido, es de la constatación relativa a lo que se espera de nosotros
para con lo que estemos llamados a ser, de donde el Hombre ha de sacar fuerzas
para seguir viviendo, o lo que es lo mismo, para seguir filosofando.
Dispongámonos pues para ello. (Siquiera cuando la
conmemoración del Día Anual de la Filosofía, ha pasado desapercibido).
Luis Jonás VEGAS VELASCO
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