Pocas son las ocasiones en las que un individuo puede
sintetizar ya sea a través de su persona, o como en este caso ocurre, a través
de su obra; la materia destinada a
servir para contener, si tal cosa fuese posible, la totalidad de los campos
emotivos, sentimentales y retóricos llamados a ser tenido como los propios de
una descripción certera de un periodo. Pero lo que verdaderamente convierte tal
hecho en algo absolutamente desconcertante se revela ante nosotros cuando
verificamos, en este caso por medio de la experiencia directa y sensible, que
tales logros se llevan a cabo o en todo caso se implementan a través de las
emociones contenidas en una sola obra.
Cierto es en todo caso, que no hablamos de una obra
cualquiera. De hecho, figuras de la talla de CONAN-DOYLE llevarán a cabo
sonados elogios de la misma; y otros, si bien no cualquiera pues entre ellos se
encontrará el mismísimo WILDE, dirán sin ambages que nos encontramos ante la más bella obra escrita en nuestro tiempo.
Es por ello que Drácula,
en tanto que obra literaria, no puede ni por supuesto debe se contenida y a
la sazón limitada, en tal o en cual periodo histórico. De hacerlo, aquel que a
tal fin destinara sus afanes no vería éstos satisfechos sino con el resultado
del fracaso (lo que en su vertiente social constituye el material del que se
alimenta el ridículo), pues cualquier consideración sobre Drácula, ya fuera ésta tenida en relación al personaje, o al ente
histórico que le sirve de referente, amenaza por su propia naturaleza con
escaparse de los límites de lo tenido por real, irrumpiendo a continuación de
manera absolutamente verosímil a la par que inevitable en el territorio de lo
mítico, y por ello de lo inexpugnable.
Es por ende que si son las obras las llamadas a tejer los
perímetros destinados a contener los elogios que han de hacer grande a un
autor, Drácula en tanto que obra parece ser el prototipo de todo aquello que
cualquier autor, sea cual sea la época en la que hayamos de instalarlo, desearía
poseer en su acerbo ya fuere particular o
personal.
Pero en esencia, y comenzando ya a hacer justicia, Drácula
no es sino una obra, un resultado; en este caso hay que decirlo, el resultado
de toda una vida.
En la semana en la que se acaban de cumplir los ciento
setenta años del nacimiento de Bram STOKER (Clontarf, 8 de noviembre de
1847-Londres, 20 de abril de 1912); el silencio llamado a contener todas las
conmemoraciones que se han tenido a bien desarrollar con respecto al hecho en
sí mismo, sirven en realidad sino para poner de manifiesto en factor que por
excelencia llama a denotar lo que para un hombre de la figura de STOKER habría
de consolidar el escenario en el que su éxito alcanza su mayor plenitud pues:
¿a qué mayor logro puede aspirar el que se sabe digno en su ámbito, que a
prevalecer en lo propio como se
corresponde de ir infinitamente ligado a
un logro de la magnitud del que para la Literatura Universal
representa de manera indiscutible una obra como Drácula?
Si bien en el terreno literario STOKER puede ser reducido a ser el autor que dio vida a Drácula (el
llamado a generar en nosotros el modelo de todo vampiro, lo que supone decir
que de todos los miedos que a partir de 1897 dibujarán todo el terror llamado a
contenerse primero por Europa, y después por el mundo), bien pudiera ser una
verdad, aunque una verdad injusta si ya sea de manera consciente o
inconsciente, cedemos a la tentación de diluir el inexorable vínculo que une al
personaje con su obra.
Llegados a este punto, STOKER y su creación (pues no en vano
es un buen momento para dejar claro que Drácula es eso, el resultado de una
imaginación desbordada), sin que de ello se devengue minoración alguna al
respecto de la grandeza que tras el personaje y la obra se esconde; constituyen
en realidad un hito cuya magnitud y calado merecen una reconsideración en el
tiempo y en el espacio, tal y como se desprende de la valoración en este caso
estrictamente objetiva en base a la cual tanto el personaje, como las
consecuencias que de los actos del mismo se extraen, satisfacen de manera
evidente tanto pretensiones como en otros casos los más íntimos deseos de
hombres y mujeres inscritos en un periodo que en todo caso no abarca menos de
los ciento veinte años que hace de su publicación.
Pero estamos cayendo en la propia trampa que hemos
amenazado, toda vez que llegados a este punto somos víctimas de la abducción que el personaje lleva a cabo.
Un personaje que, no debemos olvidarlo, surge plenamente de la pluma de un STOKER que se diría concebido con un fin: El de alumbrar una
obra cuya magnitud bien pudiera servir de referente a los que ya fuese
consciente o inconscientemente, albergaran el deseo de encontrar el verdadero
límite del Movimiento Romántico.
Porque aunque los preconizadores del pragmatismo a ultranza, y de su herramienta de discordia (a saber
la cronología), digan y no sin razón, que la fecha de publicación supera con
mucho los márgenes a partir de los
cuales resulta intolerable definir como de romántica
una obra; lo cierto es que sólo desde las consideraciones que a tal
movimiento competen podemos atribuir y a la par no desacreditar ni una sola de
las múltiples virtudes que conforman la obra.
El viso de genialidad, o cuando menos de excentricidad, que
resulta imprescindible para volver tolerable semejante compendio, se revela
como posible cuando constatamos la ingente cantidad de excepcionalidades que
convergen en este caso en derredor de la biografía de Bram STOKER.
Excentricidades, circunstancias (unas evidentes, otras que analizadas con la
perspectiva que proporciona el a priori parecen casi capciosas), pero que de
una u otra manera acaban por encajar las
piezas de una manera tan excepcional como única.
La compleja biografía del autor, tiene desde su más corta
infancia aspectos llamados a ser imprescindibles de cara a elaborar el complejo
mapa de una personalidad no menos compleja. Con una infancia ligada a la
enfermedad, el hecho se pone de manifiesto en toda su relevancia a la hora de
imaginar el vínculo para con lo fantástico que se genera en un niño que hasta
casi cumplidos los ocho años de edad no puede salir a la calle; y que llena su
tiempo leyendo libros que extrae de la ingentemente dotada biblioteca de su
padre, un funcionario educado que tiene precisamente en sus libros su mayor
tesoro; y escuchando las historias de terror
mágico que su madre, una burguesa ilustrada, le cuenta, netamente
convencida no sólo de que éstos no sólo no le harán ningún mal, sino que
incluso le serán útiles.
¡Y lo fueron! Tanto, que se mostraron inevitables a la hora
de comprender cómo un muchacho enclenque y tendente a la enfermedad,
evolucionara hasta el punto de llegar a ser campeón de atletismo. Pero más allá
de sus logros personales (o incluso formando parte inseparable es éstos), en la
mente de STOKER bulle ya una tentación que en torno a lo misterioso, a la
mítico; pero también a lo oscuro, a lo insondable, acabará por convertirle en
el catalizador que nos permite no ya ubicar a STOKER en un periodo concreto,
sino consolidar la certeza de que será
Bram STOKER el responsable de unir con poder igualmente insondable dos periodos
contradictorios (como corresponde a los periodos que consecutivos en el
orden cronológicos, resultan por ello imposible de coordinar en el periplo de
técnica o de objetivos perseguidos).
Responsables de todo ello fueron, entre otros, Arminius
Vánmbery (Bamberger en realidad). En su condición de reputado orientalista
húngaro, el Sr. Bamberger sirvió entre otras cosas para aportar cohesión a los
apuntes en este caso extractados a colación de la obra Informe
sobre los Principados de Valaquia. Escrita por Emily Gerard, la obra supone
mucho más que un catálogo de consideraciones, un compendio de datos e
información, llamada y por sí sola suficiente para incendiar en el mejor de los
casos la mente de un STOKER que llegados a este momento se ha convertido ya en
un verdadero investigador interesado en cuanto tiene que aportar el compendio folklórico que se corresponde
con Europa, y que tiene especialmente en Rumania su manifestación más
exultante, o al menos la que con mayor fuerza inflama los deseos de un Bram
STOKER que, no lo olvidemos, es especialmente sensible a tan sutil forma de
manipulación.
Se cierne así pues sobre nosotros otro escenario si cabe más
interesante por lo que a título potencial representa, en base al cual las
consideraciones estrictamente objetivas que resultan de valorar los
conocimientos que el autor posee, terminan por converger en la conciliación de
una nítida y superior experiencia de un Hombre
Moderno que en cierto modo anticipa los males que en este caso filósofos
contemporáneos como el propio Nietzsche habrían de considerar, en este caso
desde perfiles y con consistencia netamente antropológica.
Surge así el aspecto nacionalista
de un STOKER llamado a poner sobre la mesa la consideración de un
verdaderamente moderno Hombre Europeo llamado
a conciliar la unidad que para su supervivencia resulta imprescindible, a
partir de la interpretación que de los vínculos de homogeneidad y pertenencia
pueden desprenderse de un Folklore con
arraigo común.
De ahí, a la comprensión de las consecuencias que en materia
de tiempo y espacio se suscitan en torno la metáfora que la unidad de la sangre proporciona, hay tan solo un paso.
Convergen así pues de manera casi coyuntural aspectos y elementos
que si se ordenan sin pasión ni prejuicios (si tal cosa fuera posible), acaban
por delimitar un escenario en el que la tesis propia de los nacionalismos
convencionales se ve superada al revelar en qué medida las aspiraciones de
STOKER no son limitadoras ni
excluyentes, estando más bien al contrario destinadas a dibujar escenarios que
además de no contener al Hombre, son capaces de promover en el mismo actitudes
constructivas y de comprensión hacia las que una Cultura Grecolatina primero, y Cristiana
después, se habían mostrado como hábiles a la hora de limitar o impedir por
medio ya fuera de amenazas o castigos, todo tipo de aproximaciones útiles.
Así, el vínculo de
sangre, tan propio por otro lado en consideraciones de valor en el talante
europeo, adquiere aquí una connotación que ineludiblemente lo liga de manera
co-substancial con la manera que de
comprender conceptos y magnitudes como el infinito o incluso la inmortalidad,
eran preconizados precisamente por los que durante dos mil y ya más años se han
atribuido y en exclusiva el derecho a decir lo que está bien y lo que no en
campos tan imprescindibles e inusitadamente humanos como lo son éstos que
tratamos.
Tal vez por ello sea que STOKER duerme un sueño largo,
silencioso, e inusitadamente prolongado.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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