sábado, 23 de septiembre de 2017

MARÍA CALLAS. EL MITO DESCRIBIENDO UNA REALIDAD.

No es sino hasta el instante previo a que ha de salir el Sol, que la noche nos muestra su cara más oscura.

Bien es entonces que a eso se deba la circunstancia por la cual el Hombre, asumida que no entendida su condición, muestra su enésima paradoja en el hecho que se manifiesta cuando no es sino a través del calibre de sus dramas que  con mas certeza pueda dar fe de la magnificencia de su condición. Una condición en esencia magnífica, llamada no obstante a redundar permanentemente en lo efímero toda vez que no es sino la consciencia de su propia muerte lo que le lleva a saberse especial, toda vez que no es sino la ¿capacidad? de morir, lo que torna en verdaderamente magnífico el hecho en sí mismo que significa la vida, incluso cuando ésta queda reducida al mero acto, a la mera acción.

Es entonces que la Vida, ya sea como causa o como efecto, adquiere y se torna en diversos matices los cuales no resultan perceptibles en tanto no se observan en la acción que se manifiesta en tanto que tal; lo que viene a significar que la cognición de la vida solo puede asumirse acercándose a aquellos que viven.

Aquellos que viven, que ejercen, que desarrollan la Vida. Pero no es el hecho de vivir, un proceder científico. Más bien al contrario, y una vez superado el concepto a través de la irrupción del hecho clave, a saber, el de el procedimiento; que la paradoja surge de nuevo adoptando un papel que supera con mucho al de la mera comparsa al que muchos han intentado siempre reducirla, para adoptar aquí un papel protagonista al presentar su función más drástica, si por drástico puede ser visto el hecho de enfrentar de manera fría en tanto que científica la acción de decir que muy probablemente, la vida adquiere su valor a menudo solo una vez superado el instante en el que el individuo es netamente consciente de que puede morir.
No en vano es el propio HOMERO el llamado a descubrirnos el secreto de la vida: pues si bien es cierto que no es sino ésta insuflada en el hombre por los dioses; no lo es menos que lo hacen para su disfrute (…) pues los dioses nos envidian, o envidian el hecho de ver hasta qué punto algo como la vida puede producir en nosotros una sensación de deleite tal, desconocida para ellos, pues están privados de la sensación que proporciona el sabernos mortales.

De esta manera, y por deducción si se quiere, bien resulta posible establecer el vínculo por el cual la vivencia (que resulta de añadir conciencia, humanidad, al mero hecho de vivir), puede erigirse en marco descriptor de lo que supone vivir en un momento o estado determinado. Dicho de otro modo, existen personas cuyo modo de vivir ha de resultar tan pleno, que de su comprensión bien puede redundar una sensación lo suficientemente completa como para ser considerada modelo de complejidad de lo que bien podría considerarse una vida plena a desarrollarse según los modos y maneras del instante en cuestión.
Son éstas sin duda personas especiales las destinadas a sentar cátedra. Personas destinadas a no pasar, toda vez que ya sea por sus acciones, por sus acciones de vida o por consideraciones si cabe más complejas; están llamadas a erigirse en formas resolutivas de comprensión capaces de contener aspectos que en sí solos son suficientes para contener los modos y maneras determinantes de tal o cual época.

Estas personas, recreaciones o mitos si se refieren a periodos remotos; se vuelven si cabe más sorprendentes cuando nos sorprenden al estar presentes y funcionales en toda la extensión que hemos descrito, haciéndolo en épocas de las que tenemos muchas más reseñas, o incluso en momentos mucho más recientes.

Evoluciona entonces la idea del mito en sí misma, y lo hace adaptándose a la nueva realidad que el instante le demanda. De esta manera, los motivos que llevan a una sociedad a identificar a uno de sus semejantes con la finalidad descrita cambia o lo que es lo mismo, evoluciona, de manera que la comprensión de esas causas y las implementaciones que de la misma se deriven aportarán posteriormente datos que en sí mismo serán útiles para describir las nociones implementadas en las épocas en cuestión.

Como ni puede ni deber ser de otro modo, el mito que llama hoy nuestra atención cumple todos y cada uno de esos requisitos. Pues es María CALLAS, de cuya muerte acaba de conmemorarse el cuadragésimo aniversario; una mujer que adoptó (o por ser más preciso, a la que su momento histórico proporcionó la condición de Diva).

Describe, o para ser más precisos ha de contener nuestro protagonista, una serie de requisitos que no ya de manera independiente sino como unidad tienen que ser capaces de enamorar al presente y al futuro, no en vano tienen que ser capaces de cautivar de igual manera a los que son sus contemporáneos, reservando algo muy especial que la haga no perder ni por un instante su brillo, aunque éste haya de redundar en los cánones y estereotipos de los que están llamados a conformar su futuro.

Compleja misión, por eso su éxito es esquivo, y está tan reservado. Pero María CALLAS lo alcanzó, y con creces. De hecho dejó el pabellón tan alto, que bien podríamos afirmar nos encontramos ante la última Gran Diva de la Ópera.

Reunía “La Callas” en lo que significa el a priori casi todos los requisitos previos para el éxito en la misión que la Historia parecía haberle encomendado. Así, habiendo nacido en el periodo de los años treinta, la cognición del escenario global que describiremos como “el propio a la inmediata posterioridad al desastre de 1929” faculta por sí sola la comprensión de una fenomenología global predispuesta a permitir casi todo, o cuando menos mucho más de lo normal, a una niña nacida de emigrantes que manifiesta activamente su deseo literal de comerse el mundo en este caso por medio de la interpretación lírica.

Añadamos a tal consideración el hecho de su fundamento (la Callas manifestó desde muy pequeña aptitudes reales para el canto), y tendremos sin duda un ingrediente magnífico de cara a interpretar un papel esencial dentro del melodrama hacia el que transitaba la realidad del mundo, y en especial la de Norteamérica, en lo que era ya el Periodo de Entreguerras.

Conseguirá su primer éxito real en 1942 en la representación de Tosca, en el Teatro de Atenas. Pero su éxito hubiera sido otro sin duda de no haber sido escuchada por  Edward Johnson, el director general del Metropolitan Opera House, quien le ofreció inmediatamente los principales papeles en dos producciones en las temporadas de 1946-1947: Fidelio, de Ludwig van Beethoven, y Madama Butterfly, de Giacomo Puccini. Para sorpresa de Johnson, María rechazó los papeles: no quería cantar Fidelio en inglés, y consideraba que el rol de Butterfly no era el mejor para su debut en América.

Mas lo que importaba en ese momento estaba más en lo que significaba el cuándo, que en el propio qué. El mundo de 1947 acaba de superar la que bien puede ser considerada la mayor prueba conocida por La Humanidad hasta ese momento. Y si algo nos reconoce la Historia es que el Hombre no es plenamente consciente del logro que supone una victoria hasta que se halla en condiciones para celebrarla. Y María CALLAS no se conformará con ser parte de esa celebración, más bien al contrario se erigirá en símbolo de la misma, sobre todo en lo que concierne a lo llamado a resultar propio para las celebraciones de esa floreciente Clase Media que en forma de Burguesía vinculada al metal, al carbón y al comercio en general, amenaza con apropiarse del mundo.

La ecuación es perfecta: Un nuevo estrato social recién surgido, gustoso de considerarse a sí mismo como formado como digna retribución por lo grandioso de su éxito, que a duras penas puede diferenciar en la mayoría de los casos una ausencia plena de historia como se desprende de la evidente ausencia de antecedentes. Son ricos por acontecimientos, carecen de dinastía. Son monedas de cobre cubiertas por una todavía fina capa de fulgor, la cual amenaza con desprenderse con el menor roce. La Bolsa  y otros riesgos similares les proporcionan a ellos la emoción del riesgo destinado a convencer a propios y a extraños de una valía que solo su conciencia necesita aplacar. Ellas, por el contrario, lo tienen más difícil si cabe, pues están llamadas a ser lo que la Historia denomina Las Princesas del Millón de Dólares: Ricas herederas llamadas a venir a Europa a casarse con apellidos arruinados que no obstante aportan como contraprestación la distinción de un apellido ilustre, llamado por supuesto a perdurar.

Y en medio de todo ello La Diva. Brillante en toda forma de ejecución, lo que la lleva a resultar propicia para papeles inalcanzables para otras; su arrojo y especial determinación la llevarán a escalar muy lejos a la par que muy rápido de la mano del auge de un Bel Canto que por cumplir escrupulosamente con los condicionantes que los componentes de la sociedad solicitan, harán de ella la persona destinada a convertir en éxito cualquier representación llamada en pasado o en presente a contar con su arrojo.

Pero la ecuación no aparecería completa de no contener el ingrediente específico llamado a convertir en definitivo un instante. Así, la configuración de una sociedad vacua y efímera como la que hemos descrito, posee no obstante una psicología muy específica a la par que compleja. En esencia fomentan el éxito, pero envidian por otro lado a los que triunfan. Es así que la recompensa que supone ver caer a quien amasó cierta forma de éxito, añade curiosamente un elemento diríamos que imprescindible para que alguien además de triunfar, sobreviva a su éxito.

Es en este caso el drama personal cifrado en la imposibilidad para alcanzar la felicidad por medio del amor, lo que convertirá definitivamente en mito a la que por propia capacidad fue La Diva. Sus desgraciados amores, con especial referencia en el abandono que sufrirá en la persona del magnate ONASIS, el llamado a ser su gran amor; desequilibrará definitivamente a la que habiéndolo sido todo recorrerá en la más íntima de las soledades el último periodo de su vida.

Un último periodo que se tornará en auténtico periplo, acabará de manera poco clara en su casa de París, el 16 de septiembre de 1977.
Como aportación, su visión del mundo. Una visión que tiene su clamor en los éxitos de 1958, su mejor año; y que tiene sus recelos en la comprensión de que si bien los dioses envidian a los hombres, bien merecido lo tienen, pues sólo éstos saben de lo complicado que es vivir.


Luis Jonás VEGAS Velasco.

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