sábado, 24 de junio de 2017

EL HOMBRE COMO PROYECTO. LA MÚSICA COMO EXPRESIÓN DE TAL PROYECTO.

Saber quiénes somos, de dónde venimos, y por supuesto, a dónde vamos; es y a la vez ha sido desde ¿siempre? La más importante de las misiones a las que el hombre se ha enfrentado siempre.
A pesar de ello, o para ser más justos tal vez habría que decir que a causa de ello, la búsqueda de respuestas no ha tenido un final satisfactorio. En otras palabras, no ha tenido el resultado que al menos a priori cabría esperarse.
Mas lejos de significar tal hecho un fracaso, la consecuencia que de tal se devenga no es sino una nueva perspectiva, destinada siquiera a definir una nueva serie de corolarios a partir de los cuales extraer, entre otras, interesantes y reveladoras consecuencias la mayoría de las cuales son hoy imprescindibles a la hora de definir no solo al hombre, sino en parecido rango de importancia a las líneas de circunstancia destinadas a consolidar el contexto dentro del cual ese hombre tiene su contexto.

Se muestra pues el tiempo como ese viejo amigo, o cuando menos ese eterno conocido, que como ocurre en todo grupo social que se precie se encuentra presente en todos los eventos llamados a conformar el álbum de recuerdos vitales; sin que en la mayoría de ocasiones podamos responder con certeza a una cuestión tal vez por única si cabe más importante: ¿Por qué está siempre ahí?
Porque el tiempo no es, y sin embargo siempre está. De hecho, la propia terminología, o por ser más justo el fenómeno ambiguo que de la misma se extra, la semántica, muestra su traición a nuestra causa dando muestras por el contrario de su adhesión al factor perseguido, certificando su condición de complicidad la cual se expresa en la mera noción del hecho siempre.
No es sino desde la paz de espíritu que proporciona la sensación de anclaje a la eternidad que nos regala el poder contemporizar con el propio infinito, lo que en última instancia nos permite salvar las distancias otrora insalvables que se erigen una vez que la magnitud del hecho observado nos posicionan en el rango de consideración adecuados. Es desde ese rango desde donde podemos interpretar, o en el peor de los casos asumir, que nada de lo que teníamos por seguro es capaz en si mismo de garantizar su existencia. No hay nada así pues que compatibilice la esencia de su existencia con los cómputos propios de lo llamado a ser tenido por necesario, de manera que solo el procedimiento en sí mismo, ni siquiera el ser y el estar, o al menos no como se ha consolidado en nuestro derredor, está en realidad destinado a consolidarse como integrante del nuevo escenario que está llamado a erigirse en el nuevo escenario.

Transitamos así pues hacia un nuevo escenario de crisis, o por ser más justos habría que decir que volvemos a ser conscientes de la intensidad con la que a estas alturas se manifiesta ya la destinada a ser considerada como la enésima crisis de la Humanidad.
Así pues, constatada nuestra incapacidad para el autoanálisis, lo que a grandes rasgos se traduce en la imposibilidad de encontrar en nosotros mismos los parámetros de definición y por ende de extinción de la tal debacle; es cuando tal vez habríamos de detenernos un instante en pos de verificar si la existencia de contingencias comunes en los distintos escenarios desarrollados o promovidos en las anteriores crisis, sirve para diseñar un esquema de predicción a partir del cual anticipar con función pedagógica los pasos que la misma seguirá en su “desarrollo natural”.

Constituye el Hombre en tanto que tal, la expresión por antonomasia de todos y cada uno de los aspectos fenomenológicos destinados a dotar de criterio de verdad a cualquier proceder o terminología siempre que los esfuerzos promovidos lo sean para proporcionar comprensión o consciencia del propio Hombre, o del contexto llamado a serle tenido por propio.
En base a esta teoría, o cuando menos  a consecuencia de la misma, el Hombre es el centro de un todo, desde el que irradia todo lo destinado a ser tomado por importante. Sin embargo, el menester desarrollado conforme a esta pretensión, el cual se traduce en una suerte de permanente esfuerzo destinado a comprender los fenómenos a distancia, está condenado al fracaso pues aún en el caso de poder extractar de los mismos alguna suerte de conclusión, ésta será insuficiente o en todo caso estará desfasada pues no debemos olvidar que la misma procede de un punto alejado del hombre tanto en el tiempo como en el espacio (pues ha sido desplazada hacia un exterior perimetral siguiendo una trayectoria radial en cuyo centro está precisamente el hombre causa primera de todo el proceder).

Convencidos pues de que el problema se encuentra no en los conceptos, que si más bien en las nociones que de una interpretación errónea hemos ido consolidando; es desde donde planteamos una forma de proceder distinta. Una forma en la que el objetivo pasa por aproximarnos al hombre desandando el camino por otros andado, aprovechando incluso las sendas que a modo de radios de una bicicleta conforman un dibujo con múltiples trayectorias todas las cuales convergen en un único centro; pues todas son formas de expresión de los distintos estados de esa centro.

Se tratará pues de acceder al hombre desde el exterior, ese exterior al que periódicamente (con un periodo cuyo rango de valencia viene determinado en un lenguaje solo comprensible por nuestro viejo amigo el tiempo), somos condenados cada vez que nuestra propia condición de proyectos inacabados nos condena a no poder comprender la verdadera magnitud de los procedimientos a los que siquiera de pasada accedemos en nuestro procedimiento, a saber, en nuestra vida.

Habremos así pues de ser muy cautos a la hora de llevar a cabo la selección de los radios destinados a conformar los procedimientos destinados a confluir en el Hombre. Habremos pues de elegir elementos en los que el Hombre ponga de manifiesto si no todas sí al menos la mayoría de los condicionantes llamados a ser tenidos por esenciales, empleando para ello una terminología simbólica pero menos codificada que la que poseen éstas cuando están formando parte de su condición estructural. Buscamos pues algo propio del Hombre, que sea capaz de conformar la mayoría de la capacidad simbólica del Hombre, y que a la vez lo haga desde una conformación más accesible que la destinada a ser propia del Hombre.
Hablamos sin duda de uno de los Lenguajes destinados a conformar la capacidad de comunicación del Hombre.

Múltiples, al menos uno por cada fenomenología comunicativa capaz de incidir en el interés del Hombre; habrán de ser los lenguajes que éste pueda potencial o de facto emplear. Sin embargo pocos son los competentes para expresar un contingente tan abrumador de circunstancias, incluyendo entre ellas las destinadas a conformar las excentricidades o capacidades destinadas a hacer del hombre algo imprescindible a la par que único.

Será pues el propio de la Música, el primero de los lenguajes destinados a gozar de nuestro interés una vez abordado el tema tal y como lo hemos planteado.
No solo convergen sino que más bien se consolidan en la Música, la práctica totalidad de los elementos destinados a ser exclusivos en tanto que sirven para hacer único al hombre. Es la Música el campo en el que con mayor grado de detalle se llevan a cabo las expresiones más maravillosas del ámbito de la emotividad humana. De hecho, bien cabría decirse que no es sino a través de la Música que el hombre puede aspirar a percibir rangos y patrones que si bien forman parte del mismo, lo hacen en un grado tan profundo, o al menos tan inaccesible, que solo los estados a los que la Música es capaz de trasladarnos pueden volver conscientes.
De esta  manera, el hombre haría bien en explorar desde el concepto de la Música, todos y cada uno de los fenómenos que desde una perspectiva de complementariedad permiten el tránsito bidireccional: transitando pues desde el hombre que está en el centro hacia el exterior, y a la inversa.

Surge así poco a poco más que una nueva realidad, una nueva forma de aproximarse a la realidad. Una forma que desde la complejidad que presenta el hombre, integra como éste formas y procederes o lo que es lo mismo, aspectos materiales destinados cuando menos a dar forma a título de interpretación a esos otros aspectos más subjetivos, o si se prefiere de carácter más metafísico, que por si mismos refrendan la siempre estimada complejidad que alberga el llamado Ser Humano.

Es por ello que la conmemoración del Día Internacional de la Música, adquiere si cabe más valor en la medida en que la Música, ya sea en tanto que expresión de emotividad hacia el exterior, o como refrendo de éstas como magnitud de Humanidad, sirve para expresar, como pocas otras realidades lo hacen la verdadera magnitud del Hombre. Una magnitud que expresa a la vez que se expresa al estar provista de una suerte de naturaleza propia que se libera cada vez que, por ejemplo, constatamos en qué medida todos los granes acontecimientos de la Humanidad han originado una expresión propia, sin la cual quedarían incompletos, a la vez que solo a través de la comprensión de la misma estaríamos en plena disposición de comprenderlo todo.

En definitiva, es la Música materia y forma del Hombre, pues a través de ella se define, a la vez que mediante ella se expresa. De ahí la grandeza del eterno diálogo que Hombre y Música llevan milenios desarrollando, desentrañando juntos los misterios del llamado a ser misterio por excelencia a saber, el misterio de la vida.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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