Perdidos en el tiempo de la fábula. Cuando el
pasado se diluye en la niebla y la desazón torna en afrenta toda conducta siquiera
destinada a arrumbarse en dignidad de presente; es sin duda cuando el hombre ha
de considerar severamente la posibilidad de que el tiempo, su tiempo, haya
pasado.
Es así como el vampiro ve llegado el momento de retomar el
tiempo que una vez le fue negado; pues el no reconocer su figura en el espejo
bien puede ser síntoma de asincronía, toda vez que el desajuste referido puede
en realidad no ser causa, sino efecto, de manera que bien haríamos de
considerar, siquiera por un segundo (aún no ha llegado el instante), que tal
vez los ajenos al tiempo seamos nosotros; victimas quién sabe si infames de un
proceder loco en el que la incapacidad para identificar a nuestro creador no logra esconder la miseria
propia de no poder dilucidar con un mínimo de solvencia si somos en realidad
creadores, o meras creaciones.
Son los pensamientos, resultado de una determinada manera de
pensar, y si bien es cierto que no se reduce ésta a una acción unívoca, tampoco
sería muy responsable asumir que responde la misma a una mera reacción, cuando
no a una mera superación de un hecho
accidental, cuando no traumático.
Es el pensamiento en sí mismo herramienta destinada a
aportar la prueba de la valía del instante al que hacen referencia. Resulta en
consecuencia no tanto el hecho pensado,
que sí más bien la manera global de pensar, marcador eficaz desde el que
emitir juicio crítico suficiente de cara a categorizar con solvencia el
momento, en este caso histórico, en el que se halla inmersa determinada
sociedad.
Por ello que, no hace falta ser ni tan siquiera ducho para
entender el grado de contraste que podemos establecer entre la España que nos afecta, y la que le fue propia
al que habremos de erigir hoy en nuestro protagonista, D. Benito María de los
Dolores PÉREZ y GALDÓS.
En coherencia con nuestro hábito de proceder, no entraremos
en demasiada refrenda biográfica a la hora ni de justificar el contexto
histórico, ni desde luego en pos de justificar desde la misma el trazo ejecutivo destinado a
justificar la elección ni del hecho, ni por supuesto del protagonista. Sin
embargo tal proceder, si está siempre devengado toda vez que no es ese el
objetivo de nuestro breve disertar, ni forma parte de nuestro escrutinio el
albergar interpretación que no procedente de exceso de hecho, que sí de la
reflexión suscitada; es cuando en este caso como conclusión que no como otras
veces obedeciendo a título de medio cabe ser resaltado que es GALDÓS no ya todo
un personaje histórico, como sí más bien el primero que se hace merecedor de
tal condición, precisamente a través no de su evidente paso por la Historia, como sí más bien por ser el primero
que se considera digno de refrendarla.
El primero llamado a
ser digno de tal consideración… Sea cual sea tal consideración, lo mínimo que podemos hacer
es tomarnos un tiempo, en forma de proceso reflexivo, de cara a valorar las
posibilidades que existen para que tales causas, o a lo sumo sus condicionantes
en forma de consecuencia, emerjan ante nosotros con el fin de reconstruir en la
medida de lo posible el contexto desde el que las mismas fueron recreadas, con
el fin de atisbar, siquiera sucintamente, el cúmulo de pertrechos llamados a
conformar la personalidad de nuestro protagonista, sin las cuales sería del
todo calamitoso el tratar de inferir el que a la postre y tal vez para nuestra
desgracia haya de ser considerado como uno de los procederes más complejos, en
consonancia con lo que cabe esperarse de
uno de los hombres más notables de la Historia de nuestro XIX.
Atisbada que no descrita en este caso la variable que hace
mención a la consideración estrictamente personal de nuestro personaje; bien
haremos a partir de ahora si nos esforzamos en incidir en el cúmulo de contingencias
llamadas a converger en el sustrato que asentará la llamada a ser considerada
como una de las etapas preponderantes en el discurrir de nuestra Historia, la
de la segunda mitad del Siglo XIX.
En un devenir que justamente queda integrado mediante el uso
del término periplo, el cúmulo de proceder que arranca con la Guerra de Independencia, y se cierra con
el desastre del 98; no hace a menos
en su discurrir nuclear toda vez que
en el mismo albergaremos hechos de la magnitud propia de por ejemplo el fin de dramas como el diligenciado en
forma de reinado de Fernando VII; o el de otros protagonistas no a menos
considerados como la propia Isabel II
(la cual habrá de rubricar su papel en el drama circunscrito a nuestro
personaje al dotarle de uno de sus refrendos en su obra más importantes a
saber, el que se dicta a tenor de la “Revolución Gloriosa ”.
Tiempos llamados pues a figurar en el catálogo general bajo
la condición de tumultuosos. Mas no
es el hecho en sí, ni siquiera la catalogación que de tal o de cual pueda ser justo o injusto acreedor; lo que está
llamado a ser digno de nuestra consideración. Subyace ésta hoy a un carácter
meramente instrumental, el que se manifiesta
cuando tras detener durante un instante el refrendo de nuestro
transitar, nos damos cuenta de que si tal catálogo existe, es gracias
precisamente a D. Benito PÉREZ GALDÓS.
Puede parecer un hecho anecdótico, mas nada tiene de
circunstancial el que alguien pueda, primero, dar un paso adelante a la hora de erigirse en válido para refrendar lo
que ha sido todo un Pueblo; y después asumir que semejante tarea haya de
constituirse en algo valioso para alguien, en algún tiempo futuro
De la toma en consideración de la primera variable obtenemos
refrendo en lo atinente a las consideraciones que han de proceder al respecto
de las capacidades que ya fuera por atribución externa, o desde el propio ego,
emergen a la hora de configurar el compendio de aptitudes de GALDÓS.
Estamos sin el menor género de dudas ante un personaje
singular. Nacido el 10 de mayo de 1843 en Las Palmas de Gran Canaria, desde muy
pequeño mostró habilidades en el campo de la memoria, todas las cuales le
fueron muy útiles para la recreación, primero de las campañas que su padre,
militar de carrera, le participaba de hechos tales como los de las campañas que
dentro de la Guerra de Independencia, había
padecido; y luego de las que habrían de constituir el grueso de lo que habrá de componer el catálogo que le hará famoso.
Porque si en definitiva en alguna ocasión, salvo tal vez
como ocurriera con Cervantes, una obra ha de describir con tal severidad a su
autor, tal no habrá de ser sino Episodios
Nacionales, Y Benito PÉREZ GALDÓS. Y no resulta pretenciosa la comparación,
pues como ocurrió con aquél; en el
caso de GALDÓS, estamos también frente a frente con uno de los mejores
escritores que nuestra Literatura ha dado. Mas en lo que concierne a
distanciarse de aquel, el ingente
cúmulo de variables llamadas a separar conceptual e históricamente a Cervantes
de GALDÓS nos llevan a entender que haríamos bien de considerar en su justa
medida la mentada comparación, sobre todo en lo que hace mención a no dar por
sentado, o no al menos de manera superficialmente ágil y gratuita, lo
distanciado que uno habrá de permanecer respecto del otro una vez finalizada
esa supuesta competición.
Estamos así pues ante uno de los más grandes. Llamado a ser
el grande entre los grandes destinado a ocupar el espacio que refrendará y
dotará de sentido al movimiento del
Realismo en España, Benito PÉREZ GALDÓS se erigirá en mucho más que un mero
cronista toda vez que su pluma vendrá a refrendar con una técnica y una
capacidad inusitada la trascendencia de los más importantes actos que si
gracias a él forman hoy parte de nuestro acervo
no solo histórico, que sí más bien humano y personal; quién sabe si de no
haber sido por él guardarían hoy sombra junto a esa flagrante sensación de
proclive a la nada en la que se mueven, por ejemplo, las sensaciones propias de
un presente, el nuestro, abocado a ser injustamente borrado por el viento del
devenir que le es propio.
Refrenda así pues la Historia y sus momentos GALDÓS en un
proceder que triunfa al convertir los momentos en instantes. Instantes llamados
a triunfar pues en ellos se reconocen todos y cada uno de los protagonistas.
Hombres y mujeres procedentes del pueblo, llamados a hacerse grandes en la
Historia cada vez que sus actos, conscientes o inconscientes, fueron eficaces
para convertirles en personajes
históricos. Unos personajes históricos que el buen hacer de GALDÓS, elevará
además a la condición de personajes literarios, dentro de esa Serie de Historia, Histórica en si misma, que
son los EPISODIOS NACIONALES.
Y todo, sin que sus protagonistas se dejen por el camino que
necesariamente han de transitar, su esencia, aquello que les hace reconocibles,
incrementando con ello su valía. Porque reconociendo entre las suyas las
habilidades propias de otro grande, Lope de Vega, era GALDÓS capaz de coger del pueblo aquello que era por sí mismo
grande, para después de abrillantarlo devolvérselo a éste, sin que en el
tránsito se hubieran deteriorado ni uno solo de sus atributos, sin que en el
transitar se hubiera de mostrar dolido uno solo de sus protagonistas.
Entendemos así pues la grandeza de una época, a través del
reconocimiento de uno de sus emisarios. Un hombre que si bien estaba destinado
a ser grande, se hizo más grande desde el deleite de erigirse en correa de
transmisión de la grandeza de su patria.
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