sábado, 11 de febrero de 2017

LAS VISIONES DE JUIO VERNE. O DE CUANDO EL PRESENTE NO ES SUFICIENTE.

Pocas son las figuras con la solvencia suficiente como para permitirnos dar crédito a la afirmación de que sin duda, no hay nadie de este planeta que a la vista del nombre en torno al cual habrán de girar hoy nuestras reflexiones, no solo no tendrá la menor duda al respecto de quién es, sino que muy probablemente ya sean varios los segundos necesarios para dilucidar cuál es la novela que, referida a tal autor, con mayor certeza merece hoy ser elevada al grado de favorita.

Porque hablar de Julio VERNE, Jules Gabriel VERNE para ser más precisos si nos ceñimos a lo que contiene su partida de nacimiento, significa de manera inexorable darnos cita con uno de esos grandes individuos  que si bien son por si solos perfectamente capaces de hacerse grandes con sus obras, consiguen elevarse al grado de mitos a medida que el tiempo y la memoria les lleva a crecer exponencialmente en nuestra mente.

Cuando acaban de cumplirse 189 años de su nacimiento, lo que acontece pues el 8 de febrero de 1828 en Nantes, Francia, el tiempo no hace sino traer a justa colación en hecho de que sin duda nos encontramos no ya ante uno de los más grandes escritores de la Literatura de Francia, cuando sí más bien de la Literatura Universal. Y no lo es tanto por el inexcusable y objetivo hecho de ser la segunda figura más traducida de todos los tiempos, como sí quizá más bien porque al contrario de lo que ocurre con el tipo de obra en torno a la que gira la creación de la llamada a ser la primera en tal logro no solo cuantitativo; la obra de VERNE no solo es legible en cualquier época, sino que más bien su lectura sirve para ubicar al lector en ese extraño proceso que llamamos envejecimiento toda vez que uno puede valorar el grado en el que se manifiestan los cambios vinculados a lo que llamamos madurez en la medida en la que ubicamos lo diferente que nos resulta comprender al autor en cada momento, si lo comparamos con las emociones que su lectura nos deparó cuando éramos niños o sea, cuando de verdad lo comprendíamos toda vez que aún soñar no era un acto revolucionario.

Nacido en una familia burguesa con claros vínculos con la judicatura y el Derecho en general, la Dinastía de los Verne estaba ligada a tales acciones dedicadas al servicio de la Corona desde que su abuelo ejerciera ya funciones notariales al servicio de Luis XV. Tal hecho tendrá, como es de suponer, múltiples repercusiones en lo que concierne a la manera de afrontar la vida por nuestro protagonista el cual, si bien termina la carrera de Derecho, nunca tendrá entre sus verdaderos planes el dedicarse formalmente a ello. Más al contrario tamaño proceder, fundamentado en el deseo infantil de retrasar el momento de plantear el conflicto existencial a su padre, no hará más que enturbiar hasta la sinrazón el momento de comunicar a su progenitor que al contrario de lo que el mismo había expresado en multitud de ocasiones, Julio no desea seguir sus pasos profesionales.

Tal y como era de esperar por las consecuencias no solo objetivas sino más bien por las subjetivas, Pierre VERNE no encaja con la benevolencia que cabría esperarse la noticia de que su hijo no está dispuesto a seguir sus pasos. Más al contrario, no solo no accede a perseverar en una carrera llamada sin duda a satisfacer demandas de las que aún no es ni siquiera consciente, sino que más y al contrario desea dedicar todo su tiempo… ¡a la absurda idea de escribir! Sea pues, pero no con su beneplácito.

Y como podemos imaginar, tal choque conduce de manera inevitable a una confrontación cuyas consecuencias pasan, como podemos imaginar, por la retirada inmediata de los aportes económicos que habían estado llamados a convertirse en cuantos recursos disponía el todavía aspirante a autor.

La circunstancia es muy grave. Tal y como podemos observar en la correspondencia que Julio mantiene con su madre, las penurias económicas hacen a menudo imposible garantizar el mínimo de comidas diarias. A consecuencia de tal hecho, y agravado por el furor con el que Julio se dedica a su pasión, las complicaciones médicas no se hacen esperar manifestándose primero en una serie de parálisis y estertores faciales, precursores sin duda de lo que el tiempo habrá de deparar.

No obstante, nada hace decaer la pasión con la que nuestro protagonista se dedica a la escritura. Es así como obras de la talla de “De la Tierra a la Luna” o “Las aventuras del capitán Hatteras” no solo se compilan, sino que ven la luz toda vez que VERNE ya ha iniciado su prestigiosa colaboración con el editor Pierre-Jules Hetzel la cual surge a consecuencia del descubrimiento que para el editor supone disfrutar de “Viajes extraordinarios”, una popular serie de novelas de aventuras escrupulosamente documentadas y visionarias entre las que se incluían las famosas Viaje al centro de la Tierra (1864), Veinte mil leguas de viaje submarino (1870) y La vuelta al mundo en ochenta días (1873).

A partir de ahí, y salvedad hecha de lo que concierne a su vida personal, en la que un desgraciado matrimonio, junto con una más que calamitosa relación para con el que será el único fruto del mismo, su hijo.
Tal situación bien puede ser en parte la llamada a instaurar una definitiva corriente de pensamiento la cual a su vez cristaliza en una brillante a la par que fértil producción la cual debe su importancia, más que a la condición estrictamente cuantitativa, a consideraciones de otro orden entre las que bien podrían estar las que acabarán por hacerle merecedor de un título. El de visionario.
¿De qué otro modo tratar entonces cuestiones tales como lo referente a sus múltiples a la par que casi increíbles aportaciones en lo que concierne a los avances científicos y tecnológicos? No se trata ya de que Julio VERNE deslumbrara a propios y a extraños, a sus contemporáneos, y a muchos de los que aún estaban por llegar, con una batería de invenciones que si bien y en principio solo sobre el papel, sirvieron no obstante para orientar la manera de soñar de toda una sociedad; el verdadero logro se encuentra en su ingente capacidad para anticipar los sueños y deseos de una sociedad que, en el mejor de los casos, estaba todavía despertando de sus propias pesadillas.

Con todo, bien puede considerarse a VERNE un anticipado al Surrealismo, o directamente uno de los padres de la Ciencia Ficción (Honor que habrá de compartir con H. G. WELLS. Sea como fuere, VERNE sabía algo que los demás ignorábamos, y que a lo sumo hemos ido descubriendo paulatinamente, De no ser así, cómo entender que tal y como él pronosticó en “De la Tierra a la Luna”, el primer verdadero viaje al espacio exterior necesite exactamente de 150 horas para cumplir su misión, determine como velocidad de escape: la necesaria para poder escapar de la gravedad terrestre los 11 km/h y, efectivamente, no pueda sino circunvalar la órbita del satélite.

Sea como fuere, la grandeza de VERNE está en su obra, o por ser más precisos en las emociones que hoy es capaz de seguir provocando tanto a los que una y otra vez acudimos a releerlo, como a los que lo descubren. De no ser así, ¿Cómo explicar que la última novela publicada lo ha sido en 1994? Cuando les diga la causa que llevó a su editor a impedir que viera la luz lo entenderán todo: “Tanto los escenarios como los ambientes que recrea dibujan un futuro demasiado atroz, complicado y aterrador”.
¡Ojala en este caso Julio VERNE demuestre menos pericia que en el resto de sus interpretaciones!


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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