Pocas son las figuras con la solvencia suficiente como para
permitirnos dar crédito a la afirmación de que sin duda, no hay nadie de este planeta que a la vista del
nombre en torno al cual habrán de girar hoy nuestras reflexiones, no solo no
tendrá la menor duda al respecto de quién es, sino que muy probablemente ya
sean varios los segundos necesarios para dilucidar cuál es la novela que,
referida a tal autor, con mayor certeza merece hoy ser elevada al grado de favorita.
Porque hablar de Julio VERNE, Jules Gabriel VERNE para ser
más precisos si nos ceñimos a lo que contiene su partida de nacimiento, significa de manera inexorable darnos cita
con uno de esos grandes individuos que si bien son por si solos perfectamente
capaces de hacerse grandes con sus obras, consiguen elevarse al grado de mitos a medida que el tiempo y la
memoria les lleva a crecer exponencialmente en nuestra mente.
Cuando acaban de cumplirse 189 años de su nacimiento, lo que
acontece pues el 8 de febrero de 1828 en Nantes, Francia, el tiempo no hace
sino traer a justa colación en hecho de que sin duda nos encontramos no ya ante
uno de los más grandes escritores de la Literatura de Francia, cuando sí más
bien de la Literatura Universal.
Y no lo es tanto por el inexcusable y objetivo hecho de ser
la segunda figura más traducida de todos los tiempos, como sí quizá más bien
porque al contrario de lo que ocurre con el tipo de obra en torno a la que gira
la creación de la llamada a ser la primera en tal logro no solo cuantitativo;
la obra de VERNE no solo es legible en cualquier época, sino que más bien su
lectura sirve para ubicar al lector en ese extraño proceso que llamamos envejecimiento toda vez que uno puede
valorar el grado en el que se manifiestan los
cambios vinculados a lo que llamamos madurez en la medida en la que
ubicamos lo diferente que nos resulta comprender al autor en cada momento, si
lo comparamos con las emociones que su lectura nos deparó cuando éramos niños o
sea, cuando de verdad lo comprendíamos toda vez que aún soñar no era un acto revolucionario.
Nacido en una familia burguesa con claros vínculos con la
judicatura y el Derecho en general,
la Dinastía de los Verne estaba
ligada a tales acciones dedicadas al servicio de la Corona desde que su abuelo ejerciera ya funciones notariales al
servicio de Luis XV. Tal hecho tendrá, como es de suponer, múltiples
repercusiones en lo que concierne a la manera de afrontar la vida por nuestro
protagonista el cual, si bien termina la carrera de Derecho, nunca tendrá entre
sus verdaderos planes el dedicarse formalmente a ello. Más al contrario tamaño
proceder, fundamentado en el deseo infantil de retrasar el momento de plantear
el conflicto existencial a su padre, no hará más que enturbiar hasta la
sinrazón el momento de comunicar a su progenitor que al contrario de lo que el
mismo había expresado en multitud de ocasiones, Julio no desea seguir sus pasos
profesionales.
Tal y como era de esperar por las consecuencias no solo
objetivas sino más bien por las subjetivas, Pierre VERNE no encaja con la
benevolencia que cabría esperarse la noticia de que su hijo no está dispuesto a
seguir sus pasos. Más al contrario, no solo no accede a perseverar en una
carrera llamada sin duda a satisfacer demandas de las que aún no es ni siquiera
consciente, sino que más y al contrario desea dedicar todo su tiempo… ¡a la
absurda idea de escribir! Sea pues, pero no con su beneplácito.
Y como podemos imaginar, tal choque conduce de manera inevitable
a una confrontación cuyas consecuencias pasan, como podemos imaginar, por la
retirada inmediata de los aportes económicos que habían estado llamados a
convertirse en cuantos recursos disponía el todavía aspirante a autor.
La circunstancia es muy grave. Tal y como podemos observar
en la correspondencia que Julio mantiene con su madre, las penurias económicas
hacen a menudo imposible garantizar el mínimo de comidas diarias. A
consecuencia de tal hecho, y agravado por el furor con el que Julio se dedica a su pasión, las complicaciones
médicas no se hacen esperar manifestándose primero en una serie de parálisis y
estertores faciales, precursores sin duda de lo que el tiempo habrá de deparar.
No obstante, nada hace decaer la pasión con la que nuestro
protagonista se dedica a la
escritura. Es así como obras de la talla de “De la Tierra a
la Luna” o “Las aventuras del capitán Hatteras” no solo se compilan, sino que
ven la luz toda vez que VERNE ya ha iniciado su prestigiosa colaboración con el
editor Pierre-Jules Hetzel la cual surge a consecuencia del descubrimiento que
para el editor supone disfrutar de “Viajes extraordinarios”, una popular serie
de novelas de aventuras escrupulosamente documentadas y visionarias entre las
que se incluían las famosas Viaje al centro de la Tierra (1864), Veinte mil
leguas de viaje submarino (1870) y La vuelta al mundo en ochenta días (1873).
A partir de ahí, y salvedad hecha de lo que concierne a su
vida personal, en la que un desgraciado matrimonio, junto con una más que calamitosa
relación para con el que será el único fruto del mismo, su hijo.
Tal situación bien puede ser en parte la llamada a instaurar
una definitiva corriente de pensamiento la cual a su vez cristaliza en una
brillante a la par que fértil producción la cual debe su importancia, más que a
la condición estrictamente cuantitativa, a consideraciones de otro orden entre
las que bien podrían estar las que acabarán por hacerle merecedor de un título. El de visionario.
¿De qué otro modo tratar entonces cuestiones tales como lo
referente a sus múltiples a la par que casi increíbles aportaciones en lo que
concierne a los avances científicos y tecnológicos? No se trata ya de que Julio
VERNE deslumbrara a propios y a extraños, a sus contemporáneos, y a muchos de
los que aún estaban por llegar, con una batería de invenciones que si bien y en principio solo sobre el papel, sirvieron
no obstante para orientar la manera de
soñar de toda una sociedad; el verdadero logro se encuentra en su ingente
capacidad para anticipar los sueños y deseos de una sociedad que, en el mejor
de los casos, estaba todavía despertando de sus propias pesadillas.
Con todo, bien puede considerarse a VERNE un anticipado al Surrealismo, o directamente uno de los
padres de la Ciencia Ficción (Honor que habrá de compartir con H. G.
WELLS. Sea como fuere, VERNE sabía algo que los demás ignorábamos, y que a lo
sumo hemos ido descubriendo paulatinamente, De no ser así, cómo entender que
tal y como él pronosticó en “De la Tierra a la Luna”, el primer verdadero viaje
al espacio exterior necesite exactamente de 150 horas para cumplir su misión,
determine como velocidad de escape: la
necesaria para poder escapar de la gravedad
terrestre los 11 km/h
y, efectivamente, no pueda sino circunvalar la órbita del satélite.
Sea como fuere, la grandeza de VERNE está en su obra, o por
ser más precisos en las emociones que hoy es capaz de seguir provocando tanto a
los que una y otra vez acudimos a releerlo, como a los que lo descubren. De no
ser así, ¿Cómo explicar que la última novela publicada lo ha sido en 1994?
Cuando les diga la causa que llevó a su editor a impedir que viera la luz lo
entenderán todo: “Tanto los escenarios
como los ambientes que recrea dibujan un futuro demasiado atroz, complicado y
aterrador”.
¡Ojala en este caso Julio VERNE demuestre menos pericia que
en el resto de sus interpretaciones!
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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