Máxime si el tránsito de los mismos hace mención, como
ocurre en el caso que nos ocupa, al tiempo que una sociedad sana se hubiera tomado no para olvidar, sino más bien para
recordar periódicamente a algunos de esos que, inconsciente, o quién sabe si
conscientemente, asumieron sobre su espalda el peso de la responsabilidad de
hacer grande el futuro de una España cuya auténtica magnitud aún hoy no es
comprendida por muchos; tal y como atestigua el hecho de que cuarenta años
hayan sido suficientes no para restañar viejas heridas (lo cual probablemente
llenaría de orgullo a nuestros protagonistas), cuando sí más bien para enterrar
bajo un manto de silencio la vergonzante interpretación
a la que cada vez con más soltura se apuntan los que quieren reinterpretar
nuestro presente, para lo cual necesitan imperiosamente de reescribir nuestro
pasado.
Porque sin entrar en cuestiones mayores, a las cuales
podremos siempre acudir puesto que la gran
máquina de la verdad que es la Historia está en este caso de nuestra parte;
lo cierto es que ver sin indagar en
las causas que han llevado al silencio con el que se ha tratado todo lo que
tenía que ver con el cuadragésimo aniversario del Atentado de Atocha, habría de llevarnos, o al menos así lo hace al
que a la presente se siente obligado a escribir estas líneas; a plantear una
serie de cuestiones básicas la mayoría de las cuales, sin ser transcritas, bien
pueden quedar agrupadas en lo que podríamos llamar campo semántico de la responsabilidad para con nuestro país.
Según reza un aforismo que dicho sea de paso me fue
ampliamente inculcado desde mi niñez: de
bien nacidos es ser agradecidos. Si esa afirmación toma especial cuerpo
cuando se desarrolla ateniendo su función a lo propio de la conducta ética (o
sea, cuando extiende sus consecuencias al campo de las relaciones personales),
qué cabrá esperarse de la misma cuando suponemos su rango de aplicación al
proceder moral, ampliando con ello su impacto al propio de las estructuras
destinadas, pongamos un ejemplo, a consolidar los cimientos de un país que por
entonces, hace solo 40 años, amenazaba con derrumbarse.
Porque de eso, de
nada menos que de eso se trataba. La acción llamada a dar como resultado
el brutal asesinato de aquellas personas no perseguía otro fin que el de
enfrentarnos con una realidad que por inconcebible e irracional resultaba
imposible de asumir. Una realidad que ni tan siquiera para sus promotores
resultaba verosímil (de ahí que hubieran de acudir a procedimientos cercanos a
la barbarie) destinados a explicitar desde el grafismo de la barbarie conceptos
que de otro modo hubiesen resultado inaccesibles para cualquiera ser llamado a
estar dotado de razón.
Pero la razón se impuso. Por medio de un procedimiento cuya
complejidad pocas veces ha tenido parangón en la Historia de España, el silencio vino a dotar de materia y
forma a conceptos estructurales que de otro modo hubieran permanecido en el
anonimato al que permanentemente viven atados aquellos conceptos que por su
fragilidad, quién sabe si por su importancia, han de permanecer ocultos.
Tales conceptos, cuya importancia así como ellos mismos son
a lo sumo intuidos, guardan en su esencia lo más preciado de aquello por lo que
tantos y tantos han venido dando su vida desde el principio de los tiempos.
Unos tiempos otrora desconocidos pero que hoy por hoy, gracias en muchos casos
a nuestros mártires, han terminado por fructificar en nuestro presente, un
presente alimentado de olvidos, mentiras, conmiseraciones y por qué no decirlo,
de sangre.
Un tiempo que hasta ahora resultaba prudente proteger, pero
que una vez transcurridos esos cuarenta años algunos pensamos que resulta
imprescindible volver a reseñar.
La labor será ardua, sin duda complicada, y en ocasiones
peligrosa. Se requerirá de responsabilidad (no en vano habrá que prohibir a la
mente confundirse con memoria); y por supuesto de valentía, pues a veces lo que
estemos llamados a descubrir como nuestro pasado derrumbará mitos sobre los que
para nuestra desgracia hemos edificado nuestro presente. Pero por eso, ya solo
por eso, se lo debemos.
Pero se lo debemos, o por ser más concreto nos lo debéis, a
todos aquellos que conformamos la generación que solo ha conocido todo esto por
medio de la consulta en las bibliotecas, o mediante la escucha atenta de lo que
primero conformaron las batallitas del
abuelo.
Porque ya existe toda una generación, de ello doy fe, que
hunde sus raíces precisamente en el/los años en los que tales hechos
acontecían. Una generación llamada a
tomar el relevo. Una generación que puede y debe hacer gala de su pasado,
si quiere crecer de manera saludable, haciendo de este crecimiento metáfora del
crecimiento de un país que poco a poco hace gala de un presente digno de
futuro, quién sabe si porque finalmente, ha aprendido algunas lecciones.
Pero es a la vez esta generación, la llamada a enfrentarse a
las más peligrosas batallas que se han visto desde que los acontecimientos en
sí mismo tuvieron lugar. Una generación que no
conoció los hechos, y que por ello se ve obligada a hacer un peligroso acto de fe a la hora no tanto de elegir
vencedores o vencidos, como sí más bien de marcarse otras metas más importantes
cuales son las de dar cumplida mención al silencio en el que se materializó el
sacrificio hecho no solo por las víctimas sino en este caso más bien por los
que a pesar de ver caer a familares y a amigos supieron decir ¡basta!,
convirtiendo el hecho de solo llorar a
sus muertos en la más alta mención sin la cual no cabe duda otro, mucho más
luctuoso, habría sido el pasado y por ende el presente de España.
Pero que nadie se confunda. Si cometéis el error de
hurtarnos nuestro pasado, estaréis cometiendo el peor de los pecados a saber,
el de quedaros con medias verdades. Y
si vivir con medias verdades es difícil, tratad de imaginar por un momento a lo
que nos estaríais condenando…Simplemente a vivir un presente viciado, condenado
de manera inexorable a reproducir una y mil veces un pasado que le es impropio.
A todos aquellos que un año más han guiado sus acciones
amparados en la amnesia generalizada que
parece ser la mortaja llamada a cubrir las miserias de este país; los
integrantes de la generación de 1977 os exigimos de una vez que os apartéis. Si
os sentís indignos de asumir vuestro pasado, no nos impidáis construir nuestro
presente. No en vano “Son muchas las
ocasiones en las que el Árbol de la Libertad ha sido regado con la sangre de
héroes y de villanos”.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario