Es Ávila la ciudad de
los páramos. Inmersa en su propia realidad, la que procede como en pocas
otras de su especial orografía, ser de
Ávila confiere por sí solo un espíritu tan propio, tan específico, que si
bien el mismo no dota, al menos a
priori de una ventaja conceptual, no es menos cierto que sí se traduce en una suerte de arte procedimental el cual se
revela como especialmente adecuado, si no valioso, cuando ha de exhibirse en
momentos especialmente delicados, cuando no meramente crudos, como es el caso.
Es entonces que aquel que resulta agraciado con la condición
de nativo de Ávila, a la postre lo
que se regula en el “clericus o presbiter abulensis”, no es que se muestre o porte una forma de estandarte
identificador de alguna diferencia previa, o denotado por algo especialmente
excelso…Mas ser de Ávila proporciona cierta capacidad para interpretar tanto la
realidad, como por supuesto los tiempos que vienen a componerla, de una manera
diferente.
Se trata pues sin duda del desarrollo de esa habilidad
especial, la que como decimos posiciona al orante
en una situación privilegiada en tanto que es como mucho, más que un sujeto paciente, la que muy
probablemente en primer lugar hayamos de citar a la hora de poner de manifiesto
lo excelso que Tomás Luis de Victoria resulta no solo para Ávila, sino tal y como la historia ha demostrado, para el
mundo; a la hora de traer a colación sus múltiples y especialmente renovadoras
aportaciones con las que tuvo a bien
derramarse en todos los campos en los que se prodigó.
Hablar de Tomás Luis de Victoria resulta complicado, y esa
complejidad no hace sino incrementarse a partir del momento en el que somos
conscientes de que la aproximación
contextual ha de ser llevada a cabo desde la concepción básica de tener muy
en cuenta las premisas propias que sin duda han de afectar a alguien que murió
en Ávila, en el ocaso de un mes de agosto de 1611.
Sin embargo, y lejos en nuestro ánimo el resultar
redundante, todo empieza a encajar, sería más justo decir que todo empieza a
adquirir sentido, cuando decimos que rápidamente, Victoria entiende y pone en
marcha la realidad vital procedente de reaccionar a la comprensión de las dos
certezas cuando no premisas que al menos en apariencia siempre han resultado
claves para ser aceptado, no digamos
ya para triunfar, en esta tierra. La
primera y a saber, dedicar tu vida a La Iglesia. La segunda, y no por ello menos
imprescindible, marchar pronto y lejos.
Y cierto es que Tomás Luis de Victoria entendió pronto y
bien las circunstancias que con lo dicho se pormenorizaban, y cierto que lo
desarrolló de manera eficaz es decir: de manera rápida, y en toda su
intensidad.
Es por ello que la vida, o más concretamente lo que de la
misma podemos mentar por hallarnos en disposición de probarlo documentalmente
(ya sea a través del Archivo Catedralicio
de Ávila, o del “Liber ordinationum” conservado en el Archivo General del
Vicariato de Roma donde desde el 6 de marzo de 1575 consta la anotación que
concierta lo adecuado de su calidad musical con lo prolífica de su obra, lo que
le faculta desde entonces para hacer aparecer su nombre en la portada de sus
obras), queda inexorable e inquisitivamente vinculado al binomio taxativo que
en lo tocante a su vida forman La Música y La Iglesia; binomio al que Victoria,
como pocos, aportará claridad, coherencia y por encima de todo, belleza
estética.
Una vez consagrada su vida a Dios, Tomás Luis de Victoria
desarrollará su labor de permanencia y vocación al servicio de La Iglesia
descubriendo, promoviendo y reforzando hasta el infinito los nexos que a su
entender existen entre las dos magnitudes
a las que hemos hecho mención.
Sin embargo, no podemos dejar el menor resquicio a través
del cual puedan colarse malas interpretaciones. Así, ha de quedar muy claro que
Victoria no se limita a musicar la Misa. Más bien al contrario, Tomás Luis de Victoria está
netamente convencido, y así se lo expresa a sus maestros entre los que destacan
Raffaele Casimiri, de que resulta viable una opción por medio de
la cual el acceso a Dios se lleve a cabo netamente a través del ejercicio de la
Música. (…) La Música enardece al Hombre, le predispone para ser agente activo
y paciente a la vez a la hora de entender la belleza; y se pone de manifiesto
entonces como un instrumento imposible de ignorar a la hora de usarlo para
aproximar a Dios y al Hombre. (De la Correspondencia con Felipe II, Rey de
España.)
Dedicado pues y pocas veces resulta más acertado el uso de
la expresión en cuerpo y alma a la
Música toda vez que para él no hay contradicción entre sus deberes para con
Dios toda vez que éstos quedan sobradamente nutridos por medio de su condición
musical, o más concretamente por la calidad que la misma promueve; es cuando no
resulta para nada sorprendente sino que más bien al contrario se revela como
casi lógico el que Tomás Luis de Victoria compusiera exclusivamente en el marco
de lo Sacro. Mas tal consideración no es óbice, y de serlo cometeríamos un
error imperdonable, de cara a pensar que ello pudiera traducirse en una suerte
de limitación que ya fuera desde el punto de vista de lo conceptual, o
posteriormente una vez alcanzado el plano de lo procedimental, se tradujera en
limitaciones para el compositor.
Más bien al contrario, no solo el cúmulo de acontecimientos,
sino evidentemente también el orden en el que éstos vinieron a desarrollarse,
imprimen a la personalidad de el abulense
una serie de sellos imprescindibles a la hora de avalar la certeza que le
caracteriza a la hora de por ejemplo ser justamente tenido en cuenta como un verdadero humanista.
De esta manera, la soberbia combinación que produce la unión
del soberbio catálogo conceptual al que Victoria ha ido accediendo desde su
ingreso en la Catedral de Ávila, con la inigualable capacitación que a título
de aptitud el mismo demuestra, termina por poner de manifiesto lo que no es
sino la constatación de una realidad
llamada a subrayar la existencia de uno de los destinados a ser conocido como Grande entre los Grandes en la Música de
España y por supuesto de Europa.
Llamado a brillar participando de lo que llamaríamos natural desarrollo del movimiento musical
renacentista, Tomás Luis de Victoria se mostró como un valuarte
imperturbable a la hora de desarrollar todas las técnicas musicales que el que
el que era su presente le ofrecía, abocándolas en cualquier caso hasta sus
últimas consecuencias, sobrepasando en muchos casos las limitaciones que en
principio bien podrían haber restringido el que parecía su desarrollo
potencial. Pero lejos de ceder a la tentación natural de rendirse ante los
problemas, el abulense sacaba entonces su proceder, y a partir de las premisas
de lo existente, conseguía hacer fluir un mundo nuevo en el que la
nueva Música más
que superar el presente, anticipaba el futuro.
Se constata así la genialidad del que fue capaz de anticipar
movimientos que aún tardarían mucho en llegar, como es el caso del Barroco
Musical; sin que por ello se resientan ni un ápice los que habrían de ser sus
más brillantes composiciones, todas ellas dentro del Renacimiento Musical.
El Gran Maestro Polifónico había llegado, y era nuestro. Más nuestro que otros, si cabe.
Pero Ávila es Ávila. En Ávila no se triunfa, se perdura, se
sobrevive. Es por ello que la manifestación natural de Ávila es la piedra, y el
carácter natural del que es natural de Ávila pasa por lo imperturbable, lo pétreo. Con todo y con ello, o tal vez solo a
pesar de ello, el que estuvo llamado a renovar el mundo de la Música a través
de su particular interpretación del carácter
polifónico era de nuestra tierra, y se llamaba Tomás LUIS DE VICTORIA.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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