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Constituye el fenómeno de La Ilustración, uno de esos que, precisamente por ser supuestamente conocidos, han acabado por
ser desmerecidos.
Lejos por supuesto de embarcarnos aquí y ahora en una
apuesta de periplo más o menos encaminada a analizar el cúmulo de aciertos o
desaciertos que al fenómeno vienen ligados, no por ello habremos de rechazar el
sucumbir a la tentación de profesar el merecido homenaje a uno de los fenómenos
que, precisamente por su diversidad y profundidad, de manera más espectacular
vino a modificar para siempre no solo la estética, sino fundamentalmente la
ética de todos y cada uno de los lugares por los que directa o indirectamente,
transitó.
Podemos decir que se trata, el fenómeno de La Ilustración, de una respuesta instintiva, y por ello natural, que toda
una época lleva a cabo cuando comprende que lo inexorable que se observa del
análisis de las causas y consecuencias del momento histórico que la rodea,
anuncia lo inevitable de un colapso.
El mundo de finales del XVII, y fundamentalmente de todo el
XVIII, ha alcanzado una complejidad tal, que resulta del todo incomprensible
incluso para los propios, si para
ello han de seguir manejando los esquemas y conceptos propios de la etapa
llamada a su extinción.
En un ejercicio de supervivencia, y por ello innovador donde
los haya, la complejidad alcanzada por las estructuras de lo que por primera
vez podemos llegar a llamar Sistema de
Estado promueve de forma activa lo que podríamos llamar una suerte de autoanálisis. Las
conclusiones que del mismo se derivan no son ahora relevantes, lo que importa
es el hecho procedimental digamos en sí
mismo. El Estado ha adquirido conciencia de su propia existencia. De cómo reaccionen
ante tal disquisición sus representantes en gran medida dependerá la
supervivencia o el colapso definitivo del mismo, al menos tal y como hasta ese
momento lo conocían.
La primera gran condición ante la que debemos rendir cuentas
cuando hablamos del fenómeno de La
Ilustración, es sin duda el de su complejidad. Se trata de una complejidad
que en este caso no obra conforme a lo esperado respecto al concepto de
complejidad en sí misma, sino que más bien se refiere a la profundidad de las raíces desde la que emana. Se observa así que en cualquier contexto en el que La Ilustración haya arraigado, sus
efectos se extienden desde el núcleo hasta la periferia, no dejando pues nada
al albedrío. Procediendo desde la metáfora del árbol, El Concepto Ilustrado se asemeja al proceso mediante el que las
raíces absorben por los pelíferos una suerte de elementos y compuestos que,
tras ser tratados con las especificidades que el fenómeno ilustrado proporciona, logran fabricar nutrientes que
hacen posible el desarrollo, allí donde
otros que carecen de tal procedimiento no pueden sino acaparar piedras en forma
de sales minerales; al contrario del árbol que, a partir de la raíz, y a través
de sus distintos componentes irradia su
poder a todos y cada uno de sus miembros, creciendo y creciendo y lo que es más
importante, gozando de las condiciones para hacerlo de manera infinita,
acercando con ello al Hombre a sus metas.
Estamos pues ante un concepto cuyo desarrollo,
fundamentalmente por la grandeza de los cambios que está llamado a generar,
merece ser considerado bajo la perspectiva propia de lo llamado a tener verdaderas consecuencias revolucionarias. Como
tal, los preámbulos a partir de los cuales puede percibirse la presencia parten inevitablemente de la concreción de
lo que hasta ese momento se trataba tan solo de una intuición, intuición que
poco a poco se iba generalizando a través del trabajo de zapa que nada tan
corrosivo como el rumor puede llegar a hacer.
Y así, a finales del XVII lo que parecía tan solo un rumor,
a saber la crisis del sistema hasta el momento vigente, alcanza por si solo, y
ahí radica precisamente la genialidad del hecho toda su vigencia al poner de
manifiesto de manera necesaria las
causas de una crisis que de haberse dado en cualquier otra época hubieran
evolucionado desde la contingencia.
La clave del éxito del nuevo modelo, o por ser más exigente,
de la cadena de acontecimientos que a priori de manera accidental está llamada
a hacerlo posible, se encuentra en la compresión de los estados previos; porque tal y como hemos tratado de poner de
manifiesto, el llamado fenómeno de La
Ilustración responde a un consecuente, o sea, se erige en procedimiento
novedoso derivado de la incapacidad que el medio tiene para seguir promoviendo
respuestas que han de ser nuevas, toda vez que las viejas preguntas han
evolucionado.
En palabras de Lucien GOLDMANN, “Responde la Ilustración a
una etapa histórica de la evolución global del pensamiento burgués”. Ubicada
tal aseveración en el contexto sociopolítico del pensamiento del autor, la predisposición eminentemente marxista se
erige en este caso como catalizador definitivo a la hora de aprovisionarnos del
ingrediente magistral a la hora de ubicar no ya nuestra reflexión sino más bien
los conceptos que se han significado a título de antecedentes y de
consecuentes, dentro del esquema que tantas veces nos ha servido de referencia.
Así, la aparición no solo del concepto económico, sino la predisposición a la
que la reflexión propia nos expone, sirve para ubicar de manera definitiva el
esquema que por integrador tantas y tantas veces ha resultado clave. De manera
que la incidencia economicista que hemos puesto de manifiesto, más pronto que
tarde habrá de desencadenar el
periplo que le es propio, haciendo que todo fluya, en tanto que los
condicionantes primero sociales, y luego políticos, nos permitan concebir la
magnitud del nuevo escenario dentro del cual solo la coherente disposición de
los personajes nos permitirá augurar un correcto desarrollo no solo de los
conceptos, como sí más bien de los procedimientos cuyo ordenado desarrollo
parece llamado a erigirse en el gestor de los mismos.
Queda así pues demostrado el carácter eminentemente vertical de la Revolución Ilustrada. La total afección en la que de uno u otro modo
se ven implicados todos los elementos del sistema,
en este caso del Estado, nos permite presagiar el grado y la magnitud de
los cambios a los que de una u otra manera habrán de hacer frente los
participantes, en este caso los estados, a los que hagamos mención.
De esta manera, tanto la intensidad de la afectación, como
por supuesto el orden en el que la misma tendrá efecto, depende se manera
inexorable del estado previo en el
que se encuentra el potencial receptor de la novedad.
A la vista del estado de las cosas de la España previa,
podemos concluir de manera sencilla que en nada parece estar la nación
preparada no ya para afrontar un principio Ilustrado, más bien ningún proceso
más allá del conservadurismo al que unos por acción y otros por omisión se han
ido poco a poco acostumbrando.
Es entonces cuando la entrada de la que denominaremos variable extranjera, se muestra como
imprescindible para comprender el éxito, siquiera
relativo, del que gozó el movimiento ilustrado, y del que figuras como
Jovellanos o el propio Goya pueden dar fe, si no en la duración, sí en la
magnitud.
El movimiento Ilustrado concibe su concreción en España a
partir de la consecución real o potencial de los acuerdos alcanzados en el
Tratado de Utrecht. Más allá del logro objetivo de las disposiciones
conciliadoras consecuentes, este acuerdo puso definitivamente en el cargo a
Felipe V, un monarca que no sería reconocido como tal por la totalidad de los
estados concomitantes hasta el 13 de agosto de 1713.
No ya su carácter extranjero, cuando sí más bien el hacer
gala de su extensa educación francesa, supondrá, en lo que será una excepción a
la hora de mostrarnos para con nuestros monarcas, una clara ventaja en tanto
que la predisposición ilustrada de la que dará muestras desde muy pronto,
redundarán de manera muy eficaz en lo que supondrá una especie de recuperación del tiempo perdido en tanto
a lo que España llevaba consumido de Tiempo
Ilustrado.
Y si Felipe V y su predisposición
versallesca a la Ilustración, se erigirán en elementos imprescindibles para
comprender el desarrollo siquiera incipiente de tal concepto, será con Carlos
III, que precisamente será coronado rey un 10 de agosto, de 1759, con quien
todas las atribuciones ilustradas que ya sea de manera real o inventada agasajamos
a España, tendrán no ya cabida sino absoluto desarrollo.
De esta manera, podemos sino demostrar, sí cuando menos
erigir el camino en pos del cual marcar la senda que nos permita entender el
proceder Ilustrado de España precisamente a partir de la comprensión del que ha
sido el mayor periodo en el que un mismo monarca gobierna España, hecho que
acontece con Felipe V, y la continuidad y desarrollo de las Ideas Ilustradas
hasta su más excelso desarrollo en España, lo que ocurre con Carlos III
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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