Llamamos Cultura a la acumulación de conceptos que, de
manera más o menos ordenada pueden, y de hecho sirven, para determinar, cuando
no decidir, los que a su vez han de ser los modos
cuando no procederes, dentro de
los cuales habrán de conducirse los que ya sea de manera voluntaria, o como en
la mayoría de ocasiones ocurre, de forma realmente inconsciente, deciden formar
parte, o sencillamente poderse a sí mismos identificarse, como parte de un
grupo.
Pero tal y como ocurre en la mayoría de ocasiones en las que
lo tratado resulta interesante, y por supuesto en todas en las que lo concluido
tiene visos de llegar a trascender en el tiempo; lo cierto es que la paradoja,
entendida en su máxima extensión o sea, como la concesión de una conclusión
inteligible si bien del todo opuesta a lo perseguido con lo que supuso el
inicio de la reflexión, viene a emerger con galopante intensidad al obligarnos
a constatar un hecho curioso: Todo proceso de integración lleva en realidad a la
exclusión (la que se pone de manifiesto cuando de manera no ya consciente sino
abiertamente intencionada, dejamos fuera del ente creado a todos los que en el
fondo consideramos indignos de formar parte del mismo, indignos de
acompañarnos…)
De acompañarnos en un viaje que en esta ocasión no será de
descubrimiento, si bien tal vez en su transcurso sí tengan cabida algunas de
las más espeluznantes aventuras. Un viaje que no será de investigación, pues al
tener su objetivo puesto en el pasado, que no en el futuro, a priori todo lo
nuevo parece haber sido ya objeto de análisis. ¿O en realidad no es así?
No serán así pues necesarios para irrumpir en nuestro viaje
ni la sagacidad, ni el deseo de aventuras, ni por supuesto la intención de
regalar al mundo nuevos territorios, ni de legarle nuevos descubrimientos o
artilugios. Sin embargo equivocado está el que piense que por arrumbar nuestro
barco manifiestamente hacia el pasado, el viaje estará libre de peligros,
comete un grave error, un error que bien puede acabar describiendo el destino
de tal viajero como el de aquellos que hoy descansan bajo la blanca piedra y
las doradas letras que indican el punto donde al menos su vida terrenal se
detuvo.
Porque no ya solo esas, sino todas las capacidades que
seamos capaces de reunir, no servirán para garantizar el éxito de una empresa
que responde a la pregunta del dónde en
Villa Diodati; y en lo referido al cuándo: junio de 1816.
Supongo que por no estar definido el término podríamos
denominar como Egocentrismo temporal, a
la circunstancia para nada casual, pues los efectos de la misma se pueden
identificar en cualquier época; según la cual, los hombres tendemos a definir
como originales cuando no como
propios, acontecimientos que en realidad no lo son tanto.
Por ello, la excepcionalidad
que por aquel verano inexistente de
1816 un selecto grupo de jóvenes decidió otorgar a las sin duda esperpénticas condiciones vinculadas al tiempo atmosférico; lejos de estar
justificadas, promovieron en cualquier caso las condiciones contextuales que,
junto a lo espectacular del marco, redundaron en lo sin par del momento, convirtiéndose pues el instante, en el
propicio a la par que en el premonitorio, para poder afirmar que sin lugar a
dudas, algo impresionante estaba a punto de ocurrir.
Para saciar la sed de los que todavía necesitan apostar en
relación a la satisfacción de poder afirmar la identidad de los llamados a ser
nuestros protagonistas; pero sobre todo para satisfacer el ego de los que ya
hacen restallar la punta de su lengua en un gesto no sabemos bien si de
fruición por saberse destinados a estar entre los elegidos, o de placer ante la
constatación de lo que está por venir; enumeramos entre los presentes a una
joven Mary GODWIN, a su pareja, el a pesar de todo casado, Percy Bysshe
SHELLEY. También se encontraba la hermana, aunque en realidad habría que decir
hermanastra de Mary, Claire CLAIRMONT, amante de Lord Byron, quien precisamente
se encontraba en el lugar pasando una temporada. Lo hacía en compañía de
alguien que a priori parecería estar destinado a pasar desapercibido, cuando no
a convertirse en un personaje secundario. John William POLIDORI, que en su
condición de doctor, amigo, y co-celebrante de todos los éxitos de Byron,
estaba en realidad especialmente
convencido de las bondades que el momento y el lugar estaban por aportar.
Sin embargo, de tener que producirse, tales expectativas
habrían de manifestarse en un escenario ajeno al que los jóvenes habían
previsto cuando promovieron tan maravillosa salida. Así, las jornadas de
descubrimiento, las caminatas en pos de fundirse con lo salvaje de la Naturaleza, incluso los paseos en torno al Lago de Ginebra todo, absolutamente
todo, sucumbe como lo hacen los logros atribuidos a las falsas promesas, cuando
han de verse sometidas al juicio inconmensurable de un clima que la propia Mary nos
cuenta: “Húmedo y poco amable, la lluvia
incesante nos obligó a encerrarnos en casa durante días”.
Unos jóvenes libertinos pero ante todo excéntricos y por
encima de todo, intelectuales; encerrados en una Villa. La lluvia repiqueteando
en el exterior, acompasando con su caer la melodía de lo que bien pudiera ser
el presagio del lamento que la plañidera entonara como anuncio de lo que,
inexorable, está por venir… ¡Sin duda que esperar un espacio-tiempo más
evocador, sin disponer de antemano las variables que lo configuran, se me
antoja imposible! Siempre que no consideremos que la erupción del volcán
Tambora, acontecida en abril de aquel año y cuyo bramido lanzó a la atmósfera
la cantidad suficiente de cenizas y gases para lograr borrar aquel verano,
procediera de algo más que una mera circunstancia
ambiental.
Sea como fuere, las circunstancias eran más que propicias,
de hecho, el propio POLIDORI nos describe algunas de las veladas que bajo las connotaciones
descritas, acontecieron: “Después del té,
a las doce en punto empezamos en serio a hablar de fantasmas. Lord BYRON recitó
los versos de “Cristabel”. Se hizo el silencio, fue entonces cuando profiriendo
aullidos realmente sobrecogedores, SHELLEY se echó las manos a la cabeza y
salió corriendo de la sala con una vela”.
Cierto es que el láudano corrió sin rubor en aquellas
jornadas, dotando de contexto a las propias veladas. Mas no es menos cierto que
muy probablemente sin la inestimable colaboración que del mismo se espera, los logros que por entonces se
alcanzaron, hubieran sido imposibles. Así, el efecto que los versos de Samuel
TAYLOR COLERIDGE, en lo que suponen la primera aparición de vampiros en la Literatura Inglesa ;
vinieron a surtir en SHELLEY, parecen insuficientes por sí solos para generar
en la misma el cúmulo de emociones, visiones e interpretaciones destinadas a
albergar la iluminación de lo que será sin duda su gran creación, a la vez y
muy probablemente la más genial de las creaciones del movimiento que en
definitiva, estamos describiendo: “Ví,
con los ojos cerrados, aunque con una nítida imagen metal, al pálido estudiante
de malas artes , de rodillas junto a la criatura que había armado. Vi al
horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tas la obra de algún
extraño motor poderoso, cobraba vida, y se ponía en pie con un movimiento tenso
y poco natural”.
Asistimos pues al parto de FRANKENSTEIN. Ha nacido la novela
gótica.
Si bien es cierto que las primeras líneas escritas y dignas
de considerarse las iniciadoras del género lo fueron en el XVIII, albergadas en
la obra de Horace WALPOLE “El Castillo de
Otranto”; no resulta menos cierto que la carga emotiva que surge de la
mezcla de ficción, suspense y miedo, mucho miedo, que en definitiva describe y
convierte en única a la que llamaremos novela
gótica; desarrolla toda su predisposición en la única época en la que podía
hacerlo, en el siglo XIX.
Sin perder ni un instante en discutir si es el momento el
que determina al género, o es éste el que describe las circunstancias de un
determinado momento; lo único cierto es que el episodio que se desarrolla en
torno al momento ginebrino evalúa
como propio por integrador todo lo que se circunscribe en torno a las variables
llamadas a caracterizar al género gótico. Así, castillos y casas abandonadas,
tormentas, ruinas envueltas en brumas, sugerentes acantilados y escenarios
junto al mar llamados a adquirir “otro valor” por la conjura que les aportan la
nueva lectura de viejas leyendas; en definitiva, todo lo que parece estar
llamado a describir el ambiente de la novela
gótica, se manifiesta en realidad dentro de un auténtico escenario gótico.
Pero hay algo más. Ha de haberlo. De no ser así, cómo
entender no ya el éxito, sobre todo la pervivencia que el género disfruta, así
como su periódico resurgir.
Obviamente, se trata de una literatura propia del hombre. Puede parecer contradictorio pero, la novela
gótica no expresa condicionantes externos (no supone un viaje de descubrimiento
hacia el interior). La novela gótica comprende una apuesta por lo oscuro, un viaje de introspección para
el cual el protagonista ha de estar dispuesto a lidiar con monstruos cuyo
peligro estriba en que proceden de uno mismo, de manera que la opción de la
sorpresa queda inmediatamente descartada en tanto que mirar a los ojos del
monstruo, obliga a asumir la posibilidad de toparnos con el monstruo que cada
uno de nosotros lleva dentro.
Hay que asumir por ello que se trata de algo más que una
estética determinada, aunque perfectamente trazada. La novela gótica supone un
levantamiento en toda regla pero, un levantamiento, ¿contra qué? Pues un
levantamiento contra el modelo racionalista impuesto por El Siglo de las Luces.
Dentro de esa continua contradicción que inspira al hombre, la cual se
materializa en la obtención de permanente energía
evolutiva a base de ir de un lado a
otro, alimentando pertinazmente y de forma alterna en lo que a periodos
temporales se refiere, teorías entre sí inabordables; la novela gótica constituye
la derivada gore del Romanticismo.
Mientras éste se enfrenta al marco teórico de la Razón; lo gótico se sobra regurgitando sobre el fracaso que
en definitiva esconde el exceso de pensamiento, lo peor que encierra el hombre,
sus vísceras. El Romanticismo es una necesidad del hombre, en tanto que
responde de manera ordenada a una
determinada necesidad ambiental. El aullido y la sangre, presentes en el
escenario gótico, no serán por ello menos contingentes.
Y como prueba de tal necesidad,
la rapidez con la que los logros
alcanzados por “El Grupo de Ginebra” se extienden por Europa. Como en una
metáfora infecciosa, el caudal de los ríos que riegan el continente,
transmiten, tal y como Erasmus DARWIN describió al principio de toda esta
fabulación, el oxígeno hasta el cerebro de la bestia, del engendro. La sangre,
canalizada ahora por ríos, nos juega la mala pasada de hacer pasar por ángeles
a los que en realidad siempre fueron orgullosos de ser demonios. De manera casi fugaz, toda Europa da positivo por la infección gótica. Sin
discutir por supuesto el epicentro anglosajón, SCHILLER manifestará síntomas
inequívocos dentro de la
Alemania Romántica , sin menospreciar los retazos que de la
misma presentan E.T.A. HOFFMAN y Heinrich von KLEIS. El poeta NERVAL, e incluso
el propio MARQUES DE SADE, reinterpretan el género en Francia; mientras que
señales inequívocas del mal aparecen en la Rusia de PUSHKIN y GOGOL.
Pero el giro definitivo se lo da POE. El genio americano
está llamado a proporcionar el anclaje desde el que el género dará el salto
definitivo. El denominado “Romanticismo Oscuro”, el que compartiendo la
ambientación hasta ahora descrita, trae el miedo a escena desde dentro, pues serán las distintas interpretaciones que de un
mismo hecho se llevan a cabo, las que demuestren que la sensación de miedo
surge de la introspección, de la experiencia que del mal cada uno de nosotros
tiene, resultando que el susto procede
de la sorpresa que para cada uno de nosotros supone el reencontrarnos con el
monstruo que creíamos haber dejado atrás, que creíamos haber superado.
Pero no es así, nunca es así. De hecho, si tenemos paciencia
y valor, todos los días podremos reconocer en nuestro derredor el gélido
ambiente propio del que Víctor FRANKENSTEIN se ve rodeado cuando en el
transcurso de la más que penosa expedición por el Polo Norte en pos de las
huellas que deja su creación, termina
por comprender que su ruina, de producirse, no será sino la ruina de toda la
Humanidad.
A lo lejos, un aullido. Ladridos de perros que son violentamente
acallados y, de fondo, la certeza de la eternidad en forma de hambre y sed, o
peor aún, de remordimiento, lo único que jamás puede ser acallado.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.