Porque la Tradición ha
demostrado que la única manera que garantiza el éxito a la hora de entender
realmente algo, pasa inexorablemente por guardar cierta perspectiva para con la
misma; y a día de hoy el único hombre que ha sido capaz de abandonar su
condición de ente social y volver
luego para contarlo, ha sido Friedrich NIETZSCHE.
¿Es Nietzsche un Hombre? ¿Un Filósofo? Tal vez como él mismo
deja ¿claro?, a lo largo de su obra, es que sólo a través de la conjunción de
ambos parámetros puede el Hombre aspirar
a creer aquello que no está preparado para entender.
Sea de una u otra manera, que pocos hombres han cavado tan
profundamente su arraigo en la Historia, asistiendo al paseo que él mismo por
ella se dará toda vez que se convertirá de forma clamorosa en uno de esos raros individuos que se muestra capaz de
desentrañar las complejidades de su presente incluso a los que resultan
contemporáneos suyos, añadiendo además el plus de hacerlo entre quienes
comparten con él no solo época, sino también lugar.
Tiempo y Espacio, variables para otros insondables, cuando
no ampliamente determinantes en tanto que destinadas a concitar los límites
para el desarrollo tanto del pensamiento como de las consecuencias de éste; que
en el caso de Nietzsche no hacen sino erigirse como parámetros, eso sí
excepcionales, dentro de lo que supondrá su proceso básico a saber, el que
pasará por describir al Hombre no como una realidad autónoma, sino
co-substancial al propio contexto, definido precisamente por ese Tiempo, y por
ese Espacio.
Tiempo y Espacio. Variables o en el mejor de los casos
conceptos que para la mayoría de los mortales no es que sean importantes, más
correcto resultaría decir que son vitales. Sin embargo para nuestro autor tales
no se corresponden más que otro de esos extraños
ejercicios que junto a otros también practicados por la mayoría de los
mortales, no vienen sino a constituir la enésima muestra de lo más pueril de su
conducta, la que pasa por poner de manifiesto la incapacidad que en la mayoría
anida de vivir su vida de manera libre, digna y coherente.
Convergen todas estas consideraciones, lejos en cualquier
caso de conformar una suerte de caos, en la sinfonía
que Nietzsche compondrá (decir que la escribe supondría dar por hecho el
sacrificio de la tan necesaria improvisación, factor por otro lado al inherente
al ejercicio de la Vida), que lejos de suponer un alarde de individualidad, o
una suerte de consideración destinada a ser entendida si no interpretada por
unos pocos tan solo; terminará por convertirse en la mejor herramienta a la
hora no solo de aportar luz sobre las vivencias de Nietzsche, sino que por su
marcado carácter descriptivo, se erigirá en un arma más que útil de cara a
afrontar la compleja labor de entender el Tiempo, sobre todo cuando éste se
convierte en época, más concretamente tu época.
Porque dar por sentado que Nietzsche es un hombre alejado
del Tiempo y del Espacio, ni puede ni deber ser interpretado como un ardid
destinado a deslizar que Nietzsche era en
realidad un cobarde que se negaba a “pagar su cuota” a Cancerbero. Más bien
al contrario nuestro hombre era en realidad uno de los pocos, lo que convierte en
exclusivo todo lo que toca, que a ciencia cierta y por supuesto con todas sus
consecuencias era neta y plenamente conocedor de todas las circunstancias que
se enrolaban en ese aparentemente sencillo proceso en el que para muchos
acababa convirtiéndose la Vida.
Por ello encuadrar a Nietzsche dentro del Círculo de Filósofos de la Sospecha, y
lo que es más, erigirle de manera aparentemente accidental en su supuesto líder, no solo no es una
equivocación, no supone ni tan siquiera una cuestión que pueda o deba
discutirse. Decir que Nietzsche es el Filósofo de la Sospecha por excelencia
responde realmente a una necesidad.
Algo que responde a una necesidad. Pero qué clase de
necesidad y, lo más importante; Una necesidad… ¿de quién?
Es, llegado este momento, donde hemos de comenzar a poner de
manifiesto uno de los protocolos más importantes a los que ha de enfrentarse
cualquiera que desea introducirse de manera más o menos consecuentes dentro de
los denominados Conceptos
Nietzschelianos. Estoy hablando de la necesidad de retorcer la
Verdad. Algunos podrán decir que no será más que una burda forma de
manipular, incluso de mentir. Sin embargo, tal y como ocurre con la mayoría de
las cuestiones que afectan a Nietzsche en cualquiera de sus múltiples nociones,
no supondrá más que otra forma de lección oculta. Una lección que
por otro lado en este caso hace mención a uno de los conceptos principales, el
que pasa por plantear si la Verdad, en tanto que tal, existe. Y de ser así,
¿está sujeta a variaciones competentes a promover el éxito del Relativismo?
Todo para acabar aceptando, nunca asumiendo, que si bien
Tiempo y Espacio parecen no afectar al autor toda vez que su Pensamiento y por
ende la Filosofía que del mismo resulta parecen de todo menos influidas o a la
sazón limitados por lo corpóreo de
los parámetros así implementados, lo cierto es que Nietzsche no solo influyen
sino que a la postre son imprescindibles de cara a tratar de implementar en el
Siglo XIX las variables u orientaciones que faltaban para desentrañar la que
parece ser su función última a saber, proporcionar un colchón que excuse las
aberraciones que sin par ocurrirán a lo largo del Siglo XX.
Porque para empezar a comprender, o para ser más sinceros,
para empezar a hacer comprensible el Pensamiento de Nietzsche; resulta
imprescindible ubicarlo dentro del imperdurable contexto que nos proporciona el
Siglo XIX, concretamente en su segunda mitad. Dicho lo cual, ¿ha sido esto
mentir en lo concerniente a la aparente ausencia de contexto en la que se mueve
nuestro genial autor? A nuestro entender, no. Y la explicación pasa por
entender que en un caso normal, el autor ha de sublimarse a su época, de forma
que podría sentirse feliz sin con el
tiempo la crítica llegase a considerarle
un “digno descriptor” de su tiempo. En el caso de Nietzsche el tiempo en sí
mismo es quien se pliega a las demandas del autor, de manera que en
determinadas ocasiones el giro que toman determinados acontecimientos parecen asimilarse
a alguna suerte de cabriolas de las que el momento se sirve para corregir lo
que chirría o se opone a lo que Nietzsche hubiera planificado o en el menos
malo de los casos pronosticado.
Así, Nietzsche y su Filosofía resultan no solo
imprescindibles para comprender el Siglo XIX, sino que a la vista no tanto de
las consecuencias posteriores, como sí más bien de algunas de las atribuciones
muchas de ellas falaces que en cualquier caso se le han otorgado, resulta del
todo menos absurdo considerar que esta especie de magia se extenderá recubriendo con su alargada sombra todo lo que vendía a ser la primera mitad del siglo
XX.
Pero sin necesitar tales ejercicios, la dificultad que tanto
en materia de componentes como de semántica es fácilmente atribuible al Siglo
XIX le convierte por sí mismo en un digno candidato a centrar todos nuestros
intereses. De esta manera el Siglo XIX no sería comprensible en toda su
magnitud sin Nietzsche sencillamente porque es él quien con su presencia y con
su Filosofía vienen a dotar de ese brillo co-substancial a un periodo que de otro
modo bien podría haberse visto reducido, como en muchos otros casos, a una mera
sucesión de hechos que desde una perspectiva inherente bien podrían responder a
una suerte de política determinista.
Por ello podemos concluir sin miedo a la equivocación con
patente de exceso que nuestro autor no es que sea necesario, es que resulta
imprescindible; no tanto para entender cuando sí más bien para interpretar el
Siglo XIX y en especial las múltiples consecuencias que, proyectadas hacia el
futuro están por llegar.
Y digo interpretar que no entender en la medida en que tal
mención requiere de la fortaleza de añadir la variable subjetiva propia de la
opinión, a la que inexorablemente va ligada la responsabilidad.
Precisamente ahí en la responsabilidad, y en las consecuencias
y efectos que ésta tiene sobre el Hombre y sobre sus valoraciones, es
precisamente donde surgen con el tiempo las mayores discrepancias,
discrepancias que acaban siendo volcadas primero contra Nietzsche, para
finalmente trascender a su obra.
Así, los hombres cobardes por naturaleza, enemigos no tanto
de la verdad, como sí más bien de las consecuencias que a ésta van ligadas en
forma de responsabilidad, deciden matar
al mensajero toda vez que la precisión del maestro en el arte que no tanto
en el alarde de presagiar lo que está por venir, tiñe el sueño primero alemán y
luego europeo de un matiz negro rojizo nada interesante, toda vez que pone a los píes de los caballos el gran
proyecto que a priori habría de suponer la superación de todas las penurias y
dificultades que asolan al Hombre; lo que en términos del propio autor hubiera
supuesto la destrucción del propio hombre, pues como el autor destaca, el
Hombre solo obtiene aprendizajes válidos a través del sufrimiento, por la
superación de la frustración que a tales acompaña.
Se gesta así la ruptura del Hombre con Nietzsche. Solo conozco a dos especies capaces de vivir
solas. Los unos son Dioses, los otros son Filósofos. Y en medio, Nietzsche.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.