domingo, 18 de enero de 2015

DE LA OSCURIDAD COMO FORMULACIÓN TANGIBLE DEL MIEDO.

Porque así ha sido, tal y como el niño se despierta desorientado y desazonado en mitad de la noche, como la sociedad occidental se ha topado con la realidad vertiginosa que procede de saber que, efectivamente, no hay conducta más contraproducente que la que procede de inducir en tus miembros la falsa ilusión de la seguridad absoluta.

Reticentes, aunque tal vez por ello más convencidos si cabe de la necesidad responsable de proceder a con su análisis, es que abandonamos la tranquilidad habitual del pasado para, al menos en principio, navegar en las para nosotros desconocidas aguas de la procelosa actualidad.
Si bien lo dramático de los recientes acontecimientos desarrollados principalmente en París han supuesto por sí mismos un revulsivo lo suficientemente convincente como para merecer en tanto que tal y por sí solos toda nuestra atención; no es menos cierto que la misma se ha visto si cabe amplificada por la evolución que ha tomado la nueva realidad, resultante por supuesto de la nueva necesidad de seguridad que se impone, en vista de la cual la contingencia con la que unos y otros han actuado, parece venir a confirmar la otrora en principio mera posibilidad en base a la cual, la supuesta solución bien podría en realidad venir a incrementar el problema.

Porque si bien y como ya hemos reconocido, la actualidad y su natural vorágine parecen ser los responsables de dictar el tempo desde el que no solo actuar, sino incluso llegar a interpretar el flujo de realidad al que nos enfrentamos, lo cierto es que siguiendo la lógica tradición desde la que bien puede observarse cualquier acontecimiento que le es propio al Viejo Continente; lo cierto es que una vez más podríamos ganar múltiples indulgencias acudiendo al pasado en busca cuando no de las respuestas, sí por supuesto de las consideraciones desde las que hallarse en mera posición para encontrarlas.

Es así que a escasos días de la conmemoración de la liberación a cargo de unidades de la Unión Soviética del Complejo de Auschwitz, lo cierto es que múltiples son las consideraciones desde las que se puede especular al respecto del hecho, si bien el denominador común que acabará por integrar a todas pasará inexorablemente por comprender que nada ni nadie podrá, por mucho que lo intente, correr un tupido velo sobre lo que pasó.
Porque la cuestión fundamental no reside en el hecho práctico en relación al cual tratar de comprender cómo seres humanos pudieron, activamente, arbitrar los procedimientos destinados a lograr el exterminio de semejantes siguiendo para ello un plan preconcebido; lo que de verdad debería formar parte de nuestras preocupaciones, y el no hacerlo se ha mostrado de nuevo como una nefasta fuente de cavilaciones, pasa por tratar de entender aquello que puede pasar por la mente de un pueblo para promover, justificar o implicarse de una u otra manera en semejante abominación.

Porque navegar en la que podríamos denominar Problemática Judía, supone navegar por el que ha sido uno de los mayores periplos de la Historia de la Humanidad, un periplo que en el caso de su vertiente europea, adquiere, si es que esto es posible, tintes verdaderamente épicos.
Navegar en la concepción terrenal del Pueblo de Israel supone comprender hasta qué punto ellos ante que nadie comprendieron y desentrañaron aspectos sin los que hoy resultaría imposible no solo entender la composición de la realidad, sino la realidad en sí misma.
Así, no se trata tan solo de que vislumbraran antes, y por ende mejor que nadie, las posibilidades de un Espíritu Europeo en el que la integración de los pueblos en pos de un objetivo común optimizaría los procesos, vinculando a un esfuerzo integrador el logro de resultados positivos habiendo de emplear para ello menos y a por ende más puntuales esfuerzos. Tampoco se trata de que estructuras de Estado como bien podrían ser las que acabaron por conciliar intereses en pos del bien común que acabó siendo España, deban mucho al Pueblo Judío.
Se trata en realidad de que el evidente colapso al que nuestro modelo tiende, supone para muchos la preconización de una nueva modalidad de lucha destinada no tanto a conquistar, como sí más bien proteger lo que se ha logrado acaparar, imprimiendo para ello una nueva forma de conducta que no escatima en recursos a la hora de destruir al que puede erigirse en una amenaza, ya sea ésta de carácter factual o potencial.

Porque al contrario de lo que pueda parecer, y sobre todo para desgracia de quienes desean imprimir a esta crisis una nueva visión destinada a crear una nueva realidad en base a la cual tener que diseñar un nuevo escenario para cuya reedición se haga imprescindible la adquisición de certezas o procesos que solo ello poseen, pero que se mostrarán gustosos de poner a nuestra disposición a cambio por supuesto de digamos, un módico precio; lo cierto es que no estamos ante la creación de algo nuevo. Más bien, ante la enésima reedición de uno de los más viejos problemas con los que el Hombre viene enfrentándose desde que es Hombre o lo que es lo mismo, desde que es capaz de generar conciencia de que hay otros, los cuales bien podrían ser diferentes.

Porque pese a quien pese, los Judíos son diferentes, ¡vaya si lo son! Y lo peor de todo es que están muy orgullosos de preconizar sus diferencias.
Así, en un ejercicio traumático donde los haya, la Sociedad Occidental siente cómo la golpean digamos, a nivel estructural. Es así como, de forma un tanto improcedente, y tal vez por ello más dolorosa, que toda la sociedad, desde el primero hasta el último de sus integrantes, ha de enfrentarse con sus demonios. Y el primero en aparecer es el de la hipocresía.

Enfrentados con su propia esencia. Reflejados en sus espejos, la práctica totalidad de los individuos que conformamos este presente habremos, más pronto que tarde, de constatar el grado de solidez de nuestros principios. Y habremos de hacerlo atendiendo a la salvedad de que del resultado de tales pruebas dependerá, entre otros, el grado de solvencia con el que el Proyecto Europeo podrá seguir adelante toda vez que los valores que determinan el bagaje de una Sociedad, procede en mayor o menor medida del cúmulo de principios que sus integrantes puedan llegar a merecer.

De esta manera tan simple, a la par que tan evidente, queda puesto de manifiesto que lo que en un primer momento pudo parecer un incipiente acto de actualidad, sometido a la vorágine que a la misma le es propia, constituye en realidad el reencuentro de la sociedad con uno de sus enemigos ancestrales a saber, el que se nutre del miedo que todo individuo tiene a cuanto es, sencillamente, diferente.

Y los Judíos no solo son diferentes. ¡Los Judíos se han pasado los últimos tres mil años pregonando, puliendo y atalantando todo aquello que les hace diferentes!

Y eso ha superado con mucho la paciencia de muchos pueblos durante años.

Ocurrió en España con los Reyes Católicos. Se usó en la Europa Post-Revolucionaria como excusa para hacerse en última instancia con los jugosos capitales que amasaron durante siglos. Ocurrió en Rusia antes y después de la Revolución. Y finalmente alcanzó su cota más brutal e incomprensible en la Alemania de la primera mitad del siglo XX.

Sin embargo, quedarnos una vez más en el historicismo a la hora de desentrañar respuestas para preguntas que ya merecen sin duda ser respondidas, constituiría una vez más caer en un ejercicio de banalidad del que sería bueno que la Sociedad ya se hubiera vacunado.
Es por ello que tomando el camino de la responsabilidad, ya va siendo hora de que todos comencemos a asumir las responsabilidades que en mayor o menor medida, pueden sernos atribuidas. Responsabilidades que en definitiva, utilizando el problema capital que hoy nos ocupa a modo de catalizador, nos lleven a comprender de manera ahora ya sí definitiva que el compromiso digamos definitivo para con estructuras de la repercusión de la propia Democracia, exige de todos nosotros un ejercicio que transciende con mucho del digamos, mero electoralismo, que se satisface cada cierto tiempo introduciendo el sufragio en una urna; para trasladarnos un compromiso mucho más profundo capaz de llevarnos a por ejemplo dejar clara constancia a nuestros gobernantes, aquéllos no lo olvidemos que se erigen en nada más que nuestros propios representantes; de que no nos vamos a contentar con un procedimiento destinado a dar soluciones viejas a problemas que no son, ni tan siquiera, nuevos.

Con ello, un grupo destinado a sembrar el terror en Europa ha logrado lo que quería, desestabilizarnos. Mas ellos son, digamos, los malos. En nuestras manos está, una vez más, clamando por el espíritu de la Revolución Francesa, ser capaces de hacer del vicio virtud, reconstruyendo el edificio no contentándonos con reponer, sino esforzándonos por construir. Aumentando con ello la solvencia de los individuos, reforzando una vez más la ilusión de eterno sueño que sustenta el Proyecto Europeo.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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