Porque una vez que se apagan las velas, cuando los
visitantes se han ido y solo el vacío que el silencio deja sirve para
recordarnos que el eco no es sustituto válido. Entonces, solo entonces, el
viajero comprende la verdadera magnitud de su tragedia, la que pasa por
entender que lo que dejó atrás es tan grande, que jamás encontrará un lugar
donde volver a descansar su alma.
¿Y qué opciones pueden quedar cuando lo que quedó atrás no
es sino tu dignidad, disfrazada con los jirones en los que se descompuso al
final tu condición de Ser Humano?
Porque de eso, nada más, o nada menos, es de lo que hablamos
en este caso.
Una vez transcurridos setenta años desde que tropas
pertenecientes al Ejército Rojo irrumpieran,
liberándolo, en el Campo de Concentración de Auswitchz, solo el cúmulo de
sensaciones que se agolpan en nuestras mentes, sirven no para recordarnos,
cuando sí más bien para emocionarnos en pos de la necesidad que como Seres
Humanos mostramos de canalizar nuestros impulsos una vez aceptado cuando no
asumido que tales hechos, por escapar de los que se atribuyen como propios de
seres humanos, han de quedar específicamente vinculados al mundo de la
sinrazón, quién sabe si al mundo de las pasiones. Porque tal vez precisamente
ése y solo ése haya de ser el homenaje esperado
por todas las víctimas, tanto por las casi cuatrocientas mil que finalmente pudieron volver a ver la luz del sol no a
través del terrible velo que el humo procedente de los crematorios provocaba; como
sobre todo por las integrantes del más del millón y medio de hombres, mujeres y
niños, Judíos en su mayor parte, que no lograron volver a ver luz alguna. Un
homenaje silencioso, porque solo el silencio puede acaparar tanto lo que podría
decirse, como lo que siempre quedará por decir. Un homenaje ante todo sincero,
porque tanto de hipocresías, como por supuesto de las otras conductas que
suelen acompañarla, constituyen una certeza de las que Europa ya está harta,
constituyen por sí solas además una amenaza, la que se esconde tras el
silencio, precursora de los olvidos, primera agente causal de las desgracias.
Porque una vez hemos abandonado, auque solo sea
circunstancialmente, el territorio de los recuerdos, lo cierto es que si una
fuerza es justificación para ello es sin
duda la que ha de impulsarnos a la hora de adentrarnos en los terrenos
propios de la Responsabilidad.
La responsabilidad, aditamento eterno, sin duda que ha de
erigirse en uno de los componentes básicos, estructurales, cuando no del Ser
Humano, sí al menos de los sistemas cuya
confección le son propios en tanto
que en la misma se dirimen sin el menor género de dudas controversias cuya
naturaleza generalmente suele ser de utilidad a la hora de encontrar respuesta
a cuestiones tales como la dialéctica que por otro lado le es también muy
propia.
La dialéctica, la responsabilidad, una vez más las grandes cuestiones a la par que
integrantes de los dilemas que sirven si no para entender, sí al menos para
tratar de dilucidar la naturaleza del Hombre a partir de sus comportamientos.
Porque tal vez, y solo tal vez, ahí sea donde precisamente
subyace el núcleo de toda esta disquisición. Una cuestión que tal vez se dirima
a través de asumir como ciertas cuestiones por otro lado tan incómodas como las
que proceden de comprender que en la naturaleza del Hombre pueden hallarse
disposiciones tan contradictorias como las que se dan cita a la hora de por
ejemplo, poder pintar Las Meninas, o poder ordenar el exterminio de más de seis millones de Seres
Humanos.
Y en un acto teatral final, quién sabe si incluso dotado de
mayor violencia toda vez que lleno de
sutileza (el pensamiento necesita de conceptos, y precisamente dotar de nombres convierte a las cosas en conceptos)
fueron capaces de nombrarlo: La Solución Final.
Pero llegados a estas alturas me atrevo a afirmar sin ningún
tipo de cortapisa que acusar a los de siempre de todo, como siempre, es en sí
mismo un error tan tremendo que causaría estupor, cuando no risa, si no fuera
porque la tragedia que engloba es de tal magnitud que ningún tipo de acepción
humorística parece posible de ser traída sin
generar la nausea.
Alejados así pues tanto de las consignas propias, esto es las conformadas a partir de las fórmulas
del plañir al uso; como por supuesto de los silencios
maquillados, entre los que podemos aglutinar la conducta, por otro lado
intachable de quienes siguen pensando que alguna
clase de posicionamiento en cualquier tema es mejor que ningún posicionamiento;
lo cierto es que transcurridos setenta años bien considero que podemos, casi
mejor debemos, dar por inaugurado un nuevo periodo. Un periodo identificado
desde el epígrafe propio de comprender que tal vez, y solo tal vez, la conducta
propia, a la sazón la más responsable, pase por asumir que hay que volver a
preocuparse.
Que nadie piense que la
acción cronológica tiene nada que ver, al menos nada si nos atenemos a los
principios estrictamente cuantitativos. Así, en líneas generales, el
surgimiento o resurgimiento de las
grandes amenazas encargadas de cuestionar la estabilidad de Europa, y por
ello del mundo, no hay que buscarla en la Cábala,
como si de una mera ordenación se tratara. El surgimiento de las grandes
amenazas que surgen con el firme propósito de desestabilizar a Europa y al
mundo obedece sin duda a una suerte de proceder cuya realidad puede formularse
bajo el demostrado principio de que solo
se percibe cuando ya está presente. Y si algo tenemos claro hoy por hoy, es
que la rutilante sensación de que una vez más, los fantasmas han vuelto, está
más que presente.
Pero, si tan claro lo teníamos, si tan seguros estábamos de
nosotros mismos. ¿Cómo es posible que las viejas amenazas hayan vuelto a
adquirir tamaña naturaleza hasta el punto de constituirse de nuevo en una
verdadera amenaza?
La pregunta, una vez más, tal y como suele ocurrir con todas
las que vienen a responder a una suerte
de interés, encierra ya en su génesis parte de la respuesta.
Precisamente esa seguridad,
traducida en la falsa convicción que durante decenios viene ganando adeptos
entre los hombres civilizados bajo la
forma de expresiones tales como lo hemos
superado, o, se trata de cosas que jamás volverán a repetirse en buena lógica; se
muestra hoy por hoy, y a las pruebas me remito, como el mayor de los peligros,
en tanto que el mayor aliado de quienes, no lo olvidemos, vuelven a mostrarse
competentes en aras de sumir a Europa en el caos, con tal de ver impuestas sus
percepciones.
Porque que nadie se equivoque. Cuando el Cabo Bohemio se reunía con el fotógrafo Hoffmann, en lo que acabó por
ser el principio del fin, incluso antes de Lo
de Munich, no lo hacía tan solo porque fuera presa de un terrible ataque de
acidez de estómago vinculado con la nota que acompañaba a la negativa del
Rector para que accediera a la Universidad para estudiar Arquitectura. Si tanto
ese como por supuesto todos los acontecimientos que vinieron después tuvieron
licencia para acaecer, lo fue sobre todo porque el contexto situacional, y su
expresión máxima, el silencio, así lo facultaron.
Silencio, apatía, abulia, y los sentimientos que suelen
acompañarlos, cuando no justificarlos, decepción, sensación de traición y
defección; son siempre ingredientes de una ecuación peligrosa que ya
simplemente en su descripción farmacológica resulta estimable así qué, ¿Qué
decir cuando la misma se transmuta dando
paso a conductas reales, con consecuencias reales?
Sea como fuere, lo cierto es que nada ocurre porque sí.
Dicho de otro modo, éste, como todos los comportamientos humanos, han de ser
ubicados dentro de una suerte de contexto que o bien los provoca, o bien los
permite. Dicho así, el silencio generalizado con el que la gente normal que conformaba la mayoría cuantitativa del Pueblo
Alemán, tiene necesariamente que tener una causa, un motivo porque ¿Qué
lleva a semejante grado de apatía a tamaña cantidad de personas, para que
contemplen impasibles tamaño comportamiento?
Unas cifras de paro exorbitadas. El país en deflación. La Deuda Pública por
las nubes. Un Gobierno superado por los acontecimientos, obligado a
desarrollar una conducta errática permanente muestra con sus desmanes de su
absoluta incapacidad.
Creo que todo debería de quedar lo suficientemente claro. Y
debería a la vez de estar claro para todos.
Si alguien duda, que piense en la leyenda que enmarcaba la entrada principal del Campo de
Concentración de Auswitchz: El trabajo
os hará libres.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.