…O de cómo la Historia ilumina ahora la senda del que otrora
fuera tenido por traidor, dejando pues el espacio libre para que los verdaderos
traidores lo ocupen.
Y es que antes incluso de entrar en materia, puede albergarse
en tamaña paradoja, la certeza de que sin duda, nos hallamos ante una
controversia que sin duda obedece a criterios estrictamente españoles, esto es, a los que una y mil veces, y por
supuesto nunca por siempre, se juegan cada vez la esencia de la integridad de España, sin cuidarse una sola vez de no
ultrajarla cada vez que con ello piensan son capaces de engrandecerla; ya sea a
la misma, o a la leyenda que para mantenerla unos y otros han tramado.
Sea como fuere, lo único cierto es que en la tarde del 27 de
diciembre de 1870, el General PRIM, Presidente del Consejo de Ministros de
España, caía víctima de un atentado criminal que bien podría ser, y de hecho
así lo fue años después; considerarse modelo para futuros magnicidios.
En términos que podríamos considerar como estrictamente
abocados a lo práctico, ya solo las cifras apabullan. Treinta y seis esbirros,
venidos de procedencias tan dispares como La Rioja, la propia Cataluña , e
incluso Andalucía, conformaban una unidad por otro lado del todo dispar en
tanto que entre si no se conocían, salvedad hecha por supuesto entre las
respectivas unidades las cuales, en un número no inferior a seis, cercaban
Madrid conformando sin duda una maraña que
se cerraba sobre el Presidente, con
la única finalidad de que fuera como fuese, no saliera vivo de allí.
Para cualquiera que sea consciente de la magnitud de tales
cifras, o más concretamente del hecho incontestable que las mismas suponen al
considerarlas desde el terreno de lo meramente
cuantitativo; sin duda el hecho en sí mismo constituirá una muy jugosa pista a la hora de ir
conformando el entramado tras el que toda la cuestión gira.
Así, el que ya fuese en su momento considerado el asesinato más caro de la Historia, bien
podría tener en tal cuestión la primera de las cuestiones que una vez superadas
las estipulaciones legendarias, podría someterse a una cuestión eminentemente
práctica cual es la que surge de contestar a la pregunta obvia. ¿Quién podía
tener, además de motivos, la capacidad para formalizar semejante cantidad de
medios en pos de ejecutar tamaño magnicidio?
La cuestión, lejos de baladí, se presenta más que
interesante ya que además de descartar por cuestiones basadas en la obviedad
práctica al por otro lado considerado como máximo responsable, a saber el
Parlamentario Paúl Angulo; nos arroja más bien en toda su extensión en pos de
la búsqueda de un autor intelectual el cual, además de poseer a priori
múltiples medios que puedan se fácilmente movilizados en pos de una empresa
como ésta, ha de sacar sin duda el máximo partido de la misma. Un partido que ha
de ser en cualquier caso equiparable de una u otra manera a los riesgos que la
misma entraña, los cuales de resultar fallidos bien podrían arrojar al o a los
conspiradores al cadalso. Así pues, ¿constituye semejante empresa algo digno de
ser encomendado por menos que por, digamos, la propia Corona de
España?
Lo específico de las acusaciones,
reduce por ende en gran medida el espectro de los que podrían darse por aludidos es más, parece que la
trama resultante reduce la sección de
su objetivo a la presencia infundida por Antonio de Orleans, duque de Montpensier, e hijo del rey de Francia.
A tal respecto, la Comisión Prim , la cual entregó la conclusión de sus
trabajos en 2012, ya afirmó de sus trabajos que, sin el menor género de dudas,
el duque invirtió una más que cuantiosa
suma de dinero en el desarrollo de estrategias destinadas a la consecución del
trono de España (…) algunas de las cuales requerían, como hecho incuestionable
la desaparición del valido, a saber el Gral. Prim. A título de información,
la mencionada comisión quedó disuelta de manera casi inmediata a los pocos días
de promulgar sus conclusiones, siendo la versión oficial “…el elevado coste
conceptual e histórico que tamañas consideraciones podrían traer aún hoy en día
aparejado.”
De una manera o de otra, lo cierto es que el General Prim
pertenecía sin duda a esa clase de personas que de una forma u otra, ya fuera
de forma consciente en unas, o inadvertida en otras, lograba dejar su impronta.
Una impronta marcada en la esencia de proceder estrictamente castrense toda vez que desde tamaña perspectiva
erigía siempre los patrones destinados a ejecutar lo que en cada caso
consideraba oportuno.
General, y a pesar de ello, diplomático, Prim mostró desde
un principio una peculiar capacidad para las conductas políticas. Peculiar,
porque si algo ha quedado claro a partir de la lectura más o menos atenta de la
Historia de España, es la evidente propensión que los militares han tenido para
degenerar en tiranos, cuando no en meros reyezuelos,
una vez que la perversión de la política, en apariencia lo único a lo que
ésta puede aspirar una vez cae en manos de soldaditos
de plomo, sometía a éstos y a sus obras a los designios de procedimiento
conocido.
Sea como fuere, bien por el mero acto de patriotismo, o por
la abigarrada disposición mostrada por Prim en pos del mantenimiento de la
figura de la Corona, tal y como se desprende de sus denodados esfuerzos en pos
de devolver a España a su en principio inherente condición de país monárquico, lo que conseguirá más
no verá al llegar el que será durante unos pocos meses Amadeo I de Saboya un
poco tarde, concretamente seis días; lo cierto es que Prim encarnará como nadie
ese viejo dicho que afirma que tres son las
maneras de entender el desenlace de una cuestión: bien, mal, y por supuesto
como la resuelve un militar.
Ya fuera con la ayuda de otros como los dispuestos en el
alzamiento de 1842 contra Isabel II, en el que el también General Narváez se
pusiera a sus órdenes para poner coto a lo que muchos comenzaban a considerar
desmanes protagonizados por la reina; en la Batalla de Tetuán donde finalmente
mostró su valía, o incluso por supuesto en los acontecimientos de Cataluña, en
los que sin duda mostró su carácter de ante todo, patriota; lo cierto es que el
General Prim puso pronto sobre la mesa una disposición exagerada toda vez que
de la impronta de un guerrero, se extraía también la semántica de un
político. Y todo ello conformaba sin el
menor género de dudas, una entidad altamente peligrosa, sin duda, para muchos.
Una entidad altamente peligrosa, en torno de la cual, y bajo
el supuesto lema el enemigo de mi enemigo
es mi amigo, pasaron a integrarse muchos de los que, por unas cuestiones o
por otras; presas en ocasiones de la envidia, víctimas en otras del mero
oportunismo, hicieron de la muerte de Prim la antesala imprescindible de la
solución a sus problemas, los cuales eran en unos casos reales, resultando en
otros meras cuando no vulgares ensoñaciones.
Y entre todas estas, como figura genial, el también general,
Francisco Serrano Domínguez, el cual se erige como responsable último de la
muerte toda vez que Prim había quedado bajo su protección desde el momento
mismo del ingreso de éste en el Palacio de Buenavista; gravemente herido, y
perdiendo mucha sangre.
Es a partir de ese preciso instante, el que se desencadena
tras el ingreso del herido en el palacio, cuando se pone en marcha la parte más
repugnante de todo el episodio, ya que de la lectura atenta del mismo extraemos
que al General Prim lo mataron dos veces.
Partiendo de la atenta lectura de la obra publicada por
Francisco Pérez Abella “Prim, la momia profanada”, muy interesantes son los
hechos desvelados en base a los cuales, al general lo mataron, en realidad, dos
veces. Así, si traumático hubo de resultar sin duda el episodio acontecido en
la Calle de El Turco, donde un grupo formado por no menos de tres arcabuceros
abrió fuego contra él en repetidas ocasiones causándole graves heridas: lo
cierto es que los asesinos hubieron de esperar para finalizar la labor con
tanto empeño por otro lado desarrollada, para acabar dando muerte a Prim en su
cama. Una cama no lo olvidemos emplazada en el palacio de Buenavista. Un
palacio, no lo olvidemos, que se condujo de manera tanto formal como de
procedimiento durante aquellos tres días bajo las exclusivas órdenes del
General Serrano.
Así, y a partir de la red de mentiras que el propio Serrano
comenzó a elaborar desde el momento en el que, y a las pocas horas del suceso
ordenaba a la prensa publicar un escrito en el que de forma burda, si bien no
se negaba el atentado, sí que se minimizaban sus consecuencias; hasta el
momento mismo de la muerte del general, acontecida en circunstancias poco
claras tres días después, y que de haberse producido por causas como indicaba
la primera autopsia relacionadas con la evidente pérdida de sangre tampoco
minimizarían en un ápice la responsabilidad de Serrano toda vez que el propio
médico de Prim había afirmado que de
peores heridas había salido después de entrar en combate, lo cierto es que
muchas son las brumas que se ciernen sobre esas fatídicas 72 horas. Brumas que,
una vez analizados los más de seis mil folios que componen el sumario, muchos
de los cuales han sido terriblemente dañados en un intento de ¿ocultar la
verdad? no hacen sino incrementar la percepción de estafa histórica.
Sin embargo, y una vez logrado vencer los presagios que, por
ejemplo llevaron a disolver la
Comisión Prim al poco de que presentara sus conclusiones
para ¿tratar de desautorizarlas? Lo cierto es que de la lectura atenta de la
documentación que Pérez Abellán nos regala, se derrama una última conclusión
fidedigna: La última muerte de Prim se debió a la acción de una pulcra ejecución a lazo.
Constituye la muerte por lazo, una de las más rápidas,
eficaces y a la sazón limpias formas de morir. En contra de lo que pueda
alcanzarse, la muerte infringida por este medio no se parece al ahorcamiento,
ni siquiera al estrangulamiento. La muerte por lazo se produce de manera muy
rápida al estar asociada a la hipoxia, es decir, se produce por la hipoxia que
se traduce en imposibilidad de acceso del oxígeno al cerebro…
Se trata de una forma de ejecución muy practicada entre las
Sociedades Iniciáticas, como puede ser el caso de Los Masones.
Y Prim era Masón, concretamente de Grado 33.
Y Serrano era Masón…
El trabajo pudo
ejecutarlo José María Pastor, directamente imputado en el sumario en principio
por reclutar mercenarios para el asesinato.
O pudo hacerlo el propio Narváez, a la sazón responsable de
su escolta y guardia.
La cuestión es: ¿Lo hicieron bajo la expresa orden de
Serrano, o incluso con éste presente en la habitación?
Son preguntas para cuya respuesta tal vez no estemos
preparados. O al menos eso debieron pensar los que mutilaron cientos de las
miles de páginas que componen el sumario del Asesinato del General Prim.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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