Porque aunque puedan parecer términos encontrados, o en
principio de difícil encaje, lo
cierto es que ahí es donde sin lugar a dudas ha de brillar, cuando no de
materializarse, el ingenio. Definitivamente, en aquellos lugares propensos al
triunfo donde la mayoría, inepta, servil, o en una tórrida mezcla de ambos
caracteres (o sea, caciquil) sencillamente fracasaron.
A estas alturas, lo único que parece estar claro es la sin
duda necesaria genialidad de la que habrá de hacerse depositario aquél que
sinceramente se considere digno de optar a la propuesta que hemos esbozado,
Propuesta compleja donde las haya, en tanto que en su esencia ha de albergar
precedentes, cuando no ingredientes, ciertamente contrapuestos. Se trata, en
definitiva, de toda una declaración de
intenciones la cual, dado además lo sensible de los previos sojuzgados,
presenta elementos no disfuncionales, cuando sí directamente, contrapuestos.
Nos encontramos pues, sin el menor género de dudas, antes
los previos excepcionales que bien podrían albergar una clara apuesta destinada
a que la Dialéctica brille en todo su esplendor.
La Dialéctica, elemento creador, a la sazón distancia máxima
con al que el Hombre puede soñar la hora de de jugar a ser Dios y que, al menos en lo teórico, entendido esto como
lo absoluta y diametralmente opuesto a lo empírico, hace a los hombres dibujara
acuarelas sin márgenes de lo que bien podría significar sentirse como Dios.
Pero como todo, esto tiene sus consecuencias. Y en el caso
que nos ocupa se trata de unas consecuencias vinculadas al dolor casi etéreo,
en tanto que es casi divino, de intuir sin llegar a saber, de recordar, sin
llegar a concretar. No en vano se trata de desmentir una sensación solo
comparable al recuerdo que en nuestra memoria queda del primer dulce que antaño
saboreamos. Y como en todo recuerdo, las emociones no hacen sino edulcorarlo,
alejándonos con ello de cualquier posibilidad de certeza.
Nos encontramos pues, y en cualquier caso, definiendo los
sutiles retazos que ayudan a hacer comprensible lo que de todas, todas, no puede sino ser conformado en ingredientes
exclusivamente manipulables por y para la Razón. Queda así pues
claro, que lo único claro es que nos aproximamos de manera inexorable hacia los
terrenos del Racionalismo.
Buscamos pues, un patriota
razonable. Expresado de otra manera, nos creemos con opciones mínimamente
adecuadas de encontrar a un hombre que por medio de la Razón, lo que supone
obviamente descartar lo apasionado como argumento; se muestre capaz de
convencernos de la idiosincrasia de España, y a la sazón, de la que les es
propia a los españoles.
Puede parecer complicado, mas en este caso lo específico de
los componentes del compuesto, hacen que tal y como ocurre con un compuesto
químico, la combinación solo pueda dar lugar a un determinado resultado.
Nace Baltasar Melchor Gaspar María de JOVE LLANOS y RAMÍREZ
en Gijón, la Noche de Reyes de 1744. Lo hace en el seno de una familia si bien
no adinerada, cuando menos, desahogada, lo que se traducirá en la disposición
que ésta tendrá para que el niño, desde muy pronto, tenga un permanente a la
sazón que interesante contacto con los libros, catalizadores del Saber. Y la relación es de franca satisfacción,
lo que convertirá en no solo nada traumático, cuando sí más bien incluso
francamente benigno el que resulte imperativo vincular al joven hacia las
disposiciones canónicas toda vez que el dispendio necesario para que el niño
estudie (él hace el número once en la genealogía familiar), requiere de la
particular concesión hacia los hábitos, al
menos como medida de distensión a la hora de justificar la inversión.
Pero la realidad pronto dará frutos, y éstos certificarán
hasta qué punto la inversión habrá pronto de resultar positiva esto es, dará
claros a la par que evidentes frutos.
Aunque para ello, o tal vez como requisito imprescindible,
habremos de consignar la clara y sin duda definitiva que nuestro protagonista
llevará a cabo para con cualquier vestigio canónico. Ruptura que no estará para
nada vinculada a proceder de carácter accidental,
cuando sí más bien, como certificarán los propios escritos de JOVELLANOS,
vendrá determinada por la sin duda convicción de que La Iglesia, y por ende
todos y cada uno de sus componentes, han de permanecer alejados de todo
contacto para con cualquier acción didáctica, en aras de impedir la
contaminación que de tal relación sin duda habría de surgir.
Y será no obstante JOVELLANOS un hombre religioso. Y lo será
en el más amplio sentido de la
palabra. Cree no en vano nuestro protagonista que la Religión
es en sí mismo un auténtico componente de los que son dignos de componer la
enumeración de lo que habría de albergarse en toda definición de España, y por
ende de los españoles. Así, en una misiva remitida, aunque nunca entregada al
Delegado Francés que trae la encomienda de ofrecerle un puesto en el Gobierno Josefino; afirma que la
Religión no es sino uno de los componentes que con mayor prestancia sirven para
definir la posición que todo español ha de mostrar hacia determinadas
consideraciones (como en este caso aquéllas que servirán para despreciar, cómo
no con gran maestría la tal encomienda, rechazando en consecuencia la propuesta
formal de un Ministerio en el Gobierno del invasor napoleónico.)
Todo ello ¿simplemente? para ayudarnos, cuando no para
determinar, la intensidad de la aproximación a la figura de un español
patriota, que no necesariamente nacionalista. Porque quizá en tal matiz se
encuentre la incógnita que hoy nos sirve para ubicar tal vez a muchos, aunque
hoy nos resulte suficiente con nuestro protagonista.
El ingrediente propenso a la hora de hacer plausible tamaño
discernimiento, la
contradicción. La contradicción como elemento perenne que se
vuelve constante generatriz tanto de la personalidad como por supuesto de la
obra de JOVELLANOS, y que se convertirá en combustible indispensable de esta máquina de pensar en la que sin duda
llegó a convertirse.
Una máquina cuya
precisión solo puede llegar a intuirse a partir del análisis de variables que
se requiere para comprender el positivo efecto que en este caso llevaron a cabo
como entes reguladores, el paso de JOVELLANOS por distintos lugares, y por
supuesto con distintas funciones.
Resultará así de especial interés el paso por Sevilla. A
raíz del mismo, además de afianzar si cabe sus recelos hacia los estipendios
canónicos, nuestro protagonista comenzará de manera oficial sus relaciones para
con la Administración Pública.
Lo hará vinculado al mundo del Derecho con el cual, si bien
la aproximación ha sido corta, y muy reciente, no será menos cierto afirmar que
ha sido especialmente provechosa.
Así, y como prueba del bienestar que la mencionada causa en
el todavía joven, tendremos a bien observar las dos aproximaciones que hacia el
Teatro primero, y hacia la Ópera después, nuestro protagonista desarrollará en
torno a finales de la década de 1760.
Y aunque ciertamente sería injusto decir que de las
mencionadas experiencias se extrajo algo satisfactorio más allá del propio
gusto egocéntrico, o sea, el que se satisface por el mero hacho de demostrar
una aptitud, cuando no una mera disposición; lo cierto es que con la
perspectiva que el tiempo proporciona nos sirve, qué duda cabe, que nos
hallamos ante un hombre excepcional, no solo por lo polifacético, sino más bien
por el grado de precisión que era capaz de imprimir en todo lo que hacía.
Puede por ello que por esa senda encontremos la explicación
sobre los motivos que justificaron su presencia en sendos Consejos Supremos
nada menos que de tres Monarcas. Así, podemos decir que Ilustró al Ilustrado por excelencia ( Carlos III). Soportó a Carlos
IV, y mandó varias veces a paseo nada
menos que a Fernando VII. Y en todos los casos sin perder por supuesto las
formas, ni por supuesto el respeto de los interesados.
Y todo ello sin perder ni una sola vez su esencia. Una
esencia que él mismo no definía, cuando sí más bien determinaba, como una
suerte de propensión a sentirse asturiano, a la vez que disfrutaba de la Gracia
de haber nacido en España.
De haber nacido en una España que, una vez más mostrará para
con uno de sus hijos más insignes esa cara tan indolente, cuando no
abiertamente desagradable, con la que esta patria premia a aquéllos de sus
hijos que tienen la desgracia de ser unos adelantados.
Porque una vez más, y por supuesto y por desgracia no será la última,
JOVELLANOS será otro de los que engrosan esa inefable lista conformada a partir
de los cuales la esencia de España no podría ser objeto de comprensión, si bien como precio es la propia esencia la que
ha de ser entregada en prenda.
En definitiva, un ejemplo más de las peculiaridades con las
que hay que contar a la hora de esperar enjuiciamiento a la hora de decir sin
tacha que se es español.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.