Sumidos de nuevo en los rigores del único verdaderamente
irrefutable, a saber, el Tiempo, es cuando a partir del ejercicio de humildad al que una vez más el mismo nos somete, que comprobamos
lo explícita de su dialéctica en tanto no verdaderamente de poder saciarnos con
la comprensión de sus misterios, lo que sin duda conllevaría introducirnos en
los terrenos propios de lo mitológico; habiendo
pues de saciar no nuestro hambre, sino más bien nuestra nostalgia, con el burdo
intento de comprensión que supone el adecuar a nuestra vulgar concepción de los
hechos las escasas muestras de cercanías con las que el otrora demiurgo, hoy quién sabe si mero azar,
mal identificado con la suerte, desea anteponernos. Y todo solo para acabar
reflejando en nuestra mísera ignorancia, su siempre postrero triunfo.
Porque al igual que le sucede al niño que persigue a su
propia sombra, tal y como le acontece al anciano cuando le presentan a su
último compañero de viaje, a saber la muerte, solo la condenación de ser
conscientes de que al final lo único de lo que somos plenamente es del absoluto
dominio de nuestra ignorancia, es lo que de otro modo nos llevamos con
nosotros, quién sabe si como única compañía.
Acostumbrados como estamos a presagiar en la rutina, forma
moderna que adopta la antigua virtud de los presagios, es cuando en un día como
hoy hemos de cuestionarnos abiertamente además, algunos de los principio que
por otro lado de manera tan firme han servido para dar forma a los esquemas a
partir de los cuales no solo hemos conciliado el desarrollo de los que han
venido a ser nuestros paseos por la
Historia, sino que además, yendo quién sabe con ello mucho más allá, hemos
sido en principio capaces de concebir una suerte de esquema a partir del cual, a menudo hemos emprendido, y con visos
en ocasiones de acertar, el costoso camino de hacer asequible la propia Historia.
Ha sido así como a menudo, hemos deshilachado el otrora denso tejido al que bien puede asemejársele la propia Historia ,
para después aportar otra suerte de urdimbre encaminada a compilar no ya una
realidad distinta, sino más bien una realidad interpretable, adecuada no a la
manipulación, cuando sí al manejo de los utensilios con los que el Hombre de cada
época se conduce en unas ocasiones, para luego tratar de comprenderse a sí
mismo en otras a la sazón bien distintas.
Con todo y por supuesto desde ello, va poco a poco
concibiéndose una forma de procedimiento, cuando no de protocolo, destinado en
cualquier caso a determinar esa suerte de fabulación a la que a menudo
recurrimos en nuestra especial característica de animales racionales, capaces de comprender la realidad a base de amasar mejor que ninguna otra especie nuestro
propio pasado, aunque para ello hayamos de inferir una suerte de generalización
(de rutina procedimental sin lugar a dudas) dentro de la cual nos empeñamos en
conciliar todos los actos analizados, como por supuesto a determinar la suerte
de quienes como grandes protagonistas de la misma, dieron lugar a la Historia
en sí misma.
Es por ello que hoy creo más apropiado que en ningún otro
momento, llegando por supuesto a superar el hecho de que nos encontremos en
plena conmemoración del 170º aniversario de su nacimiento; el analizar las formas,
los modos, y sobre todo las maneras conforme a los que se comportó el que sin
duda es uno de los genios más importantes no solo del siglo XIX, cuando sí e
incluso de cuantos han venido a tergiversar la Historia de la Humanidad.
Y digo bien, a tergiversar.
Todos los grandes pensadores, o tal vez deberíamos decir
todos los grandes pensamientos, lo han sido, aportando con ello fama a sus
autores, precisamente por venir a sembrar
cizaña entre quienes son contemporáneos de sus autores. En palabras que paradójicamente
se atribuyen a Jesús de Nazaret, “Mirad
vosotros que vengo a sembrar el caos entre los Hombres. Yo traigo la desazón
que pone al hijo contra el padre…”
Porque está comprobado que solo la desazón, y la réplica que
le es propia, a saber la dialéctica, se alimentan del caos para desarrollar por
fagocitosis no ya un mundo mejor, sino a lo sumo un mundo distinto. Un mundo
que por adaptación, el gran logro evolutivo del que hace gala el Hombre, acaba
a menudo siendo más eficaz que el que se queda atrás.
Poco a poco, como ocurre en el amanecer, justo en el momento
en el que más negra es la oscuridad, es cuando la certeza de saber hace presa
en nosotros convirtiendo en sólida certeza lo que hasta hace unos pocos
instantes no se asemejaba sino a lo tenebroso de las dudas que el suelo
pantanoso plantea ante nosotros.
Amanece pues. La luz surge reveladora ante nosotros, y lo
hace no por medio del Sol, no lo hace por medio de un Dios. Lo hace por medio
de un hombre. Friedrich NIETZSCHE, en Moderno Prometeo que robó el fuego a los
Dioses, se lo entregó a los Hombres, y
no contento con ello, se jactó de ello de manera pública y notoria.
Porque retrayendo una vez más nuestros pasos sobre la que
supone esencia de nuestra reflexión de hoy, la suerte de NIETZSCHE, dispar y
dispersa donde las haya, le hace merecedor sinceramente de recalar en nuestro
recuerdo precisamente por muchas cosas. Mas sin duda la que más categoría puede
proporcionarle de manera evidente es la que pasa por comprender su capacidad
para desmontar esquemas, haciendo saltar literalmente por los aires cualquier
intento de establecimiento de cánones.
Nos encontramos así pues ante mucho más que un escritor,
ante mucho más que un filósofo, ante mucho más que un pensador. Ante mucho más
que un visionario.
Sobre F. NIETZSCHE irán recayendo, paulatinamente algunas
incluso durante el tiempo que le fue presente, pero sobre todo en la posteridad
a su muerte, muchas de las responsabilidades para con las que no solo para su
desgracia, sino más bien para las de toda una Sociedad, ésta no supo estar a la
altura.
Heredero de una de las épocas sin duda más controvertidas de
la Historia, tanto por los acontecimientos que efectivamente le fueron propios,
como más bien por aquéllos de los que serán predecesores cuando no directamente
responsables, lo cierto es que la primera mitad del siglo XIX supone para
muchos países, y para los herederos del ya finiquitado Sacro Imperio Romano Germánico mucho más si cabe, una permanente
confrontación en pos de volver a reconocerse
en sus esencias. Para llevar a cabo semejante ejercicio, Alemania, y por
ende todos sus países satélites, habrán
de poner en marcha un plan dirigido no tanto a conciliarse para con el presente
que les es propio, como sí más bien a recuperar el prestigio que una vez los
llevó a pilotar un proyecto por otro
lado hoy del todo extinguido. Y claro está, enfrentarse contra el mundo, además
de resultar agotador, suele mostrarse más pronto que tarde como una decisión
verdaderamente equivocada.
Aunque como suele ocurrir siempre en estos casos, el proceso
de restitución hacia la realidad, además de ponerse en marcha con un cierto
retraso, no suele hacerlo sin antes haberse llevado a unos cuantos por delante.
Y ese fue precisamente el precio que hubo de pagar nuestro protagonista.
Víctima no tanto de sus pensamientos sino más bien de su
época, los desarrollos ideológicos con los que pronto podrán llegar a
identificarse en unos casos, y a malversarse en otros los que a priori no
habrán de ser más que logros de un gran pensador, terminan por enfrentar de
manera no tan maquiavélica como sí más bien rocambolesca a NIETZSCHE con su
época, con toda su época.
Así, si KANT es y por entonces ya era considerado un genio
por desarrollar un procedimiento capaz de lograr resultados satisfactorios en
la implementación sosegada de los hasta ese momento irreconciliables mundo de lo pragmático, con el mundo de la
Razón, a NIETZSCHE, jamás se le perdonará el poner en marcha un
procedimiento destinado en este caso a enfrentar al Hombre con su propia
esencia. Un plan denodadamente destinado a mostrar al Hombre cuál es su
verdadera esencia, para lo cual y en primer lugar habrá de ser consciente de su
soledad. Un plan destinado a poner fin a las hipocresías. Un plan destinado a
poner al Hombre frente a frente con sus mentiras.
Pero claro, tal y como estaba escrito, no es bueno que el
Hombre esté solo.
NIETZSCHE enfrentará al Hombre con la Sociedad para una vez
vencidos estos vínculos, enfrentar al Hombre consigo mismo. NIETZSCHE irá mucho
más allá de desarrollar la individualidad del Hombre. Lo desnudará para
siempre, haciéndole irreconocible tanto para los demás, como para consigo
mismo. Y justo a tiempo, cuando todo parece estar perdido, cuando todo parece
haber llegado a su fin, el Hombre reconoce que efectivamente el haber llegado a
los niveles más próximos a la muerte, resultan imprescindibles para valorar la
vida, resultan la única manera de saber a ciencia cierta que se desea vivir.
Es así que con la primera oleada de furia liberadora caerán
todos aquellos montajes que, creados desde la finalidad de llevar a desarrollo
el engaño, fomentan lo que para ellos se consideran buenas prácticas. Es así que en términos políticos será denunciada,
y posteriormente derrocada, la que se llamará a partir de ese momento moral del esclavo. Bajo semejante
consideración se tratan todos los principios construidos de manera tan
perniciosa como antinatural, cuyo único destino pasa irreverentemente por
arrebatar al individuo los derechos que por
natura le han sido promovidos; sustituyéndolos por una suerte de falacia
conceptual que abogando por una forma de bien
común, no hace sino desmembrar al individuo al ponerle en la tesitura de
tener que elegir entre su bienestar, logro dionisíaco,
o el del grupo del que forma parte, responsabilidad apolínea.
Denuncias como ésta, llevadas a cabo dentro de lo que él
denomina colapso propio de un sistema que da primacía a la moral del esclavo, le llevará pronto a enfrentarse con todo y con
todos al promover prédicas no cercanas a nadie, que le alejan paulatinamente de
todo y de todos.
Y es así pues que, redundando de nuevo en la paradoja que
parece serle propia, habrá de ser en la consecución de su soledad donde logre
la constatación del éxito jamás perseguido, al menos no en los términos en los
que podría hoy dirimirse tal consideración.
“Mirad vosotros que vengo a sembrar el caos entre los
Hombres. Yo traigo la desazón que pone al hijo contra el padre…”
O por ser más precisos, citando para ello sus propias palabras:
Hay tan solo dos
formas de vivir completamente solo. Existe la forma propia de las bestias, o
existe por el contrario la del desarrollo propio del que habría de ser
considerado como un Dios. No obstante yo he alcanzado una tercera opción, la
que pasa por vivir mi vida como un Filósofo.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario