sábado, 18 de octubre de 2014

DE LA ETERNA INSATISFACCIÓN, COMO MOTOR DE DESARROLLO INEVITABLE.

Sumidos de nuevo en los rigores del único verdaderamente irrefutable, a saber, el Tiempo, es cuando a partir del ejercicio de humildad al que una vez más el mismo nos somete, que comprobamos lo explícita de su dialéctica en tanto no verdaderamente de poder saciarnos con la comprensión de sus misterios, lo que sin duda conllevaría introducirnos en los terrenos propios de lo mitológico; habiendo pues de saciar no nuestro hambre, sino más bien nuestra nostalgia, con el burdo intento de comprensión que supone el adecuar a nuestra vulgar concepción de los hechos las escasas muestras de cercanías con las que el otrora demiurgo, hoy quién sabe si mero azar, mal identificado con la suerte, desea anteponernos. Y todo solo para acabar reflejando en nuestra mísera ignorancia, su siempre postrero triunfo.
Porque al igual que le sucede al niño que persigue a su propia sombra, tal y como le acontece al anciano cuando le presentan a su último compañero de viaje, a saber la muerte, solo la condenación de ser conscientes de que al final lo único de lo que somos plenamente es del absoluto dominio de nuestra ignorancia, es lo que de otro modo nos llevamos con nosotros, quién sabe si como única compañía.

Acostumbrados como estamos a presagiar en la rutina, forma moderna que adopta la antigua virtud de los presagios, es cuando en un día como hoy hemos de cuestionarnos abiertamente además, algunos de los principio que por otro lado de manera tan firme han servido para dar forma a los esquemas a partir de los cuales no solo hemos conciliado el desarrollo de los que han venido a ser nuestros paseos por la Historia, sino que además, yendo quién sabe con ello mucho más allá, hemos sido en principio capaces de concebir una suerte de esquema a partir del cual, a menudo hemos emprendido, y con visos en ocasiones de acertar, el costoso camino de hacer asequible la propia Historia.
Ha sido así como a menudo, hemos deshilachado el otrora denso tejido al que bien puede asemejársele la propia Historia, para después aportar otra suerte de urdimbre encaminada a compilar no ya una realidad distinta, sino más bien una realidad interpretable, adecuada no a la manipulación, cuando sí al manejo de los utensilios con los que el Hombre de cada época se conduce en unas ocasiones, para luego tratar de comprenderse a sí mismo en otras a la sazón bien distintas.

Con todo y por supuesto desde ello, va poco a poco concibiéndose una forma de procedimiento, cuando no de protocolo, destinado en cualquier caso a determinar esa suerte de fabulación a la que a menudo recurrimos en nuestra especial característica de animales racionales, capaces de comprender la realidad a base de amasar mejor que ninguna otra especie nuestro propio pasado, aunque para ello hayamos de inferir una suerte de generalización (de rutina procedimental sin lugar a dudas) dentro de la cual nos empeñamos en conciliar todos los actos analizados, como por supuesto a determinar la suerte de quienes como grandes protagonistas de la misma, dieron lugar a la Historia en sí misma.

Es por ello que hoy creo más apropiado que en ningún otro momento, llegando por supuesto a superar el hecho de que nos encontremos en plena conmemoración del 170º aniversario de su nacimiento; el analizar las formas, los modos, y sobre todo las maneras conforme a los que se comportó el que sin duda es uno de los genios más importantes no solo del siglo XIX, cuando sí e incluso de cuantos han venido a tergiversar la Historia de la Humanidad.

Y digo bien, a tergiversar.

Todos los grandes pensadores, o tal vez deberíamos decir todos los grandes pensamientos, lo han sido, aportando con ello fama a sus autores, precisamente por venir a sembrar cizaña entre quienes son contemporáneos de sus autores. En palabras que paradójicamente se atribuyen a Jesús de Nazaret, “Mirad vosotros que vengo a sembrar el caos entre los Hombres. Yo traigo la desazón que pone al hijo contra el padre…”

Porque está comprobado que solo la desazón, y la réplica que le es propia, a saber la dialéctica, se alimentan del caos para desarrollar por fagocitosis no ya un mundo mejor, sino a lo sumo un mundo distinto. Un mundo que por adaptación, el gran logro evolutivo del que hace gala el Hombre, acaba a menudo siendo más eficaz que el que se queda atrás.

Poco a poco, como ocurre en el amanecer, justo en el momento en el que más negra es la oscuridad, es cuando la certeza de saber hace presa en nosotros convirtiendo en sólida certeza lo que hasta hace unos pocos instantes no se asemejaba sino a lo tenebroso de las dudas que el suelo pantanoso plantea ante nosotros.
Amanece pues. La luz surge reveladora ante nosotros, y lo hace no por medio del Sol, no lo hace por medio de un Dios. Lo hace por medio de un hombre. Friedrich NIETZSCHE, en Moderno Prometeo que robó el fuego a los Dioses, se lo entregó  a los Hombres, y no contento con ello, se jactó de ello de manera pública y notoria.

Porque retrayendo una vez más nuestros pasos sobre la que supone esencia de nuestra reflexión de hoy, la suerte de NIETZSCHE, dispar y dispersa donde las haya, le hace merecedor sinceramente de recalar en nuestro recuerdo precisamente por muchas cosas. Mas sin duda la que más categoría puede proporcionarle de manera evidente es la que pasa por comprender su capacidad para desmontar esquemas, haciendo saltar literalmente por los aires cualquier intento de establecimiento de cánones.

Nos encontramos así pues ante mucho más que un escritor, ante mucho más que un filósofo, ante mucho más que un pensador. Ante mucho más que un visionario.
Sobre F. NIETZSCHE irán recayendo, paulatinamente algunas incluso durante el tiempo que le fue presente, pero sobre todo en la posteridad a su muerte, muchas de las responsabilidades para con las que no solo para su desgracia, sino más bien para las de toda una Sociedad, ésta no supo estar a la altura.

Heredero de una de las épocas sin duda más controvertidas de la Historia, tanto por los acontecimientos que efectivamente le fueron propios, como más bien por aquéllos de los que serán predecesores cuando no directamente responsables, lo cierto es que la primera mitad del siglo XIX supone para muchos países, y para los herederos del ya finiquitado Sacro Imperio Romano Germánico mucho más si cabe, una permanente confrontación en pos de volver a reconocerse en sus esencias. Para llevar a cabo semejante ejercicio, Alemania, y por ende todos sus países satélites, habrán de poner en marcha un plan dirigido no tanto a conciliarse para con el presente que les es propio, como sí más bien a recuperar el prestigio que una vez los llevó a pilotar un proyecto por otro lado hoy del todo extinguido. Y claro está, enfrentarse contra el mundo, además de resultar agotador, suele mostrarse más pronto que tarde como una decisión verdaderamente equivocada.

Aunque como suele ocurrir siempre en estos casos, el proceso de restitución hacia la realidad, además de ponerse en marcha con un cierto retraso, no suele hacerlo sin antes haberse llevado a unos cuantos por delante. Y ese fue precisamente el precio que hubo de pagar nuestro protagonista.

Víctima no tanto de sus pensamientos sino más bien de su época, los desarrollos ideológicos con los que pronto podrán llegar a identificarse en unos casos, y a malversarse en otros los que a priori no habrán de ser más que logros de un gran pensador, terminan por enfrentar de manera no tan maquiavélica como sí más bien rocambolesca a NIETZSCHE con su época, con toda su época.
Así, si KANT es y por entonces ya era considerado un genio por desarrollar un procedimiento capaz de lograr resultados satisfactorios en la implementación sosegada de los hasta ese momento irreconciliables mundo de lo pragmático, con el mundo de la Razón, a NIETZSCHE, jamás se le perdonará el poner en marcha un procedimiento destinado en este caso a enfrentar al Hombre con su propia esencia. Un plan denodadamente destinado a mostrar al Hombre cuál es su verdadera esencia, para lo cual y en primer lugar habrá de ser consciente de su soledad. Un plan destinado a poner fin a las hipocresías. Un plan destinado a poner al Hombre frente a frente con sus mentiras.

Pero claro, tal y como estaba escrito, no es bueno que el Hombre esté solo.

NIETZSCHE enfrentará al Hombre con la Sociedad para una vez vencidos estos vínculos, enfrentar al Hombre consigo mismo. NIETZSCHE irá mucho más allá de desarrollar la individualidad del Hombre. Lo desnudará para siempre, haciéndole irreconocible tanto para los demás, como para consigo mismo. Y justo a tiempo, cuando todo parece estar perdido, cuando todo parece haber llegado a su fin, el Hombre reconoce que efectivamente el haber llegado a los niveles más próximos a la muerte, resultan imprescindibles para valorar la vida, resultan la única manera de saber a ciencia cierta que se desea vivir.

Es así que con la primera oleada de furia liberadora caerán todos aquellos montajes que, creados desde la finalidad de llevar a desarrollo el engaño, fomentan lo que para ellos se consideran buenas prácticas. Es así que en términos políticos será denunciada, y posteriormente derrocada, la que se llamará a partir de ese momento moral del esclavo. Bajo semejante consideración se tratan todos los principios construidos de manera tan perniciosa como antinatural, cuyo único destino pasa irreverentemente por arrebatar al individuo los derechos que por natura le han sido promovidos; sustituyéndolos por una suerte de falacia conceptual que abogando por una forma de bien común, no hace sino desmembrar al individuo al ponerle en la tesitura de tener que elegir entre su bienestar, logro dionisíaco, o el del grupo del que forma parte, responsabilidad apolínea.

Denuncias como ésta, llevadas a cabo dentro de lo que él denomina colapso propio de un sistema que da primacía a la moral del esclavo, le llevará pronto a enfrentarse con todo y con todos al promover prédicas no cercanas a nadie, que le alejan paulatinamente de todo y de todos.

Y es así pues que, redundando de nuevo en la paradoja que parece serle propia, habrá de ser en la consecución de su soledad donde logre la constatación del éxito jamás perseguido, al menos no en los términos en los que podría hoy dirimirse tal consideración.

 “Mirad vosotros que vengo a sembrar el caos entre los Hombres. Yo traigo la desazón que pone al hijo contra el padre…”

O por ser más precisos, citando para ello sus propias palabras:

Hay tan solo dos formas de vivir completamente solo. Existe la forma propia de las bestias, o existe por el contrario la del desarrollo propio del que habría de ser considerado como un Dios. No obstante yo he alcanzado una tercera opción, la que pasa por vivir mi vida como un Filósofo.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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