Semejante tesitura es la que arroja el mensaje que en torno
a las 17 horas del 31 de agosto de 1939, el mismísimo Adolf HÍTLER hacía llegar
a los por entonces Jefes de los Grupos
del Ejército Alemán, Gerd Von RUNDSTEDT y Fedor Von BOCK. La consigna,
simple, sencilla, casi elemental como suele suceder casi siempre en estos
casos, encerraba la chispa destinada,
qué duda cabe, a incendiar de nuevo Europa.
En cualquier caso semejante naturalidad, una naturalidad que
parece rozar de cerca la simpleza, no
hace sino esconder de manera por otro lado no menos elemental una larga
sucesión de procederes, deseos, plazos y decisiones que, obviamente para muchos
hunden sus raíces en el pasado,
concretamente en 1918.
Así, concretamente, en lo que concierne al propio HÍTLER,
conforme a lo detallado en su propio diario, el cual se convierte en
herramienta imprescindible a la hora no solo de dibujarnos una idea del
personaje; se revela por otro lado como la
piedra de toque desde la que poder hacerse una idea clara y evidente de muchos de los procederes que, vistos incluso
hoy, parecen sencillamente incomprensibles. “Los acuerdos de Versalles no pueden ni deben suponer la manifestación
real del “Espíritu Alemán”. De hecho, la oficialidad que firmó tan bochornosos
acuerdos debería ser acusada por la Historia en tanto que responsables del peor
de los delitos, el de Alta Traición para con la Querida Alemania.
¡La Patria ha de sobrevivir!
Tal y como podemos intuir a la vista de ésta y otras
consideraciones hechas desde el mismo
espíritu, muchos eran en Alemania los que no solo no se mostraban
satisfechos ni con las formas ni mucho
menos con el fondo de los acuerdos alcanzados en 1918 a las afueras de París,
y que a la postre supusieron el fin de la Primera Guerra
Mundial. Más bien al contrario es como si ellos, y en su caso
sus descendientes, llevaran desde entonces preparando las circunstancias, cada
uno a su manera, en pos de cobrarse
viejas deudas.
Desde esta perspectiva, basada no en la contraposición de
datos, sino en el desarrollo del valor de la cronología, lo cierto es que la
incidencia del Cabo Bohemio, un joven
Adolf HÍTLER que lucharía en la I Guerra
Mundial , parece venir a poner
en valor la valía de semejante nexo toda vez que viene a reforzar las
consideraciones que semejante presencia
parece poder o no tener, máxime si como pretendemos huimos en la medida de lo
posible de los grandes análisis a los que estamos tan acostumbrados, para ceder durante un instante a la valía del
que podríamos denominar Protocolo Tiempo.
Aceptada tal consideración como prometedora, habremos no
obstante de redefinir dos campos. Por un lado hemos de prestar la debida
atención tanto a los procederes, como por supuesto a los grandes resultados que
de los mismos se extraen, y que vienen vinculados a los grandes periplos temporales. De tal guisa habrán
de expresarse desde los ya mencionados efectos del Pacto de Versalles de
noviembre del 18, hasta por supuesto las consideraciones que acaban con la República de WAIMAR, los cuales tren
aparejados el ascenso del propio HÍTLER al poder. Y es precisamente en esta
línea de emplazamiento temporal, en
la que hemos de conciliar la fenomenología propia en la que sin duda se enmarca
no solo las acciones desarrolladas por el ya FÜRHER de cara al dominio de
territorios como Checoslovaquia y por
supuesto los Sudetes, como sí más bien la valoración que de los mismos
hicieron quienes estaban indefectiblemente llamados a ser sus enemigos.
Porque curiosamente, y en contra de lo que a toda mente lúcida pudiera llegarle a parecer,
la demora de los Aliados de cara a
comprender el grado de amenaza que Alemania verdaderamente suponía, así como la
demora en la intensidad de las decisiones que a tal efecto se tomaban por parte
de quienes para ello se hallaban atribuidos, conformaban un escenario que lejos
de satisfacer a HÍTLER, simplemente le hacían enfermar.
Porque lo que a estas alturas ha de estar sutilmente claro,
es que HÍTLER siempre quiso la
guerra. Una guerra que, como le espetó en su momento a Bernardo
ATOLICCO, embajador italiano en Berlín “Serviría para restituir en sus derechos
a noventa millones de personas que llevan años dolidos por la pérdida de los
mismos.”
Volviendo al tiempo, o por ser más exactos a las consideraciones
que de la interpretación de los mismos, es decir a aprender de las lecciones
que nos da la Historia, lo máximo a lo que por otro lado el Hombre puede
aspirar; es desde donde podemos conciliar el fenómeno que subyace a la forma
mediante la que los Aliados hicieron frente a cuestiones como la de Danzig , en lo que
supuso sin duda la constatación efectiva de que todo fue, desde el mismísimo
1918, una mera sucesión de provocaciones, destinadas a hacer que todo saltase,
una vez más, por los aires.
El único contrapunto a
tal mención lo pone, una vez más, la URSS. Así , mientras los Aliados se pierden una
vez más en lo que constituye la enésima
muestra de incapacidad diplomática que constituye una absoluta falta de
perspectiva a la hora de entender los acontecimientos toda vez que Polonia y
sus acuerdos con Inglaterra se revelan como todo un polvorín al que basta con
acercar la llama; HÍTLER demuestra otra de sus valías al colarse bajo las sábanas de la extraña pareja de cama que los intereses
han forjado; y prometiendo a la URSS una substanciosa tajada en el reparto de Polonia, logra no tanto
traerse a los rusos a su terreno, como sí más bien arrancar un pacto de no beligerancia. Cuenta así CHURCHILL
que cuando STALIN preguntó a sus asesores en relación al número de divisiones
que Francia estaría en condiciones de mandar contra Alemania en caso de
desatarse la contienda, éstos respondieron que algo más de cien. Hecha la misma
pregunta en relación a Inglaterra, los asesores respondieron que a lo sumo dos primero, y otras dos después.
“¿Saben cuántas divisiones pondremos sobre el terreno si entramos en combate
con Alemania? Más de trescientas.
Si bien la cifra es sin duda exagerada, el historiador Eddie
BAUER ha cifrado en no más de 150 las divisiones plenamente establecidas por STALIN para el combate, lo cierto es
que su mera consideración nos da ya una clara imagen de los preceptos que
comenzaban a plantearse.
Porque tiempo era lo que en definitiva y por motivos bien
distintos, unos y otros necesitaban. Así, la URSS ponía en 1942 la fecha máxima
en la que alcanzar la plena actividad
militar (en la que la cifra de las 300 divisiones e incluso alguna más) sí
sería real. Gran Bretaña y Francia habían trasladado a parecidas fechas el momento a partir del cual la amenaza Nazi había de
tomarse realmente en serio, y los plazos alemanes dictaban parecido devenir en
tanto que el DUCE había prometido a HÍTLER plena disposición y apoyo de todo
tipo para la primavera de 1942.
Pero es entonces cuando le entran las prisas. El 22 de
agosto de 1939 HÍTLER reúne a todos los integrantes de la Oficialidad en su refugio de Berchtesgaden. Allí, tras
otro de sus frugales almuerzos, escucha atentamente lo que en principio son más
reticencias que apoyos a lo que parecen constituir las líneas maestras del ya evidente Plan de Conquista de Europa.
Y como vio muchos
ombligos encogidos, se dispuso a disipar titubeos: “Cuando se desencadena una
guerra, lo importante no es tener razón, sino ganarla. Cerrad el corazón a la piedad. Actuad violenta
y brutalmente. Muchos millones os están observando. Alemanes que han de
conseguir lo que tienen derecho a tener. Hay que garantizar su existencia. El
más fuerte tiene la razón, el más implacable.”
Desde ese instante ya todo compondrá una suerte de vals bien interpretado. Con la salvedad
del error estratégico cometido en relación a CHAMBERLAIN como Premier, y al
devenir de su Ministro de Exteriores HÁLIFAX los cuales, lejos de verse
atolondrados por su manera de manejar la situación, no hicieron sino aumentar
su popularidad; lo cierto es que Polonia, y lo que ésta importaba para Gran Bretaña, “absolutamente dispuesta a validar
los acuerdos que con la misma tenía” vinieron a desencadenar los
acontecimientos.
Con el susto previo
que la negativa italiana a participar hasta 1942 “tal y como el DUCE había
prometido”, provocó, y que llevaría a suspender la orden de invadir Polonia el
26 de agosto cuando la orden ya estaba dada; lo cierto es que aún cuando no se
había enfriado la silla en la
que LIPSKY , embajador polaco en Berlín, había departido unos
instantes con RIBBENTROP en la tarde del 31 de agosto de 1939 “¿Tiene usted
denominación plenipotenciaria? De no ser así le ruego que se marche” Las
puertas del infierno se habían abierto.
Y=1.9.0445. “Invadan Polonia. Hora de comienzo 4:45 de la
madrugada de mañana, 1 de septiembre.”
Luis Jonás VEGAS VELASCO.