sábado, 5 de julio de 2014

DE MAHLER, DEL TIEMPO. DE CUANDO EL INFINITO HA DE SER MUCHO MÁS QUE UNA APACIBLE SUCESIÓN DE INSTANTES.

Constituye el de Gustav MAHLER, uno de esos atractivos devenires cuya máxima certeza pasa de manera inexorable por la inefable terquedad a la que ir que acudir en pos no tanto de comprender, cuando sí más bien de comprender, los devaneos, desaires, circunloquios y en definitiva, dudas mal despejadas que sin duda hubieron de configurar de manera definitiva quién sabe si una vida, o una mera sucesión de compases.

Porque sí, si queremos no ya hablar de Gustav MAHLER, cuando sí más bien comenzar a entenderle; hemos de hacer acopio de paciencia (a saber la traducción incompleta de la desazón), la cual por otro lado se pone de manifiesto al albergar en sí la esencia no ya de las respuestas, cuando si del que supone la quintaesencia del conocimiento, que sabido es de todos se halla en la capacidad para hacer las preguntas adecuadas.

Y es así que, de manera en apariencia concienzuda, lo que no impide ciertos juegos en consonancia con la bisoñez, que acabamos por darnos de bruces con la elegancia que siempre se halla inmersa en la esencia del infinito, en la esencia del tiempo. O como NIETZSCHE vendrá a decir, en la esencia del vínculo que el Hombre acierta a tener con el tiempo, cual es la mera comprensión de que si lo dejamos, acabará por convencernos de que efectivamente, solo él es inexorable, a la par que concienzudo.

Es por eso que, llegados a este punto, o si se quiere paradójicamente a este instante, es preciso determinar las nuevas líneas que han de regir la presente aproximación a MAHLER y por supuesto a su obra. Aproximación que necesariamente ha de llevarse a cabo desde una perspectiva mucho menos pragmática, y por ende mucho más retórica que aquélla que hace ya dos años supuso la conmemoración del primer centenario de su muerte.

Es MAHLER, y no equivocamos el tiempo verbal, más un compositor que un hombre (porque su obra sí logró el infinito que su vida no alcanzaría ni siquiera en su presente), terminando por hacer buena su máxima pretensión: Hagamos que si bien no logremos tocar el infinito, sí podamos no obstante que algo de nosotros no muera nunca. Y será así que, su obra, inmortal más que eterna; siempre contemporánea en cualquier caso, logre trasponerse a todas las dificultades, tal vez porque es una obra difícil de emplazar, incluso en los buenos momentos, logrando con ello perdurar siempre, y por siempre.

Será así que MAHLER queda fervorosamente ligado a su obra. Y que la obra de MAHLER queda ligada al Tiempo. Y digo al Tiempo, porque la obra de MAHLER no puede ser vinculada a ningún tiempo, a ningún momento. No se trata de decir que la obra esté descontextualizada, más bien al constituye una muestra de intensidad y grandeza propia de un momento igualmente intenso y grande. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre con la mayoría de autores, el contexto de MAHLER resultaría insípido si de verdad albergáramos la esperanza de explicar desde tal perspectiva los fundamentos, ya sea los psicológicos y ni tan siquiera los técnicos, que de manera tan única como imprescindible plagan, enriquecen y por supuesto hacen comprensible la obra, dentro de las especificidades que el que denominaremos Entorno Mahler vienen concienzudamente a determinar, postergando todo lo demás.

Porque todo en MAHLER está ligado, cuando no determinado, por el Tiempo, y por las vivencias que al mismo van ligados.
Viviendo una vida rápida, quién sabe si a modo de presagio, en MAHLER se da cita una manera de vivir en la que el término asustado resulta más adecuado que otros más suaves, a la par que más agradables como podría ser intensa.
Vivió nuestro autor una suerte de miedo que no tiene nada que ver, por ello no se identifica con ninguno de sus síntomas, de lo que habitualmente podríamos identificar con vivencias de una vida asustada. Se trata más bien de una percepción, de la certeza de llegar a semejante conclusión a través del desarrollo de una perspectiva basada en la ventaja que nos da disponer del catálogo completo de vivencias del compositor, una vez transcurridos más de cien años del cierre definitivo de su catálogo vital.
Se trata así pues de un miedo conceptual. De un miedo que pasa tanto por dejar de vivir lo que se tiene, como de morir sin saber qué es no haber vivido lo que nunca se poseyó.

Las consideraciones transcendentales que sin duda hacen presa en este tipo de desarrollos, nos sitúan de manera inevitable en pos de una personalidad tan complicada como atormentada; o quién sabe si más atormentada precisamente por lo que su alto grado de complejidad le permitía comprender, que en cualquier caso le arrojaba día tras día contra la frustración que tal y como antes indicábamos se traducía de manera inexorable en su presente a modo de constatación del devenir. Un devenir que desde luego no se parecía nada al que él presagiaba.

Serán precisamente esta sucesión de desazones, y por supuesto su manifiesta incapacidad para solventarlas al empecinarse en plantear para ello las ecuaciones desde su particular perspectiva, las que le lleven a perseverar en el error.
Error que se verá multiplicado, y que pronto conformarán una lista, más que sucesión, que terminará por agotar al compositor, y que pronto acabará también por cercenar sus vínculos con el presente, los cuales a duras penas se mantenían a través del sincero amor que el autor y director profesaba por su esposa Marta, veinte años menor que él, y que a la postre será la causante del último mal.

Porque si es verdad que todas hieren, menos la última que mata, lo cierto es que como en el caso del héroe, sobre el mismo se debate el Destino con sus tres golpes hasta que al final el último lo derriba, como se derriba un árbol.

Estará así pues dramáticamente condenado nuestro autor a vivir un eterno presente, lo que constituirá para él una delicada forma de maldad pues sin duda no encontraremos otro como él en el que tan arraigadas y profundas sean entre otras, la necesidad de trascender.
Todo en él marca y profesa admiración por el Tiempo. Más completamente por el deseo de trascender. Sin embargo el autor se mostrará igualmente alejado de la Religión luego…¿Cómo satisfacer tales, al menos en apariencia, desavenencias?

Pues parece lógico que tal deseo habrá de alcanzarse de la única manera que al menos en apariencia nos queda, o sea, viviendo.
No se trataré en cualquier caso de que MAHLER viva más o mejor que los demás. Se trata de que MAHLER vivirá para su música. Y lo que le convierte en único pasa por comprender que su vida, sin ningún tipo de cortapisa o filtro, estará presente en su música.

Semejante realidad, podrá no obstante comprobarse de manera categórica a lo largo de su no extensa, sino cualitativamente imprescindible obra. Así, sus sinfonías son un reflejo de la manera de comprender la vida que el autor tiene, siendo además la Décima, la inacabada, un corolario de las emociones que su percepción de la muerte le provocan.
Entramos así en un peligroso binomio formado a partir de la indistinta visión desde la que el autor comprende su relación indistinta para con su vida, y para con su música, que le traerá infinidad de problemas, siendo tal vez el más grave el que se ponga de manifiesto cuando sus problemas conyugales se hacen más que evidentes. No se trata solo de que él sea incapaz de entenderlos. Se trata realmente de una especie de absoluta incomprensión para con la conducta de su mujer. ¿Cómo es posible que ella amenace con abandonarle cuando constituye para él lo más preciado de su vida? La razón es evidente, se le ha olvidado hacérselo saber…

Será así pues que finalmente, y a la postre hasta el final, el binomio se invierta. Si la vida de MAHLER fue fuente inagotable de recursos para su música, acabaremos por llegar a un punto en el que solo la música infiera cierto grado de sentido a la vida del autor.
Será entonces cuando se haga patente el verdadero daño que al héroe le han ido causando, poco a poco, pero todas de manera inexorable las lanzadas, ya hayan sido unas más precisas, y otras más lanzadas a boleo, las que han terminado por derribarle como a un árbol.

Será entonces cuando emerjan como torbellino las maldades proferidas por contemporáneos y por coetáneos. Las que proceden de los músicos que han maldecido su perfeccionismo como Director. La farfulla del Público de Nueva York cuando le menosprecia por el idioma…Incluso, las traiciones de los que en su juventud le obligaron a abandonar el Judaísmo para pasar al Cristianismo, obligación inexcusable para triunfar en el Teatro de la Ópera de Viena, de la que llegará a ser director.

Al final, en su tumba solo queda su nombre. Todas hieren menos la última, que mata.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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