Si es el tiempo esencia de una realidad, o si por el
contrario responde a poco más que una suerte de ordenación procedente de nuestras sensaciones, bien podría venir a
erigirse en una cuestión de estudios verdaderamente
digna a la hora de ser tomada en consideración. Mas en cualquier caso, y lejos
de hallarse al menos hoy entre nuestras motivaciones las propias de iniciar un
debate en pos de una causa que pronto terminará divergiendo en la línea de la
metafísica; sí que no obstante reconduciremos nuestros en principio dubitativos
pasos hacia concentraciones de realidad bastante más convincentes, a la par que
constatables, incluso por métodos físicos.
Establecemos así pues, de manera eso sí, casi involuntaria,
los parámetros dentro de los que se mueve la consideración de uno de los
problemas que desde antaño viene preocupando al Hombre, a saber el que gira en
torno a su propia naturaleza, y por
ende el motivado en torno a la disquisición sobre cuales son los asuntos que le
son propios.
Sumidos pues en tamaña disquisición, y sin poder renegar un
solo minuto más del atractivo debate que siempre suscitan tales
consideraciones, por no decir disquisiciones, lo cierto es que el planteamiento
no tanto de la naturaleza del Hombre, como sí más bien de la manera que resulta
más propia de acercarse a la misma, bien podría suponer una manera elegante no tanto de renegar del
mencionado debate, cuando sí más bien de negarnos a plantearlo en los nimios y
fútiles términos de reducida dialéctica en
los que a menudo caemos a la hora como digo de llevar a cabo tales reflexiones,
animados a menudo por un exceso de prisa que en ocasiones no hace sino ocultar
lo inseguros que como especie, nos
sentimos a la hora de detenernos ante tales insinuaciones.
Una vez resulta esbozado el perfil de nuestro objeto de
estudio, habremos igualmente de decidir cuáles habrán de ser las herramientas
que empleemos para hallar el triunfo en tamaña empresa. Así como D. Quijote se
equivocó al cargar con una lanza, contra los
largos brazos de lo que, aún o
no siendo molinos o gigantes, igual daba, disponían de mejores armas, a saber brazos más grandes; así nosotros no
podemos caer en el error procedente no tanto de equivocarnos con la elección de
las armas, como sí más bien de no ser ni tan siquiera capaces de identificar
aquéllas con las que no obstante, combate
nuestro rival, si no oponente.
Obligados tal vez de manera voluntaria, y alejados por ende
de la excusa banal atribuida a lo que ocurre por mera cuando no vulgar transición de acontecimientos, es cuando
definitivamente asumimos nuestra responsabilidad y, a lomos de nuestro
particular Rocinante emprendemos
nuestro propia catarsis la cual, a modo sintomático, nos lanza contra los nuevos
molinos, que en esta ocasión adoptan
su particular forma refiriéndose de forma expresa a la que resulta su
prolongación tácita, por no decir inexorable a saber, en tanto que adoptan la
forma comprensible de infinito.
Fluye como el viento que impulsó a los molinos, como lo hizo
también entre otras con las velas de las naves que llevaron al Hombre hasta las
costas del Nuevo Mundo, pero en cualquier caso fluye como manifestación
recóndita del verdadero hándicap que
viene a constituirse en nota definitoria de las múltiples consideraciones,
cuando no de las múltiples formas de considerar de las que hace gala el propio
Hombre.
Nos sorprendemos así pues albergando un atisbo de esperanza
en pos de comprobar cómo, a partir de un razonamiento proclive a la segregación,
como es el caso de todos los que emanan de la ya mencionada dialéctica; parece
hemos sido capaces de configurar un escenario aglutinador, como parece el
propio de las consideraciones que tienden
al infinito.
Buscamos así en la asociación entre conceptos de flujo y Hombre, los motivos que puedan ofrecernos una
aproximación satisfactoria a tamaño logro; y es así que desde el arbitrio
propio de las consideraciones arriba ya mencionadas, donde han sido
escenificadas las propensiones relativas a los procederes, terminamos por
comprender la posibilidad de aceptar como coherentes los considerandos que
efectivamente conciben al Hombre como un ente dialéctico, pero que bien puede
responder propiciatoriamente a teorías de marcado carácter integrador.
Sin modificar esencialmente el talante, más bien moviendo el punto de definición, buscamos
no ya tanto en el Hombre, cuando sí más bien en sus parámetros emotivos, el
lugar en el que bien podría albergarse esta especie de carácter integrador a partir del cual inferir las conductas
propiciatorias donde convergen los referentes hasta el momento esgrimidos,
incluyendo, y he aquí la novedad, incluso aquéllos que hasta ahora resultaban
intransigentes entre sí.
La emotividad, las emociones, en definitiva la capacidad para
emocionar y emocionarse bien podría ser el referente a partir del cual
escenificar el contexto a partir del cual comprender las peculiaridades de un
escenario en el que convergen todas las definiciones que el Hombre tiene de sí
mismo, las mismas que por otro lado le diferencian de todo y de todos lo que le rodean.
Las emociones, intangibles, etéreas; pero por definición
esenciales, constituyen rápidamente un parámetro digno de estudio por sí mismo.
Pero lejos de desmerecer tal propósito, hoy vienen tan solo a servir de
herramienta con la cual diseñar trazas de algo mayor. De algo que se construye
desde la paradoja que se erige ante nosotros cuando conciliamos la eternidad de
las emociones, con lo generalmente efímero de los actos que las concitan.
Emotividad, infinito, flujo….Y como ente unificador de tales
pretensiones, no las propias de los conceptos, sino del deber de aprehenderlas,
el Tiempo.
El Tiempo, demonio, forma, muerte. Destino, pasado…Tal vez
la única verdad, que se erige ante
nosotros, tal vez vistiendo el único traje capaz de albergarle; acude
presto a su cita con nosotros quién sabe si definitivamente tentado por la
posibilidad que le ofrece el volver a bailar con la única pareja capaz de no
desmerecer, a saber la que se configura en forma de emoción. Porque la emoción
bebe de las esperanzas que le da el conocimiento del pasado, genera
expectativas que tienen en el futuro el punto obvio donde reiterarse, y dibuja
en el presente el instante en el que confluye la proyección definitiva. Con todas
las consecuencias.
Emociones, tiempo, infinito. Nos hallamos sin duda, y aunque
en un principio pudiera no parecerlo (obviamente el camino ha trazado una larga
curva pero…cierto es que el camino recto es más corto, no por ello más
interesante) en perfectas condiciones para terminar declarando que La Música
parece ser la fuente de la que en este caso habrá de emanar el flujo destinado
a dar coherencia, si es que la tiene, a todas y cada una de las cavilaciones
que han venido a integrar nuestro paseo de hoy.
Música y eficacia. Dos aspectos difíciles de cohesionar, si
no es haciendo gala de las virtudes de implementación que por ejemplo nuestro
protagonista, Herbert von KARAJAN, desarrolló como nadie.
Propietario de la sutileza suficiente como para poder pasar por alto su transigencia hacia el
Nazismo, a la vez que luego recorres el mundo cantándole a la paz, KARAJAN
instaura en el mundo de la Música muchos conceptos que no por novedosos, habrán
de ser fácilmente removidos.
Enamorado hasta la enfermedad de la perfección, hace gala de
la extraña virtud que una minoría tiene, y que pasa por saber desde muy pronto
qué es lo que quiere, teniendo además muy claro qué será todo lo que habrá de
hacer para conseguirlo. Lo que le hace destacar incluso dentro del grupo de esa
selecta minoría, el saber que en su caso los escrúpulos no serán lo que le
impida conseguirlo.
Será pues Herbert Von KARAJAN una máquina, y lo será en el mejor, y por supuesto en el peor de los
sentidos.
Director de Orquesta, que no Músico, KARAJAN
profesionalizará tal mérito, y lo hará trayendo a colación aquello que la RAEL
define como trabajo profesional o sea, la acción de cuyo ejercicio se espera un
estipendio, un jornal.
Pero KARAJAN no es ni será un jornalero de la
Música. Más bien vendrá a ser un Socio Capitalista de
la misma. Y
como tal espera retribuciones, grandes retribuciones de la misma.
Conocedor como nadie de la Música, y por supuesto de las
orquestas, KARAJAN será el primero en inducir un plan destinado a hacerse
grande en la Música en función no del talento o del éxito cosechado, sino
exclusivamente en función del volumen que la minuta levante al final de cada Gala, al final de cada Concierto.
Conformará pues KARAJAN el arquetipo del buen músico. Un
arquetipo que en este caso no se aleja mucho del propio de otros con los que
comparte el hecho de ser envidiado.
Envidiado y temido a partes iguales, KARAJAN nunca fue
músico, a veces incluso se olvidó de ser Director. Tal vez por ello algunas
veces se veía obligado a recordarse a sí mismo, y quién sabe si con ello al
mundo, que sin duda nos encontrábamos ante uno de los agraciados, uno de los
que fue tocado por la varita de la
virtud.
Tal vez por ello, este recordatorio en el 25º aniversario de
su muerte, tenga como todo lo expuesto hasta el momento, un sesgo de
contradicción propio de todo aquello que trata de vincularse a la extraña línea
en la que se mueve el destino.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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