No puede el paso del tiempo verse reducido al mero
transitar, sino que poro él han de fluir las frases, como expresión de mucho
más que de aquello de lo que se es digno de contar.
De semejante tesitura, hemos hoy de comenzar no ya nuestra
descripción de la época que le es propia a Franz SCHUBERT, y por ende de las
vivencias que le correspondieron; cuando sí en realidad de lo que llamaríamos
no tanto sus vivencias, cuando sí quizá más acertadamente el espacio
temático al que el compositor dio lugar.
Es así SCHUBERT no solo un Romántico por excelencia, sino
que será para todos, y ante todos, el creador del Movimiento en tanto que tal.
Es por ello qué, efectivamente, ...un movimiento ha de ser mucho más que un
género. Ha de ser capaz de justificar La Vida, haciendo de su ausencia un
motivo para la muerte.
Pocos, treinta y uno para ser precisos, fueron los años de
los que dispuso éste compositor, artista para más seña, que nacía el treinta y
uno de enero de 1797, y que por ello elevó a poco, a poco más de veinte,
los meses que hizo esperar en su tumba a aquél sobre el que depositó no solo su
total admiración, sino abiertamente todos sus deseos. Hablamos, cómo no, de El
Sordo Genial, de aquél que vino a poner fin al Clasicismo, quién sabe si
en realidad para que SCHUBERT pudiera dar por inaugurado de manera sincera el
Romanticismo.
Porque es con mucho el de SCHUBERT, un caso sensacional.
Dramático eso sí, como corresponde no a un romántico, sino como lo que
corresponde a una persona cuyo drama puede en sí y por sí mismo originar todo
un movimiento, cuya fuerza procede, de manera paradójica, de la denuncia
preeminente de la certeza de los que saben que su vida no les pertenece,
sencillamente porque es la de otros. La propia les ha sido arrebatada, por
pertenecer a otro tiempo, por suceder en otros lugares.
Es así sinceramente, sí tal manera es la plausible para
diagnosticar la certeza que podría venir a describir la vida de SCHUBERT, la
que se iguala a la certeza de desgracia que precede del navío que, tras ser
presa de las mayores tormentas, vaciado por los peores corsarios, y encallado
en los peores arenales; acaba por arrumbar en puerto que no le es propio. Y
todo ello de manera cruel, brillantemente cruel. La manera que pasa por contar
con el visto bueno del Capitán.
Porque si efectivamente Franz SCHUBERT vivió una vida
dramática, en la que hizo propios los males no solo propios y ajenos, sino
abiertamente todos los males del mundo, fue con el permiso absoluto del propio
Franz SHUBERT.
Es así que un hombre que ya fue capaz de arrancar de entre
sus contemporáneos frases no solo llenas de efusividad, sino de abierto elogio.
Un hombre que fue capaz de diferenciar el arte de la Música respecto de lo que
no era más que la mera habilidad de algunos para ganarse la vida mediante la
ejecución de un oficio que les llevaba a soplar a través de un palo con
agujeros, o a llenar sus carrillos de aire para soplarlo después en la panza de
una herramienta de metal; ha de ser sin lugar a dudas alguien capaz de
dejar dicho, mucho más.
Pero es así que, quizá por mera coherencia para con
ésa forma de ser, que hayamos de buscar entre aquéllos que le fueron propios,
descripciones más adecuadas a partir de las cuales tratar de hacernos una idea
mínimamente aproximada no solo del talante, sino del género y la pasta de la
que estaba hecho el genio.
El Tiempo, que produce tal sinfín de cosas y tan hermosas,
no volverá a producir otro Schubert.
Semejante afirmación, pronunciada nada más y nada menos que
por SCHUMANN, nos dice, bien a las claras, qué duda cabe, la clase y la
categoría del hombre al que hoy dedicamos nuestro displicente rebatir de los
instantes.
Pero, llegados a este preciso momento, ya es hora de que
pongamos sobre la mesa la cuestión que sin duda a algunos ya lleva un buen rato
revoloteando por su cabeza. Pregunta que bien podría plantearse en los
siguientes términos. Si tan grande fue el artista, ¿por qué no se le
conserva en el espacio que le es propio?
La respuesta, en contra de lo que suele ser habitual, no ha
de ser buscada en la injusticia del tiempo, ni en la ausencia de sinceridad del
presente que le fue propio. No subyace a la misma ni tan siquiera el veneno de
la envidia de los que le fueron propios. La respuesta hay que buscarla,
como ocurre en el peor de los casos, no tanto en el propio autor, como sí en el
propio hombre.
Porque fue Franz SCHUBERT un hombre que no quiso vivir. Un
hombre que no es que aceptara su condena, sino que mucho más que eso, se impuso
a sí mismo tal condena, haciendo bueno el hecho histórico según el cual no hay
juez más cruel dictando condena, que aquél que se cree obligado a hacer
justicia sobre sí mismo.
No creas que no estoy bien, y animado, sino precisamente lo
contrario. Cierto que ya no es aquel tiempo feliz, en que cada cosa nos parece
rodeada de un aire juvenil, sino una época de funesto reconocimiento de una
miserable realidad, que me esfuerzo en embellecer en la medida de lo posible
por medio de mi imaginación, gracias a Dios.
La afirmación, procedente de una carta que el autor escribe
a su amado hermano y que está fechada en 1824, viene a inducir de manera
absoluta, el permanente estado en el que se hacía propia la vida del
compositor. Una vida “funesta”, con todos los arquetipos que encierra tal
afirmación, y que bien puede venir a resumir el estado vital de aquél que
resume su itinerario vital transitando todas las peripecias que le son propias
al que, como modelo intimista y nostálgico, comienza su vida mirando a sus
maestros y la finaliza mirando a la muerte, como dos sombras esenciales del
Padre que justifica la existencia, y el padre que llama al abandono de los
alimentos terrestres. Y es en esa doble mirada, mirar a Beethoven y mirar la evidencia última, donde la música
de nuestro autor diagramó sus sueños de juventud, a la postre quién sabe
si sus únicos sueños; en los que su entusiasmo adolescente nunca dejó de
dibujar la pendiente opuesta, la irremediable finitud del todo. Es así su
música el espacio donde una sutil melancolía trascendente lucha contra una
tristeza sombría, en una atmósfera que siendo inicialmente de júbilo, se torna
pronto oscura, tornando en un diálogo ahogado y estremecido entre la
doncella y la muerte.
Y será pues, que inexcusablemente, solo desde tal paradigma,
puede uno ser osado no para llevar a cabo una grandiosa participación para con
un movimiento, sino para abiertamente, pronosticar los inicios de uno tan
grande y a la sazón complejo como lo es sin duda el de El Romanticismo.
Porque es renunciando al presente y al futuro, renunciando a
la vida en una palabra, como se llevan a cabo las escenificaciones destinadas
sin el menor género de dudas a poner en valor las virtudes y cualidades de un
hombre que se creyó no ya en el derecho, tal vez en la obligación, de negarse a
sí mismo, negando con ello el valor de su obra.
Pero es precisamente el valor de ésta, lo que una vez más
nos lleva a reconocer no solo los logros, sino las especialmente difíciles
circunstancias balo las que éstos
tuvieron lugar, a la hora de satisfacer la tan denostada cita con la
justicia, a la hora como decimos de traer a colación no solo la obra sino
esencialmente la vida de un hombre como SCHUBIERT, en el aniversario de su
nacimiento.
Un hombre que bien podríamos decir, se negó a vivir. Un
hombre que, con la contada excepción del ya relatado episodio en el que el
exceso en la ingesta de ponche, le ayudó a decir lo que siempre había pensado, “artistas,
¿queréis ser artistas? ¡Solo sois sopladores y rascatripas! En el fondo,
tales palabras, que luego fueron naturalmente enmendadas, no hacían sino
demostrar lo que todos, empezando por el propio hombre sabían, la desgracia de
saber que la queja iba dirigida no tanto a aquéllos dos mentecatos, sino más
bien a toda la Humanidad.
Y así, gota a gota a gota, como en la Nana de la cebolla
de HERNÁNDEZ, se desangra en vida un hombre que sería tenido por bueno, de ser
tenidos en cuenta y a tal efecto los medios machadianos. Un autor que con el
tiempo será considerado dueño de un dramatismo cercano al de Goya.
Pero por el contrario, y como suele ocurrir generalmente en
las historias de pasado y de presente, habrá que esperar al que suponga con el
tiempo el futuro ya inexcusablemente inaccesible para el autor, que se venga a
recordar a un autor que mientras en vida, como los que nunca esperaron nada,
simularon ser mediocres, convirtiéndose en activos capitanes de una vida que a
modo de bergantín, conducen su vida permanentemente hacia el naufragio de sus
sueños.
Si me hubieran hecho objeto, sería objetivo. Pero como me
han hecho sujeto, he de ser inexcusablemente subjetivo. José BERGAMÍN.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
Sentimiento y paz profunda, que solamente pueden expresarse a través de la música.
ResponderEliminarTal vez por ello, solo por ello que la Música, como elemento cosubstancial al propio Hombre, bien pudiera llegar a superarnos, albergando el último vestigio de humanidad, una vez que ésta haya sido totalmente relegada, superada, o quién sabe si simplemente relegada.
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