sábado, 1 de febrero de 2014

DEL VERDADERO ROMANTICISMO.

No puede el paso del tiempo verse reducido al mero transitar, sino que poro él han de fluir las frases, como expresión de mucho más que de aquello de lo que se es digno de contar.

De semejante tesitura, hemos hoy de comenzar no ya nuestra descripción de la época que le es propia a Franz SCHUBERT, y por ende de las vivencias que le correspondieron; cuando sí en realidad de lo que llamaríamos no tanto sus vivencias, cuando sí quizá más acertadamente el espacio temático al que el compositor dio lugar.
Es así SCHUBERT no solo un Romántico por excelencia, sino que será para todos, y ante todos, el creador del Movimiento en tanto que tal. Es por ello qué, efectivamente, ...un movimiento ha de ser mucho más que un género. Ha de ser capaz de justificar La Vida, haciendo de su ausencia un motivo para la muerte.

Pocos, treinta y uno para ser precisos, fueron los años de los que dispuso éste compositor, artista para más seña, que nacía el treinta y uno de enero de 1797, y que por ello elevó a poco, a poco más de veinte, los meses que hizo esperar en su tumba a aquél sobre el que depositó no solo su total admiración, sino abiertamente todos sus deseos. Hablamos, cómo no, de El Sordo Genial, de aquél que vino a poner fin al Clasicismo, quién sabe si en realidad para que SCHUBERT pudiera dar por inaugurado de manera sincera el Romanticismo.

Porque es con mucho el de SCHUBERT, un caso sensacional. Dramático eso sí, como corresponde no a un romántico, sino como lo que corresponde a una persona cuyo drama puede en sí y por sí mismo originar todo un movimiento, cuya fuerza procede, de manera paradójica, de la denuncia preeminente de la certeza de los que saben que su vida no les pertenece, sencillamente porque es la de otros. La propia les ha sido arrebatada, por pertenecer a otro tiempo, por suceder en otros lugares.

Es así sinceramente, sí tal manera es la plausible para diagnosticar la certeza que podría venir a describir la vida de SCHUBERT, la que se iguala a la certeza de desgracia que precede del navío que, tras ser presa de las mayores tormentas, vaciado por los peores corsarios, y encallado en los peores arenales; acaba por arrumbar en puerto que no le es propio. Y todo ello de manera cruel, brillantemente cruel. La manera que pasa por contar con el visto bueno del Capitán.

Porque si efectivamente Franz SCHUBERT vivió una vida dramática, en la que hizo propios los males no solo propios y ajenos, sino abiertamente todos los males del mundo, fue con el permiso absoluto del propio Franz SHUBERT.
Es así que un hombre que ya fue capaz de arrancar de entre sus contemporáneos frases no solo llenas de efusividad, sino de abierto elogio. Un hombre que fue capaz de diferenciar el arte de la Música respecto de lo que no era más que la mera habilidad de algunos para ganarse la vida mediante la ejecución de un oficio que les llevaba a soplar a través de un palo con agujeros, o a llenar sus carrillos de aire para soplarlo después en la panza de una herramienta de metal; ha de ser sin lugar a dudas alguien capaz de dejar dicho, mucho más.

Pero es así que, quizá por mera coherencia para con ésa forma de ser, que hayamos de buscar entre aquéllos que le fueron propios, descripciones más adecuadas a partir de las cuales tratar de hacernos una idea mínimamente aproximada no solo del talante, sino del género y la pasta de la que estaba hecho el genio.

El Tiempo, que produce tal sinfín de cosas y tan hermosas, no volverá a producir otro Schubert.
Semejante afirmación, pronunciada nada más y nada menos que por SCHUMANN, nos dice, bien a las claras, qué duda cabe, la clase y la categoría del hombre al que hoy dedicamos nuestro displicente rebatir de los instantes.

Pero, llegados a este preciso momento, ya es hora de que pongamos sobre la mesa la cuestión que sin duda a algunos ya lleva un buen rato revoloteando por su cabeza. Pregunta que bien podría plantearse en los siguientes términos. Si tan grande fue el artista, ¿por qué no se le conserva en el espacio que le es propio?
La respuesta, en contra de lo que suele ser habitual, no ha de ser buscada en la injusticia del tiempo, ni en la ausencia de sinceridad del presente que le fue propio. No subyace a la misma ni tan siquiera el veneno de la envidia de los que le fueron propios. La respuesta hay que buscarla, como ocurre en el peor de los casos, no tanto en el propio autor, como sí en el propio hombre.

Porque fue Franz SCHUBERT un hombre que no quiso vivir. Un hombre que no es que aceptara su condena, sino que mucho más que eso, se impuso a sí mismo tal condena, haciendo bueno el hecho histórico según el cual no hay juez más cruel dictando condena, que aquél que se cree obligado a hacer justicia sobre sí mismo.
No creas que no estoy bien, y animado, sino precisamente lo contrario. Cierto que ya no es aquel tiempo feliz, en que cada cosa nos parece rodeada de un aire juvenil, sino una época de funesto reconocimiento de una miserable realidad, que me esfuerzo en embellecer en la medida de lo posible por medio de mi imaginación, gracias a Dios.

La afirmación, procedente de una carta que el autor escribe a su amado hermano y que está fechada en 1824, viene a inducir de manera absoluta, el permanente estado en el que se hacía propia la vida del compositor. Una vida “funesta”, con todos los arquetipos que encierra tal afirmación, y que bien puede venir a resumir el estado vital de aquél que resume su itinerario vital transitando todas las peripecias que le son propias al que, como modelo intimista y nostálgico, comienza su vida mirando a sus maestros y la finaliza mirando a la muerte, como dos sombras esenciales del Padre que justifica la existencia, y el padre que llama al abandono de los alimentos terrestres. Y es en esa doble mirada, mirar a Beethoven  y mirar la evidencia última, donde la música de nuestro autor diagramó sus sueños de juventud, a la postre quién sabe si sus únicos sueños; en los que su entusiasmo adolescente nunca dejó de dibujar la pendiente opuesta, la irremediable finitud del todo. Es así su música el espacio donde una sutil melancolía trascendente lucha contra una tristeza sombría, en una atmósfera que siendo inicialmente de júbilo, se torna pronto oscura, tornando en un diálogo ahogado y estremecido entre la doncella y la muerte.

Y será pues, que inexcusablemente, solo desde tal paradigma, puede uno ser osado no para llevar a cabo una grandiosa participación para con un movimiento, sino para abiertamente, pronosticar los inicios de uno tan grande y a la sazón complejo como lo es sin duda el de El Romanticismo.

Porque es renunciando al presente y al futuro, renunciando a la vida en una palabra, como se llevan a cabo las escenificaciones destinadas sin el menor género de dudas a poner en valor las virtudes y cualidades de un hombre que se creyó no ya en el derecho, tal vez en la obligación, de negarse a sí mismo, negando con ello el valor de su obra.
Pero es precisamente el valor de ésta, lo que una vez más nos lleva a reconocer no solo los logros, sino las especialmente difíciles circunstancias balo las que éstos  tuvieron lugar, a la hora de satisfacer la tan denostada cita con la justicia, a la hora como decimos de traer a colación no solo la obra sino esencialmente la vida de un hombre como SCHUBIERT, en el aniversario de su nacimiento.
Un hombre que bien podríamos decir, se negó a vivir. Un hombre que, con la contada excepción del ya relatado episodio en el que el exceso en la ingesta de ponche, le ayudó a decir lo que siempre había pensado, “artistas, ¿queréis ser artistas? ¡Solo sois sopladores y rascatripas! En el fondo, tales palabras, que luego fueron naturalmente enmendadas, no hacían sino demostrar lo que todos, empezando por el propio hombre sabían, la desgracia de saber que la queja iba dirigida no tanto a aquéllos dos mentecatos, sino más bien a toda la Humanidad.

Y así, gota a gota a gota, como en la Nana de la cebolla de HERNÁNDEZ, se desangra en vida un hombre que sería tenido por bueno, de ser tenidos en cuenta y a tal efecto los medios machadianos. Un autor que con el tiempo será considerado dueño de un dramatismo cercano al de Goya.

Pero por el contrario, y como suele ocurrir generalmente en las historias de pasado y de presente, habrá que esperar al que suponga con el tiempo el futuro ya inexcusablemente inaccesible para el autor, que se venga a recordar a un autor que mientras en vida, como los que nunca esperaron nada, simularon ser mediocres, convirtiéndose en activos capitanes de una vida que a modo de bergantín, conducen su vida permanentemente hacia el naufragio de sus sueños.

Si me hubieran hecho objeto, sería objetivo. Pero como me han hecho sujeto, he de ser inexcusablemente subjetivo. José BERGAMÍN.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


2 comentarios:

  1. Sentimiento y paz profunda, que solamente pueden expresarse a través de la música.

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    1. Tal vez por ello, solo por ello que la Música, como elemento cosubstancial al propio Hombre, bien pudiera llegar a superarnos, albergando el último vestigio de humanidad, una vez que ésta haya sido totalmente relegada, superada, o quién sabe si simplemente relegada.

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