Acumula años, sin duda, el Imperio. Años y tránsitos,
devenir y penurias; y en definitiva y siempre, el demoledor efecto del tiempo.
Dicen los románticos, o quién sabe si más bien los en verdad
dados a disfrazar la realidad, que el paso del tiempo no es sino la acumulación
de la tan deseada experiencia. ¡Mentira! Lo único cierto es que la acumulación
de lo uno, lleva inexorablemente aparejado la rendición ante lo otro. Y es ahí
donde redunda uno de los más terribles de los dramas humanos.
Drama sí, qué duda cabe, y que como suele ocurrir en otros
muchos casos, no por chovinismo, sino sencillamente porque pocos
Imperios como el español pueden en realidad acumular tantos escenarios, sucesos
y épocas; nos lleva una vez más, con la desazón aparente de tener que reconocer
que sin duda no será la ultima; a reconocer que, otra vez, hemos fracasado en
el intento. ¿En qué intento, podrán decir ahora mismo algunos? En el intento
por otro lado tantas veces esgrimido de ser capaces de entendernos a
nosotros mismos.
Es no ya tanto en ser español, como sí el ejercer de
manera coherente de tal guisa, una labor complicada. No en vano son españoles
desde algunos emperadores romanos, hasta todos los monarcas englobados bajo el seudónimo
de “Los Alfonsos”, seudónimo que de por sí infligía ya terror entre sus
enemigos. Pero eran también españoles D. Miguel de CEVANTES, y otros, a la
sazón aún más paisanos, como Antonio MACHADO.
Es, en definitiva la de ser español, y ejercer de lo propio,
una misión complicada. Complicada porque ser español no puede, ni debe, verse
reducido a la mera a la par que a veces miserable, función del patriotismo. Ser
español y ejercer de tal, requiere alma, corazón y espada. Y no solo eso, ser
español conlleva a menudo estar dispuesto en cualquier momento a hacer uso, y
siempre de manera indiscriminada de todos, o a veces al menos de una parte, de
los componentes descritos en la lista reseñada. Y si algo queda claro, es que
tal conducta, ejercida en toda o en alguna de sus partes, conlleva riesgos, a
la par que deja consecuencias, que a nadie han de dejar indiferentes.
Será así pues tan complicada la misión de ser y ejercer de
español, que abiertamente hace falta un manual de instrucciones al cual
referirnos. No se trata, obviamente, de consideraciones que lleven a pensar que
el hecho puede ser conjeturable de analizarse desde alguna clase de proceder
científico, ya que nada puede haber más alejado de lo científico que lo que
está vinculado a lo pasional. Pero lo cierto es que la carga conceptual e
histórica que sin duda lleva aparejada el ser, y comportarse como español,
obliga a algunos a tener que buscar consejos, cuando no francamente ayuda.
Es así que, al contrario de lo que suele ocurrir con otras
nacionalidades, quién sabe si por estar éstas menos acostumbradas a lidiar
con la Historia, quedando pues más libre del duro y siempre inexorable
juicio que ésta impone; que a veces es como si Ser Español conllevara un plus
de obligación, un excesivo esfuerzo ligado, como no puede ser de otra manera, a
la responsabilidad que tal condición lleva aparejado.
Responsabilidad, de nuevo, y por enésima vez, el concepto
por antonomasia. Término coherente como polivalente, es la responsabilidad,
asociada a las obligaciones que intrínsecamente lleva aparejadas, el término
que mejor puede no ya explicar, como sí ayudarnos a entender, la problemática
que sin duda subyace a la condición de ejercer firmemente y con conciencia,
de español.
Aparece la responsabilidad asociada a la Ética, a la Moral,
a la Filosofía, a la Historia... y es así que tal vez por ello, o quién sabe si
desde la comprensión de semejante ello, que la conducta propia, o
incluso por ende la esperada de cualquiera que sea o haya sido español, está
preñada de tal viso de intensidad, que pocos, a lo largo de la historia, han
sido verdaderamente capaces de ejercer de tal uso en conciencia para con los
mismos.
Y si difícil ha resultado a lo largo de la Historia, no
podemos decir que el presente, entendido como tal el que atañe a nuestro pasado
más cercano, haya sido benévolo para con nosotros.
Desde los acontecimientos ya afortunadamente casi
denostados, dentro de los cuales han de figurar inexorablemente la
conmemoración del 75 aniversario de la muerte en Francia, y lo que es peor, en
el exilio, de personas como MACHADO; hasta esos otros acontecimientos qué duda
cabe menos satisfactorios como el intento de golpe de estado del 23 de
febrero de 1981, el cual en parte ha venido hoy a suscitar toda esta reflexión;
lo cierto es que ambos, a modo de resumen de otros, o de una infinidad, no
hacen sino venir a resumir la complejidad que, insistimos, ha de subyacer al
hecho de ser y conducirse como español. Y es que, sin ánimo de
quebrantamiento por parte del ánimo de nadie, ambos, como tantos
comportamientos tan, cuando no más incomprensible, bien pudieran quedar
englobados dentro del denominador común de patriotismo. Prueba irrefutable de
la complejidad que va ligada a la conducta coherente para con el ejercicio del
español.
Como diría MARÍAS, “es así que no cualquiera ha podido, y
por ende no puede, bailar como español.” Por ello, traduciendo en el tiempo
que no en el espacio las avenencias de tamaño comentario, lo cierto es que tal
y como queda patente por lo atinente al periodo que nos ha tocado vivir, bien
podría decirse que los bailes que hoy por hoy nos marcamos, no hicieran
sino ratificar la certeza de tal preconización.
Hoy en día los españoles, o mejor dicho, aquéllos sobre los
que ha recaído la pesada losa de representar a todos los españoles, se conducen
de una manera que parece ratificar no ya su incomprensible inapetencia, sino
quién sabe si su manifiesta incapacidad de cara a mantener alto el pabellón.
Pero lo cierto es que, lejos de echar la culpa en exclusiva
a los legos que ejercen como tales, lo cierto es que por el bien de todos
convendría rebuscar en lo más profundo de las actuales fuentes, y ver si en
realidad la culpa de que tales sean no solo las conductas, sino
abiertamente las tallas de los que nos conducen, no hará en realidad sino gala
a la falta de responsabilidad demostrada por quienes una vez los elegimos, a la
par que luego somos incapaces de exigirles cumplan con las que, al menos en
apariencia, son sus obligaciones.
Es así que entre unos y otros, entre humos y desaires, lo
cierto es que de un tiempo a esta parte, parece como si unas veces las
acciones, y otras las manifiestas dejaciones, hubieran conducido no tanto al
país, como sí a la patria, hacia un periodo de decadencia muestra, o quien sabe
si más bien premonición de algo peligrosamente cercano a la decadencia.
Tal hecho, inconcebible por magnitud, en realidad no es
reciente. Responde en realidad a la constatación de una serie de
acontecimientos, conceptuales unos, de carácter práctico otros, que han
permanecido aletargados, pasando inadvertidos en el mejor de los casos, tras el
denso y tupido velo que antaño supuso la bonanza económica en la que
hemos estado sumidos.
Tal periodo, marcado no tanto por los excesos materiales,
como sí por las aberraciones etéreas que ha permitido, cuando no participado
directamente de las mismas, ha servido en segundo plano, de manera más oculta
si se prefiere; para mantener oculto, cuando no camuflado, un proceso de lenta
aunque inexorable depauperación de toda una serie de modelos, cuando no de
principios, que han conducido a España hasta un estado en el cual, no solo no
se reconoce a sí misma, sino que queda, con mucho, distante de poder
recuperarse.
Y así, una vez que los vientos de la crisis han hecho
desaparecer los livianos velos de la tamaña desilusión, lo cierto es que lo
único que nos queda es la constatación de lo que siempre fuimos. Un sueño, un
eterno proyecto, un páramo que, en el mejor de los casos encontrará en el
recuerdo el mapa desde el que dirigir una vez más, la desalentadora misión
de reconducirse.
Mi infancia son recuerdos de un patio...
Luis Jonás VEGAS VELASCO.