¿Qué es el tiempo? ¿Una sucesión de segundos? ¿La
acumulación de horas, días y tal vez incluso años? Sencillamente no lo sé, y
sencillamente creo que cada vez estamos más lejos de poder llegar a saberlo.
¿Qué es el tiempo? ¿Instantes, momentos? Sinceramente creo,
una vez más, que lo importante no es el qué, sino el cómo.
Lo que diferencia un segundo de un instante, lo que nos
permite definir una vida, no es lo que ésta ha durado, sino la cantidad de
cosas que hemos sido capaces de hacer en el transcurso de la misma. Por eso hay
instantes que llenan una vida.
El segundo pasa, el instante perdura; y mientras, la vida,
transita. Transita, siempre hacia delante, siempre directa, embarcada en la maldición
del que sabe que tiene mucho por hacer, habiendo de acudir al recuerdo, como
única manera de apropiarse de lo que nunca le fue propio, de lo que nunca
estará al alcance de nadie, atrapar el tiempo.
Camina el Hombre, por la vida, presa de su propia maldición.
La que procede de ser la única realidad de las que pueblan la Tierra, que posee
consciencia de sí mismo, así como de sus múltiples capacidades, y lo que
constituye mayor motivo de desgracia, de sus incapacidades. El Hombre, la
Tierra y el Tiempo, un triunvirato magistral, en el que tan sólo la vitalidad
del Hombre presenta desinencia.
La Tierra y el Tiempo son compatibles, son eternos por
definición. La causa de semejante certeza, no pueden concebir un principio de
sí mismos, lo que abiertamente los conduce a la certeza de que tampoco resulta
evidente la conceptualización de un final. La causa evidente, no sólo no se
necesitan entre ellos, sino que ni tan siquiera poseen la capacidad para
conceptualizarse a sí mismos, lo cual los libera de la posibilidad de concebir
su destrucción.
Por eso, el triunvirato permite la irrupción de el Hombre.
El Hombre constituye el elemento formal. Aporta orden, principio y fin, a base
de introducir el concepto de necesidad. El Hombre, a priori el más débil de los
tres elementos participados, se manifiesta como el único competente para marcar
el orden de las cosas.
Respecto a cómo marca ese orden, parece bastante evidente.
En lo material, en lo concerniente a la Tierra, se apropia de ella. La
organiza, gestiona y coordina, convencido por otro lado de su aparente perspectiva externa procedente
de la convicción moral de que está por
encima de la propia
Tierra , así como de cuantas cosas obran en ella.
En cuanto a lo etéreo,
a lo difuso, en lo concerniente a el Tiempo, huye del mismo. Se aleja, se
distancia. El Tiempo derrota al Hombre, porque no puede someterlo. Sólo puede
jugar con él, soñar con que lo controla. Pero al final de cada partida, de cada
jornada, el Hombre sólo ha accedido a un mero premio de consolación, el que
queda al ver la manera mediante la que el vulgar sucedáneo elegido, se resbala
entre las manos, escapa entre los dedos, como la arena que lo representa, en el
enésimo vano intento de hacerlo comprensible.
Entonces ¿Cómo comprender la relación de el Hombre con el
Tiempo? Pues como se entienden o al menos se intenta, la comprensión de las
relaciones del mismo con el resto de realidades que le circundan.
Así, una vez más la Evolución, es la que nos aporta los
instrumentos para hacer cuando menos comprensible semejante relación.
Una de las cosas que de verdad diferencia al Hombre, del
resto de realidades que comparten con él este planeta, se comprende
exclusivamente cuando revisamos con nueva perspectiva la relación que el Hombre
tiene, con el Tiempo.
Los animales ven pasar
el Tiempo. Son libres en el más absoluto de los sentidos, siendo una de las
fuentes más importantes de esta libertad precisamente el hecho de no ser
conscientes del flujo del tiempo, lo que les exonera del conocimiento de hechos
como principio, fin, y el largo
etcétera de considerandos que de la
mencionada comprensión se derivan.
Por el contrario, una de las obligaciones de el Hombre precisamente como tal, pasa
por la comprensión, y uso responsable de la misma, precisamente de semejante
concepción.
Se suscita así un nuevo marco en la conceptualización del
término responsabilidad, el que
procede de la diferente categorización
que de el Tiempo han, y pueden hacer, los animales, y los Hombres. Diríase
incluso que de la relación distinta que ambos tienen para con esa misma
realidad, podrían derivarse diferencias estructurales que nos servirían a la
hora de establecer primacías.
Así, allí donde un animal ve fluir el tiempo, un hombre lo
pierde. Donde un animal no se plantea preguntas, un hombre se convertiría en un
irresponsable, en el caso de no hacérselas. Donde un animal muere con el
tiempo, un hombre es capaz de transcender a partir precisamente, de su paso por
la vida, temporal donde las haya.
Surgen así, o se derivan más bien, nuevas relaciones del
Hombre para con el Tiempo. Donde un animal vive
por el Tiempo, un Hombre transita una
Vida. Donde un animal pierde el
Tiempo, un Hombre invierte sus instantes.
El instante supera así al segundo. El tránsito supera a la
propia vivencia. Un instante es el resultado que en la vida deja el llenar un
segundo. Puede llenar una vida, sustituirla, mediante el permanente ejercicio
del recuerdo, o en el mejor de los casos, llenarla, en los momentos en los que
el presente es poco menos que Baldío.
Un instante es, así, exclusivo no ya de el Hombre, sino
propio de El Ser Humano.
De manera semejante, el Hombre no se limita a ver pasar el Tiempo. Lo invierte, convirtiendo cada
instante en una vivencia, que adquiere sentido en la medida en la que aporta
algo, para sí mismo, o para los demás. En eso se diferencia, definitivamente, un segundo, algo natural, de un instante,
que necesita de un esfuerzo, de una aportación espiritual.
Y dónde subyace, supuestamente claro está, esa especie de catalizador, que atribuye al
Hombre la capacidad para, entre otras cosas, transformar un mero segundo, en algo etéreo y transcendental, como es
el caso de un instante. Pues precisamente en otra característica del
Hombre, en la generosidad.
Constituye la generosidad, una de las mayores
especificidades de el Ser Humano. Constituye la manera de darse a los demás, ¿Cómo? Dándose a los demás en forma de Tiempo
dedicado.
Constituye así el Tiempo algo etéreo, transcendental. Algo
que más que verse se percibe, algo que más que comprenderse, se concibe.
Y surge en la misma medida la Radio. Algo de
naturaleza igualmente etérea, la Radio, y su manifestación física, la onda Hertziana ,
comparten con el Tiempo conceptos, principios, representaciones y
manifestaciones.
Y de nuevo, como elemento de cohesión, el Hombre, a través
del ejercicio activo de la generosidad, expresada en la forma de darse a los demás, poniendo su tiempo, y sus
conocimientos, al servicio de los demás, a través precisamente de LA RADIO.
Y eso es precisamente lo que lleváis haciendo los de RADIO
GREDOS SUR, desde hace ahora veinte largos años. Daros a los demás, sin esperar
nada a cambio, sencillamente porque aquello que dais, vuestro tiempo, es algo
que, naturalmente, jamás nadie podrá devolveros.
Por ello, sencillamente, FELICIDADES. Felicidades por un
trabajo bien hecho. Por un trabajo siempre constructivo, brillante, eficaz y
sobre todo gratificante. Porque por encima de todo, habéis sido capaces de
hacerlo, sin dejar de disfrutar, un solo día, a la par que los demás nos
íbamos, poco a poco, uniendo a vuestra fiesta.
Una fiesta que para vosotros dura ya VEINTE AÑOS, y a la que
algunos nos unimos hace menos, pero de la que estamos seguros, deseamos
compartir muchos años más.
Por ello, RADIO GREDOS SUR ¡FELICIDADES POR VEINTE AÑOS!
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