O al menos eso, 16.5 millones de maravedís se convertían en el último obstáculo que el almirante Cristóbal Colón se veía
imperiosamente obligado a superar, si quería ver cumplido su sueño, expresado
cuando menos de ver zarpar su expedición, en la búsqueda de la ruta que le
permitiera recalar en las indias, circunnavegando
el mundo, en este caso partiendo Proa al
Este.
Esos 16.5 millones de maravedíes,
constituían en realidad el coste de la superación de la tasa que, a modo de impuesto, había de
ser satisfecha si se quería salvar la
legislación vigente a efectos, según la cual, todo aquél que se dispusiera a
hacerse a la mar desde cualquier puerto andalusí, y que enrolara en su
expedición marinos que no respondieran en procedencia al puerto del que partía
la expedición, se veía obligado a satisfacer un impuesto específico destinado a
sancionar tal hecho; sometiéndose por ello a las disposiciones y cálculos que
el Señor de turno le competiera por derechos de villanía.
Y sin duda fueron satisfechos, y como muchos otros de los
costes de la expedición, lo fueron gracias a la especial implicación personal
que la propia Isabel I de Castilla puso en la empresa.
Precisamente esta ayuda, así como muchas otras de las que
antes se habían sucedido, permitieron que, finalmente, el 3 de agosto de 1592,
las naves de la expedición del que desde abril era ya Almirante de la mar océana, según consta en los textos de las
“Capitulaciones de Santa Fe de 17 de abril de ese año de 1492; ” partieran
hacia lo desconocido, con una dotación de ochenta y ocho hombres, y víveres
para tres meses.
El objetivo, descubrir una nueva ruta comercial al mundo. El
resultado, abrir definitivamente la mente, hacia el Nuevo Mundo.
De continuar por estos lares, probablemente seamos nosotros
mismos los que acabemos enrolados en
la muy interesante, pero para nosotros nada deseada misión, de narrar a modo de crónica, las vicisitudes del,
al menos Primer Viaje de Colón a América.
Un viaje que cuenta, entre sus múltiples vicisitudes, con la circunstancia
de que una vez finalizado, en marzo de 1493, ni el propio Cristóbal Colón es realmente agraciado con la certeza de que ha descubierto un Nuevo Mundo.
Por ello, nuestra intención pasa, más bien, por analizar una
mínima parte del ingente cúmulo de circunstancias que la expedición, entre
otras cosas, cambió para siempre.
Porque de lo único de lo que podemos estar realmente
seguros, es que nada volvería a ser igual después de la presentación que Colón
hizo de las maravillosas ofrendas que procedían, en principio, de las indias occidentales.
Porque llegados a este instante, es cuando hemos de comenzar
a sopesar en su justa medida, la cual está inevitablemente ligada al contexto
histórico del momento; las circunstancias que en realidad enmarcaban las que
parecían manifestaciones de un loco, si
queremos ubicar correctamente las aspiraciones de Colón.
De entrada, la operación es conceptualmente inoperante, al menos si la planteamos siguiendo los
cánones geográficos y “cartográficos” de
la época (me permito las comillas porque la cartografía apenas tenía
doscientos cincuenta años de vigencia, y carecía por supuesto de cualquier
vestigio de capacidad como para erigirse en argumento decisorio en una
expedición de tamaña magnitud.)
Por ello, fuera por carencia de compendio científico, o por recomendación evidente de la época,
según la cual siempre era recomendable aceptar las consideraciones que La
Santa Inquisición
tuviera a bien llevar a cabo, es por lo que Colón hubo de someter a
consideración su proyecto al Grupo de
Eruditos que a tal efecto se reunió en La Universidad de Salamanca, (no en
vano semejante centro de erudición se
encontraba inmersa en las conmemoraciones de su doscientos cincuenta
aniversario, hecho que muy pocos “Colegios
Mayores” podían apuntarse, anotando la referencia en rango atribuible a
toda Europa, por supuesto.
Pero a pesar de todo, una vez más, hubieron de triunfar las
tesis religiosas, esas que, entre otras cosas, disponían no ya sólo que lo infinito supone condición intangible, siendo
propensa en exclusiva a Dios, y que por ello permiten acusar incluso de herejía
a quien pueda promover cualquier atisbo de las mismas en sus consideraciones. Así,
el argumento de la Tierra Plana , con principio y fin concebible, volvió
a triunfar, exasperando de nuevo a Colón, y por ende a Eratóstenes, el Filósofo griego que siglo atrás se había permitido el
lujo de calcular, utilizando un pozo, un palo y una sombra (y apuntando las que
luego habrían de ser “las relaciones entre triángulos”) la longitud total de la
circunferencia terrestre, ¡y lo hizo con un error inferior al 1%.!
Pero afortunadamente en este caso algo era diferente. La
llegada de Cristóbal Colón al propio Puerto
de Palos, procedente del Reino de Portugal, en donde había recibido
constantes negativas a su oferta de expedición; promovieron de manera más o
menos indirecta su contacto con el Monasterio
de La Rábida, y lo que es mucho más importante, la disposición para conocer
a fray Antonio de Marchena, y a fray Ramón Pérez, a quienes confió sus planes.
Así fue como, de manera consciente o inconsciente, todo se
confabuló para que, la confianza que estos frailes despertaban a su vez en fray
Hernando de Talavera, confesor de la Reina Isabel I de Castilla, llevara a Cristóbal Colón, y a sus proyectos, en
presencia de la Reina.
Y es aquí donde recuperamos el que deseábamos fuera nuestro
verdadero hilo conductor.
El Consejo Real se dirigió como hemos expresado a la Universidad de Salamanca. Ésta, a su vez,
se vio en la disyuntiva de, como venía ocurriendo en estos tiempos, verse en la obligación de poner una vela a
Dios, y otra al Diablo. En términos comprensibles, si bien las afirmaciones
de Eratóstenes eran aceptadas por la
mayoría de los eruditos allí reunidos, no
era menos cierta que estos comenzaban a comprender la Real
Fortaleza con
la que se encontraba dotado el otrora
incipiente Tribunal de La
Santa Inquisición , en la medida en que éste había sido
concebido por los propios monarcas como el Gran
Instrumento destinado a promover la unidad de los territorios, canalizada a
través de la Primera y Verdadera Unidad bajo la Dispensa de Dios Nuestro Señor.
De esta manera, el consejo
de sabios adopta una solución de compromiso; así si bien, tomamos como buenas las estimaciones de Eratóstenes, que
dan en 252.000 codos egipcios la longitud total de la circunferencia terrestre,
hemos de considerar como inviable de cualquier manera para todo Hombre salvar
semejante distancia, o cuanta se determine existe hasta la primera tierra que
se halle en medio del mar.
Pero a pesar de todo, los preparativos de la propuesta
continuaron. Y lo hicieron en consecuencia asumiendo ahora una nueva
responsabilidad, la que se desprende del hecho de contravenir activamente una disposición expresa procedente de la Santa Madre Iglesia
la cual, como era de esperar había corrido
a sancionar lo dispuesto por la Universidad de Salamanca.
En consecuencia, el denodado
apoyo que la Reina Isabel
había dado a la empresa, podía volverse contra ella, promoviendo unas
consecuencias que, muy probablemente no habían sido consideradas por casi
nadie, o casi, porque para eso estaba la
Priora del Convento de Santa Clara, en La
Villa de Moguer; Inés Enríquez, tía de Fernando el Católico.
A través de todo lo dicho, y sin duda a partir del análisis
de todo lo que nos queda por decir, la preparación, desarrollo y posteriores
consecuencias del proyecto que ha quedado englobado bajo la disposición
conceptual de El Descubrimiento de
América, reúne en realidad un cúmulo ingente de hechos de los que la
constatación de la mayoría de los mismos requerirá del paso de cientos de años.
Así, no se trata ya de que un iluminado genovés se lanzara en busca de lo desconocido,
consensuando en su persona una dosis de perspicacia con una gran proporción de
locura. Se trata más bien de que todos y
cada uno de los procederes que comenzaron en 1183, cuando Colón ofrece la
expedición al Rey de Portugal, y concluyen el 12 de octubre de 1492, cuando el
marinero “de Triana” grita la tan esperada voz de ¡tierra!, encierran en si
mismos un cambio que, superado el grado de conceptual, alcanza la condición de
paradigmático.
Con ello, resulta evidente la superación de todos y cada uno
de los principios que hasta el momento se habían considerado inamovibles. El
descubrimiento de América trae aparejada no sólo la necesidad de remover el
esquema que del mundo se tiene. Es casi más importante según la cual semejante
acto no es sólo deseable, sino que es abiertamente recomendable.
No hay paso atrás. La Edad Media ha muerto, y con ello sus principios,
que son barridos por el viento como las hojas del chopo lo son en otoño. La Edad Moderna ha
llegado, el Hombre recupera su espacio, adueñándose primero del tiempo que
hasta ahora ha sido injustamente desperdiciado.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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