Decir que Piotr Ilich CHAIKOVSKI es un compositor
nacionalista, puede significarse como algo arriesgado, aunque ni mucho menos
incierto. Decir por otra parte que nos encontramos no sólo ante el músico más
cosmopolita de Rusia, sino ante el que con mayor diferencia obtuvo respeto y
admiración en Europa, es una certeza netamente constatable acudiendo a la
historia documentada reciente (o sea, a la Prensa.) La solución a semejante
dislate, al menos en apariencia, San Petersburgo.
Khatsko-Vodkims, cerca de los Urales, es una pequeña ciudad
minera, cercana a los Urales, que el 7 de mayo de 1840 amanece como cualquier
otro día. Sin embargo, el acontecimiento que está por acaecer, cambiará para
siempre la historia de la música, no ya sólo de Rusia, sino en el caso que nos
ocupa, del mundo.
Nacido como decimos en unas condiciones a priori nada
proclives no ya para la música, sino para cualquier hecho cultural, el joven
CHAIKOVSKI destacará muy pronto en el terreno de la percepción y la dotación
musical, así, a los cuatro años ya había compuesto su primera obra, una breve
pieza, dedicada a su hermana shasa, en
la que se aprecian de forma coherente, los que constituirán de manera
permanente los rasgos que definirán al compositor toda su vida, un amor
desmedido por todo lo natural, y un fervor patrio desmesurado, si bien éste
será concebido y expresado desde unos matices personales que a menudo sólo
serán reconocibles para el propio autor, ni tan siquiera por sus más allegados.
Entre los motivos, el carácter fundamental que definirá toda la vida del
músico, una excesiva y hipersensibilidad que en muchas ocasiones complicará su
vida hasta unos límites insospechados.
Afortunadamente, su padre comprende la especial dotación de
la que para la música hace gala el infante. Por ello, abandona su puesto en los
departamentos de ingeniería minera de una de las empresas de la localidad, para
desplazarse a San Petersburgo.
Si bien esto constituye un revulsivo para las condiciones
del joven CHAIKOVSKI, las intenciones que llevaron al padre a promover la
mudanza no pasan exactamente por consentir que su hijo se dedique por entero a la música. Los planes del
padre pasan más bien por canalizar a su hijo a la función funcionarial. Así,
nuestro protagonista se licencia en Derecho en la ciudad, y entra a desempeñar
funciones administrativas para la
misma. A cambio, en una especia de pacto, el padre de
CHAIKOVSKI accede de nuevo a que su hijo retome, con renovados bríos todo hay
que decirlo, su más que evidente afición por la música.
Pero, o el cálculo no le sale bien al padre, o el hijo no ha
proporcionado toda la información a la hora de vehicular el trato. El caso es
que en 1859 el joven CHAIKOVSKI decide que sus intereses quedan definitivamente
y para siempre vinculados a la música, concretamente a la composición.
Este cambio tan drástico, unido a todas las connotaciones
personales que podamos y queramos añadir, tergiversará para siempre de manera
definitiva la percepción de un joven que como ya hemos manifestado, cuenta
entre sus definiciones más marcadas, la de una sensibilidad arrolladora,
inasequible en la mayoría de ocasiones para los que le rodean. Por ello,
inmerso en el shock, o quién sabe si en un intento de matizarlo, hará uso de su
marcado carácter cosmopolita, emprendiendo un viaje que le llevará muy lejos, y
no sólo en el terreno cuantitativo, como él mismo reconocerá en su marcada
crisis personal de 1877.
De su largo viaje traerá, entre otras muchas cosas, la
convicción de la superioridad técnica de las músicas europeas, destacando sin
duda la italiana y la
alemana. Sin embargo, lejos de constituir esto una especie de
traición, por el contrario servirá
para vestir en CHAIKOVSKI una firme determinación encaminada a coordinar una
nueva música, y si es necesario una nueva percepción de la música, destinada a recolocar
en el esquema de las cosas no ya sólo a
la música rusa, sino a todo lo ruso en general.
Y la clave para lograr semejante empresa está clara, SAN
PETERSBURGO.
Atendiendo a una descripción que de la ciudad nos regaló
GÓGOL, constituye San Petersburgo el
mayor ejemplo del mundo en lo que concierne a premeditación y artificiosidad de
todo el mundo, al menos en lo que concierne a urbanismo.
Y la verdad es que, siendo escuetamente sinceros, las
palabras de GÓGOL no desmerecen ni exacerban un ápice las impresionantes
expectativas que rodean a esta bella ciudad, muestra por otro lado del afán
inusitado que los gobernantes rusos darán a lo largo de todo el siglo XIX por
abandonar abiertamente sus usos y costumbres, apostando sin cortapisas por los
ejercicios culturales de Europa, en especial de Italia, Alemania y Francia.
Decir de esta manera, que San Petersburgo nace en 1709 no
constituye, de manera alguna, error ni exageración alguna. Y lo hace siguiendo
los caprichos expresos del Zar, Pedro I, para algunos El Grande. Así, en conmemoración de la maravillosa batalla de Poltava,
y de la ingente victoria obtenida, teniendo en frente a los franceses, en el
margen de la desembocadura del río Neva; Pedro I determina la construcción
inmediata de la ciudad que constituirá, en sí misma, la demostración plausible
no sólo de su autoridad, sino de manera sublime, del hecho catalizador que
pondrá de manifiesto el excelso afán de apertura y renovación, en especial en
materia de cultura, en el que Rusia se había metido.
En menos de tres años, las obras están más que avanzadas. En
uno de los márgenes, la fortaleza de San Pedro y San Pablo, está ya
marcadamente integrada en una urbe que, gracias a la perfección de un Plan de
Urbanismo muy bien pensado, y perfectamente ejecutado, tiene como resultado la
que pronto vendrá a ser una de las ciudades más deslumbrantes de Rusia. Si bien
el precio es elevado, en apenas 3 años, más de 100.000 hombres han muerto
presas sobre todo de la insalubridad de unas tierras pantanosas cuya primera
obligación inexcusable ha pasado por el dragado mediante la confección de una
densa red de canales, de las dos márgenes del río Neva.
Pero el Gobierno lo tiene claro, y con Pedro I a la cabeza
se trasladan a la ciudad, desplazando consigo todo el aparataje administrativo, San Petersburgo es declarada capital de
Rusia en agosto de 1712.
Pero lógicamente los esfuerzos no acaban ahí. Se prohíbe
abiertamente el comercio con la antigua metrópoli. Moscú queda relegado, y la
política funciona porque en apenas tres años, a la muerte de Pedro I,
sobrevenida en 1615, San Petersburgo ya controla el 90% del comercio.
Pero los planes para la ciudad no acaban, ni mucho menos ahí.
La apuesta por la renovación conceptual de Rusia tienen su piedra angular en San Petersburgo, y en la consecución de tal
menester pondrán sus autoridades, supremas donde las haya, todos sus esfuerzos.
Así, como prueba de lo dicho, entre los habitantes de la
nueva polis, extraídos todos ellos de los más firmes pilares de entre la
aristocracia burguesa y militar de Rusia; se impone la ordenanza de celebrar
semanalmente, y de manera rotatoria, una serie de recepciones, denominadas asambleas, en las que, siguiendo unos esquemas perfectamente
establecidos al respecto, se persigue sin el menor disimulo, imitar en todo
lo posible, los cánones que han hecho universalmente famosos los ambientes
parisinos.
Así, no se trata ya de que regulen las formas y los valores, es que, por ejemplo, se decreta,
literalmente, hasta la manera de pensar que
ha de dirimirse en las mencionadas asambleas.
Así por ejemplo, está terminantemente prohibido hablar de política.
Y este será el ambiente, especialmente proclive, donde se desarrolle
la vida, no sólo artística, de un profesional como CHAIÑOVSKI, del que, como
tanto es lo que hay que decir, sin duda en breve habremos de dedicarle otro de
nuestros capítulos.
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