sábado, 30 de junio de 2012

A VUELTAS CON EL SIGLO XVIII, CON SUS REVOLUCIONES, Y EN EL CASO QUE NOS OCUPA HOY, CON ROUSSEAU.


No es casual que, del uso que resulta de repasar con menor o mayor intensidad los bagajes propiciatorios de éste, nuestro CONTRAPUNTO, podamos exponer, aún a riesgo de resultar un tanto reiterativos, pero sin la menor posibilidad de pecar de alocados; la absoluta certeza de que precisamente ese periodo histórico ha venido a constituir, sin el menor género de dudas, el de mayor impulso y revitalización en lo que se aplica a los usos y costumbres, sobre todo en materia de Política, que ha acaecido en la Historia de la Humanidad, si descartamos claro está y por motivos obvios, el siglo que acabamos de dejar atrás, el ya pasado Siglo XX.

Política, Economía, Religión, Nada quedó a salvo de los nuevos vientos que soplaron, podríamos decir en todo el mundo, a lo largo del periodo 1700-1800. Desde la pérdida de las colonias por parte de algunas metrópolis, como es el caso de Inglaterra, con los Estados Independientes de las Colonias, embrión de los Estados Unidos de América; hasta la firma de tratados bochornosos, como los firmados en 1713 entre España y la propia Inglaterra, que tuvieron como consecuencia la pérdida a su vez de cuantiosos territorios, como el caso del propio Gibraltar; lo importante en el caso que nos ocupa no es ya el hecho como tal, sino específicamente la constatación de la existencia de un pensamiento revolucionario que, pese a llevar latente en los diversos pueblos multitud de años, no había terminado de dar el paso.

Nunca hasta el momento que hoy traemos a colación, la existencia puntual y matizada de determinadas personas, como Jean Jacques ROUSSEAU, son en sí mismo, y a título individual, tan imprescindibles de cara no ya a entender, sino abiertamente a explicar, la existencia y desarrollo de los pensamientos que cimentaron la existencia de una Sociedad tan determinada, tan específica, como la que no sólo posibilitó, sino que abiertamente dio píe a los múltiples y diversos acontecimientos revolucionarios que necesitaron, bien es cierto, de toda la centuria del XVIII para desarrollarse. Pero no es menos cierto que gracias a ese determinado pasado, tenemos hoy el presente que tenemos.
Un presente, convulso, no cabe duda, pero que aún en el peor de los escenarios que nuestra capacidad pudiera recrear, siempre seguiría conformando una imagen en la que los cánones de civismo, desarrollo, sociedad y progreso no podrían, ni por asomo, retrotraernos a las realidades que en Europa habían imperado con anterioridad al éxito del periodo revolucionario. Unas realidades que si definitivamente han sido ya desterradas definitivamente de nuestro acervo cultural, pero sobre todo político y moral, es gracias a los ingentes avances que tuvieron lugar como polea motriz del XVIII revolucionario.
Y como uno de los elementos más vinculantes en todo ese impactante  proceso, Jean Jacques ROUSSEAU.

Filósofo, Humanista, Escritor…ROUSSEAU constituye una de esas costosas figuras que de vez en cuando alumbra la Historia, y que revisados con la perspectiva que proporciona el propio paso del tiempo, se constituyen, sin el menos género de dudas, en verdaderos faros, si no balizas desde las cuales proceder con un análisis ordenado de todas las circunstancias que les fueron propias. Y semejante llamamiento al orden, en una época como la que manejamos hoy, resulta especialmente satisfactorio.

Sin ánimo de ser irreverentemente trágicos, puede que una de las certezas de la obscuridad propiciatoria del momento en el que vivimos, pueda constatarse a partir de la unificación de circunstancias  tales como la falta de la más mínima conmemoración del hecho matriz, cual es el trescientos aniversario de su nacimiento, acaecido el 28 de junio de 1712.

Nacido en Ginebra, por aquel entonces Ciudad-Estado a la que sus padres habían emigrado por circunstancias de marcado carácter religioso, la tragedia social viene pronto a hacer mella en la vida de nuestro protagonista, cuando su madre muere a la semana de dar a luz. Su padre no sabe hacerse cargo del infante, lo que le lleva a dejar su educación en manos de sus familiares. A pesar de ello, el joven Juan Jacobo se desarrolla magníficamente en casa de sus tíos, En el campo, rodeado de los que le quieren, y correteando por los campos en compañía de su primo, se va forjando una época que el propio autor cataloga años después como de ampliamente idílica.

Así, si para cualquier mentalidad los acontecimientos que se desarrollan en la etapa infantil son importantes, para el caso de una mente privilegiada como la de ROUSSEAU estos bien alcanzan el grado de trascendentales. La aparente facilidad de la vida en el campo, en compañía de una familia que satisfacía todas sus demandas, promueve el evidente desarrollo, al menos en el sentido incipiente, de algunas de las consignas que con el tiempo serán el amparo de la Temática Conceptual Revolucionaria. El elevar al terreno de lo culto, aspecto tales como el de la naturalidad, va promoviendo de manera ya imparable la forja de una teoría conceptual en la que convicciones tales como que el Hombre es bueno por Naturaleza, se van abriendo paso de manera cada vez más eficaz.

Es ya por aquel entonces, 1728, que ROUSSEAU se traslada a la ciudad de ANNECY. Allí conocerá a Madame de WARENS, de la que cree enamorarse, pero de la que, más allá del tal hecho, obtendrá de manera inequívoca otros beneficios, tales como la amplia formación que la mencionada le proporciona, en tanto que le adopta a modo de pupilo.

Esa época representa sin duda el reencuentro con la época dorada que pensaba, desgraciadamente había quedado atrás. Se dedica al estudio, el cual sobre todo le sirve para cimentar de manera argumentada sus tesis de Libertad Natural. “Renunciar a la Libertad, es renunciar a la más importante de las cualidades del Hombre, a los derechos de la Humanidad, y lo que es más, a los deberes.”

Con semejante efervescencia conceptual, hacia 1730 su trabajo como copista de partituras, y su especial gusto por la Música, le llevan a desarrollar un sistema de notación musical que presentará en la Academia de Ciencias de París en 1742. Inesperadamente le lleva a acceder a la Encyclopedie

En 1750, regresado ya a París, esa misma Academia, presenta un Concurso bajo el lema: “¿Contribuyen las Artes y las Ciencias a corromper al individuo?” ROUSSEAU aprovecha definitivamente la ocasión. Su obra: “Discurso sobre las artes y las ciencias.”  No  sólo gana la propuesta, sino que lo hace situándose en un lugar privilegiado de cara a proyectar sus ideas, si cabe de por si innatamente revolucionarias.

Pero para ese entonces, sus múltiples contradicciones estructurales, inevitables si sometemos a análisis la producción de un hombre que promulga activamente su ideal del naturalismo a ultranza en el seno de una Sociedad ya marcadamente sometida por el ambiente pre-revolucionario, lo que a la par le lleva a una situación francamente delicada al situarle en posición de agravio frente a unas autoridades que, como es lógico, presuponen un evidente riesgo en la lectura de cualquier movimiento que a la sazón pueda poner en peligro cualquier modelo que a priori justifica su permanencia.

Su juicio está más que celebrado, y el veredicto no puede ser otro que el de culpable. Pero hay que esperar, se hace imprescindible esperar, ya que de hacerse las cosas de una manera inadecuada, se corre el peligro de convertirlo en un mártir, y eso es lo único que necesita la causa, un referente moral hacia el cual canalizar el cada vez más ferviente espíritu que se ha ido poco a poco adueñando de las masas, las cuales amenazan con tomar su propio camino una vez que el límite del patriotismo ya se ha visto desbordado de cara a seguir actuando como limitador.

Y es entonces cuando, como no podía ser de otra manera, el propio ROUSSEAU les sirve su cabeza en bandeja. En 1762 publica Emilio, o de la Educación. El que viene a ser el reflejo de la evolución de un infante, basado en el desarrollo de uno de sus propios hijos, al parecer uno de los pocos que no fue arrojado a la inclusa tal y como había hecho con todos los demás, siempre bajo la justificación de “…no poder tolerar que quedaran bajo el auspicio de su familia política, ignorantes al máximo, y sin duda incapaces de educar correctamente a un niño.” El libro, uno de los primeros manuales si no el primero verdaderamente en la historia que refleja la evolución natural del educando, a la par que ofrece pautas de desarrollo y teorías de educación las cuales, fundadas en las permanentes creencias naturalistas del autor, constituyen, incluso todavía hoy, una de las mejores fuentes de teoría de cara promover teorías formales de Educación, constituyendo todavía hoy uno de los mejores recursos de formación dentro de las normales de todo el mundo.

El Sistema no puede desperdiciar la ocasión. Las posibilidades que aporta el hecho de que haya sido el primero en identificar al infante como una realidad autónoma e independiente, el que haya osado calificar al niño como una realidad en sí mismo, alejándose de las creencias según las cuales los niños no son sino “adultos en pequeño”, constituye una realidad demasiado peligrosa en tanto que abre un sinfín de posibilidades al discernir por primera vez de manera clara y evidente el hecho de que el niño es en sí mismo una etapa del desarrollo que finaliza con su consagración como Ser Humano. ROUSSAU ha definido los parámetros de la nueva Educación, como el código de procedimientos encaminados a lograr la plena formación del educando.

Pero todo esto ocurre demasiado deprisa. Es como si todo en la vida de nuestro protagonista de hoy fuese demasiado revolucionario. Los Poderes ven en todo lo descrito una amenaza más peligrosa en tanto que es más difusa, por ello destierran a ROUSSEAU.

Volverá a París en 1768, bajo la promesa de no volver a publicar más. Se consagra hasta su muerte el 2 de julio de 1778  a su querida labor de copista de música.

Tras el triunfo de la revolución, sus restos son finalmente trasladados al Panteón de París.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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