Escasas y contadas son las ocasiones, y tal vez por ello sea
más inexcusable la obligación de aprovecharlas; en las que actualidad y pasado
se dan la mano, y lo hacen además de manera tan incuestionable.
Pocos son, igualmente, los acontecimientos sociales de
índole mundial, tales como el fútbol, que aglutinan en torno de sí tal grado de
importancia para el lugar en el que los mismos tienen lugar, como por otro lado
ocurre con la gestación, desarrollo y celebración, de un acontecimiento masivo
como es el caso de una Eurocopa de Fútbol.
El fútbol trasciende su condición de deporte. Supera con
mucho incluso las características que a priori pueden actuar en este caso a
modo de limitadores. El fútbol se revela como un verdadero instrumento de renovación social. Capaz de aglutinar en
torno de sí a personas y pasiones de todos los colores, se manifiesta como el verdadero eje en torno al que giran las
pasiones, vicios y necesidades que, hasta hace algunos años, y sobre todo en
los últimos dos siglos, bien podían ser considerados como los catalizadores conceptuales de las grandes
revueltas. Nacionalismo, patriotismo…afán de conquista, son conceptos que,
unidos a las emociones que les son propias, convergen actualmente en torno no
ya de la necesidad de conquista del país limítrofe, en respuesta a la necesidad
de liberar el instinto. Todo eso queda, hoy por hoy, sublimado bajo el manto esbelto que la condición de seguidor de fútbol, de hincha, o de
hoollygan en el peor de los casos, te proporciona la condición de seguidor de un equipo de fútbol, siempre
que estés dispuesto a pagar los peajes que tal condición lleva implícitos.
Y el fútbol escala posiciones en tanto que elemento de
interés social. Gana batallas que defienden pasiones que de cualquier otra
manera, y en cualquier otra época hubieran dado lugar a verdaderas
confrontaciones y, por supuesto, promueve el accedo directo al Olimpo de los Dioses, a todo aquél que
logra el éxito mediante la práctica del mismo, éxito al que se accede bien por
la coherencia con los estereotipos que la buena práctica del mismo considera
como adecuados; si bien otras veces éste depende de variables menos claras.
Ineludiblemente asociado a estos condicionantes, vienen
otros de carácter mucho más populistas, como
por ejemplo, los económicos. Así, ser designado como País Anfitrión de un torneo internacional de Fútbol, como puede ser una
Eurocopa, bien puede convertirse en el mayor logro que, en términos de
proyección internacional, un determinado país puede alcanzar en mucho tiempo.
Un acontecimiento en torno del cual pueden darse cita emociones con origen muy
diverso, incluso contradictorio, como pueden ser las emociones nacionalistas.
El nacionalismo no es una emoción. Mucho menos una
sensación. Se trata más bien de un fenómeno psicológico que, ateniéndonos de
manera estricta a los principio freudianos,
no viene sino a componer, mediante el uso de los componentes sociales, un
catálogo de elementos sustitutivos que ayudan al individuo a confeccionarse su
propio marco de pertenencia, a partir del cual proyectarse hacia el mundo.
Por ello, apoyándonos de manera indisoluble en ésos mismos
principios psicológicos, resulta paradójico utilizarlos como a priori de cara a
comprender las motivaciones de CHOPIN y de su música; convirtiendo si cabe en mucho
más paradójico el considerar las mismas como de nacionalistas, al menos si para ello nos limitamos a tirar de las acepciones tradicionales.
Nace Chopin en la pequeña localidad polaca de T. Lowda.
Situada a unos 60
kilómetros de la capital, Varsovia, no hay nada en ella
que la convierta en algo digno de ser tenido en cuenta. Tal vez, lo único que
parece propiciatorio para la pequeña localidad pase porque, salvando las
diferencias proporcionales lógicas obrantes
de ser una localidad, en ella se dan de manera pormenorizada y ordenada, todas
y cada una de las circunstancias propiciatorias que, por otro lado, no se dan en Polonia como nación. Así, resulta
evidente que Polonia es un país que en realidad parece haber faltado a su cita
para con la Historia.
Desde muy pronto, su posición
geográfica, que la sitúa en condición de paso obligatorio para cualquier movimiento que haya de producirse
por Europa, lleva al país a un continuo proceso de intercambio. Esto, genera en
la población el surgimiento de un pensamiento generalizado que bien puede
describirse como de eterna ausencia de
referencia.
Si bien la entrada en el Sacro
Imperio Romano-Germánico pone relativo coto a la situación, no es menos
cierto que la difusa toma de posición de
Polonia ante acontecimientos como el enfrentamiento
Ruso Prusiano, dejan al país en una situación poco clara. Semejante
situación, no hace sino incrementar las tensiones obvias para con sus vecinos.
Unas tensiones que pronto se rearman a medida que la forma de comportarse de
Polonia como país es interpretado como síntoma de debilidad. Todo esto acabará
el uno de septiembre de 1939, cuando soldados de la Wermha, ejército alemán, responden con violencia a un fingido
ataque protagonizado en apariencia por guardias
de frontera polacos. El resultado es doble, sirve como detonante de la II Guerra Mundial ,
y permite a Hitler anexionarse Polonia en apenas 96 horas.
Si bien los acontecimientos remontados parecen no tener
concordancia con los hechos atribuibles a la vida de Chopin, un pequeño repaso
bastará, en este caso, para verificar que no es así. Los que se desarrollaron
con antelación a los tiempos de nuestro protagonista, sirvieron por otro lado
para conformar el marco de referencia al
cual atribuir las altisonancias de su vida, al menos en lo que concierne a
los aspectos conceptualizados. Tenemos con ello, que la necesidad de generar un espíritu propio que sufre
Polonia, aparece igualmente velada por un miedo oculto a que semejante
comportamiento pueda ser interpretado por los eternos enemigos, como pueden ser Prusia o Rusia, lo que puede dar
lugar a otro furibundo castigo. De
esta manera, el país, o más concretamente su conciencia, necesita diseñar un
mecanismo que le faculte para desarrollar un concepto de nacionalidad, que sea
por otro lado lo suficientemente ambiguo como para no ser considerado una
amenaza para los ya referidos. Es entonces cuando la Cultura, y en especial la
Música, acuden al rescate de Polonia.
Chopin no se encuentra a gusto en casa. No ya en su aldea.
No se encuentra a gusto en Polonia. Su rápido desarrollo musical, que le lleva
a componer sus primeras obras concebibles con apenas ocho años, impresiona
tanto a su familia, como a algunos conocidos. Se va formando en él la
convicción de que los espacios que le rodean le atan, no por pequeños, sino por
vacíos. Polonia no le motiva.
Abandona así todo, y marcha a Viena, Capital Cultural del
momento. Allí, su ingente capacidad es
comprendida, y su brillantez técnica en la ejecución es valorada. Sin
embargo no hay fealling. Las críticas, si bien son técnicamente agradecidas,
dejan un trasfondo amargo en forma de la acusación velada de que “…toca bajo de
volumen”. “¡Van listos, si esperan que
para satisfacerles haya de aporrear el teclado! “ Esa es toda la respuesta
que reciben del maestro.
Sin duda de ahí emana la manifiesta
ánima aversión que siente hacia el público, y hacia las actuaciones. Chopin
considera los actos públicos como un duelo
en el que tiene que convencer a un atajo de ignorantes de una serie de
principios para los cuales no están preparados. Abandona definitivamente la
idea de triunfar, al menos en los términos en los que ésta puede concebirse, y
se dedica a dar clases magistrales, 20
francos por sesión (unos 90 euros), lo que a cuatro por día, le permiten no
obstante vivir francamente bien.
Sin embargo a eso no puede quedar reducido su hacer. Desanda
definitivamente el camino que años atrás anduviera su padre, un emigrante
francés, y se planta en París, donde según sus propias palabras un hombre puede desarrollarse de manera
completa, pues todo el mundo ríe, a su manera. Todo el mundo llora, a su
manera, y nadie se entromete.
Se introduce pronto en el Círculo de Amigos de Polonia, conformado como es de imaginar por
autores, críticos y productores polacos que están exiliados, en mayor o menor medida. De esas relaciones, obtendrá
entre otras cosas la satisfacción de ser valorado, así como la satisfacción más
material de cerrar interesantes contratos que tendrán como resultado recitales
que conformarán un ambiente elitista en el que el maestro se mueve con mucha
soltura.
Tiene así, por otro lado, tiempo y justificación para
recuperar los conocimientos desarrollados en los tiempos todavía jóvenes, cuando
siendo muy joven, su mala salud obligaba a sus padres a mandarle con su tía a
Morodovia. Allí tuvo contacto con las polonesas
y mazurcas. Se tratan las primeras, más que las segundas, de estructuras
netamente concebidas con fines nacionalistas. Chopin las despojará a unas y a
otras del aditamento gravoso para experimentar con ellas el casi olvidado modo griego. Con ello, las
composiciones ganan en rigor, sobre todo en el modo grave, consolidando con
ello unas piezas francamente interesantes, que serán muy bien acogidas por todo
el mundo.
La convergencia de todo esto, permite a Chopin estar vacunado contra la lacra que en forma de Romanticismo mal
comprendido, sacuda el primer tercio del XIX. El autor no sólo no se verá
libre del acoso, sino que además dejará su impronta en el Romanticismo serio
posterior, mediante la irrupción maravillosa de los nocturnos.
Son estas unas composiciones que, a lo largo de una sucesión
de compases, nunca superior a 109, el piano logra conformar un universo sonoro de tal magnitud que
perturba por igual al ejecutante, como al oyente, arrastrando a ambos por un
laberinto preceptivo que sólo una cosa tiene garantizada, la certeza de que se
trata de algo imposible de recuperar en tanto que cada interpretación es
irrepetible.
Con ello, Chopin, logrará como pocos, conquistar en apenas
39 años un sitio indiscutible en la esfera
de los grandes, un sitio que se resume en la frase con la que sus coetáneos
le describen:
Con Chopin, viene a
cerrarse el eterno esquema de la Música: Bach compuso para el Universo,
Beethoven lo hizo para la
Humanidad. Chopin lo hizo para que cada Individuo se
reencontrara.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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