Demasiado acostumbrados a la renuncia, vivimos en una
sociedad que incapaz de satisfacer sus demandas, convierte el regodeo en sus
traumas en una verdadera especialidad
moral, de la cual acaban por extraerse múltiples consecuencias, algunas más
prácticas que teóricas, pero por desgracia todas destinadas a mostrar sus
verdaderas consecuencias no en el presente que les es propio, sino que
prefieren hacerlo en el futuro, laminando con ello cualquier esperanza de
futuro, o al menos de futuro sano.
Se erigen así pues el miedo al fracaso, y la frustración
inherente, como los elementos destinados a configurar el paradigma dentro del
cual no digo ya haya de desarrollarse los usos útiles en los cuales reconocer
la forma de vida; sino que más bien, y conformando un escenario no menos malo,
de los mismos se extraen los condicionantes destinados a confeccionar las escalas de valores ubicadas ex profeso
en pro de determinar qué habrá de ser considerado como correcto o incorrecto, como propicio o inadecuado; o si se
prefiere, como bueno frente a malo.
Miedo, frustración, y en definitiva, toda la corte de
elemento destinados no tanto a conformar una suerte de campo semántico, como sí más bien destinados a inferir un espacio
propio del que sin grandes esfuerzos y por supuesto alejados de cualquier
dramatismo, podremos no obstante inferir un denominador común de propensión al
fracaso muy propio, adecuado diría yo a la hora de determinar el surgimiento de
la estela conceptual válida de cara a aportar la protección armónica en forma
de tesis ya sea filosófica o científica destinada a convertir en paradigma la
hasta ahora solo tesis en base a la cual lo defendido hasta el momento en base
a lo cual los fantasmas del XIX eran tantos y tan poderosos que la tesis según
la cual éste se prolongó mucho más allá de 1900 logra ahora el impacto propio
de merecer un escenario propio.
Un escenario propio. ¿Significa la existencia del mismo,
necesidad de remover otros previamente vigentes? Obviamente no. Por tratarse de
una interpretación, tanto procedimental como semánticamente, escenarios o
incluso procederes ambivalentes, o incluso contradictorios, pueden y de hecho
deben sobrevivir en escenarios comunes toda vez que del refrendo o siquiera de
la discusión que de la existencia dialéctica puedan llegar a darse, se
derivarán seguro construcciones que ya sea desde un proceder científico, y
mucho más desde uno estrictamente filosófico, acabarán por consolidar un nuevo
edificio en cuya interpretación acabaremos por reconocer netamente al hombre netamente integrado en el siglo XX.
Arbitramos así pues lo que si bien aparenta ser una discusión más descrita dentro de los
parámetros destinados a considerar la solidez del XIX a partir de su capacidad
para superar los dramas que al menos en apariencia le son propios. Sin embargo,
de proceder con una lectura más profunda, destinada sobre todo a profundizar en
lo dicho a partir del análisis íntegro de los conceptos que hemos elegido para
decirlo, extraeremos sin demasiado esfuerzo una serie de condicionantes los
cuales arrojarán luz sobre las diferencias que hoy convergen en nuestras tesis,
diferencias que si bien al menos de momento no se refrendan en la esencia de lo
dicho, se manifiestan de forma evidente al analizar los medios empleados para
decirlo.
Es así que la aparición de términos tales como frustración, y sobre todo la
consideración de la derivada que desde el miedo
se consolida como apunte máximo; tienden a refrendar hoy sobre nosotros la
atención que debemos prestar a lo que desde una nueva corriente de
interpretación, acabó por consolidarse como una de las mayores fuentes de
controversia no ya en el XIX, de la que es propia, sino que ésta se extiende a
lo largo de todo el XX. Y no resulta exagerado pensar que aún hoy sigue
motivando a muchos, a estas alturas del XXI.
Constituye pues el Psicoanálisis, y por supuesto su fundador
y tenedor máximo, pues como en pocas
otras ocasiones la relación entre una doctrina y su creador no es ya de
justificación, como si de manifiesta supervivencia; una de las realidades
manifiestas destinadas a describir como ninguna otra cosa los matices,
precisiones y substancias llamadas a declarar como reales lo que hasta ahora
apuntaban a meras, e incluso controvertidas, tesis por las que declarar como impropio al siglo XIX.
Partiendo de un debate básico, el que apunta a la existencia
argumentada del debate en base al cual no podemos estar seguros de si el
Psicoanálisis es una ciencia, o de si se trata más bien de un ejercicio filosófico; la cuestión,
baladí en primer término, se erige en un condicionante extremo a la hora de
resarcir el valor no ya de los postulados, como sí más bien de las conclusiones
que por medio de las mismas hayan de extraerse toda vez que en función del
rumbo que prevalezca, será el Psicoanálisis un mero catálogo de procederes,
algo así como un prospecto destinado a
describir cómo emplear un fármaco; o pasará a ser digno de considerarse
como algo merecedor de enfrentarse a las
causas esto es, algo llamado a sumergirse en la enfermedad en sí mismo.
Enfermedad, porque en definitiva de eso es de lo que se
trata. El siglo XIX está enfermo, y los síntomas que durante mucho tiempo han
permanecido latentes, se muestran ahora de forma intensa condenando con ello no
ya solo al epílogo del siglo, sino que parecen estar dispuestos a condicionar
lo que han de ser las primeras hojas del
siglo XX.
Es por ello que en deuda con los que comprendieron la
importancia de estas tesis a la vista de la repercusión que las mismas
tuvieron, que nos vemos hoy en la obligación de conmemorar la importancia de
los visionarios que in situ, supieron
si no proceder con soluciones, sí al menos demostrar la pericia de identificar
la presencia de una enfermedad, la humildad de reconocer su incapacidad para
afrontarla con los medios del momento, y la esperanza para poner en manos del
futuro la solución a un o a unos problemas la mayoría de los cuales por aquel
entonces no resultaban fáciles ni siquiera de describir, mucho menos de
afrontar.
Serán no ya solo Freud y sus teorías pues fueron muchas y
vagamente agrupadas en lo que con el tiempo acabó llamándose Psicoanálisis, lo que una suerte de
implementación del ensayo-error terminará
por erigirse en una de las fuentes llamadas a aportar referentes
imprescindibles de cara a entender al hombre, y lo que es más importante a su
refrendo natural a saber, la sociedad.
No estamos con ello posicionándonos de parte del
Psicoanálisis, pues no nos importan ahora ni su validez como proceder
científico, en lo propio de la rama científica, está o no contrastado. Nos
importa mucho más la importancia que pueden devengarse de asumir la existencia
de una Lógica que eleve a viable la
posibilidad de estudiar la existencia de conductas que acaben por inferir
sociedades.
Tales conclusiones, de cuyo desarrollo pronto acabaría por
inferirse la certeza de que el Psicoanálisis tendía bien merecida la dignidad
de ser implementada como filosofía; traería consecuencias revolucionarias, la
primera de las cuales se escenificaría en la conveniencia de elevar al propio
Freud al altar de los filósofos, circunstancia
ésta que al contrario de lo que en un primer momento pueda llegar a pensarse,
nada bueno tiene toda vez que en los altares solo suelen representarse
mártires, ya hayan sido estos sacrificados de manera justa o injusta, si es que
algún sacrificio es justificable.
Sea como fuere, lo único que parece claro es que de
considerar a Freud como un filósofo, bien podríamos ir cerrando ese círculo que
Nietzsche y Marx abrieron.
De refrendar a Freud como filósofo, elevaríamos al rango de
tesis exposiciones que más allá de acertadas o equivocadas estarían sobre todo
llamadas a implementar un escenario, el del pensamiento, que carecía de rigor
toda vez que no tenía ejemplos que a título de significante dieran forma a
significados que por su condición de naturales siempre estuvieron presentes de forma innata.
Aporta así pues Freud los últimos elementos llamados a
completar verdaderamente la comprensión que del Hombre Moderno podemos optar a hacer.
Allí donde Nietzsche explica los condicionantes morales y a
la sazón políticos del Hombre. Allí donde Marx revela las tesis a partir de las
cuales el Hombre puede aspirar a desarrollarse como tal, a partir de la
consecución de la lucha; Freud habla por primera vez del individuo destinado a
conocer sus propias miserias. Unas miserias para cuya comprensión solo el
individuo resulta competente, toda vez que el origen de las mismas no se
encuentra en la sociedad, sino más bien en la interpretación que de la misma
cada uno de nosotros hacemos.
Surge así pues como ave
Fénix no ya un Hombre Nuevo, sino más bien un Hombre con Nueva Percepción, la que resulta propia de saber que
existe una segunda oportunidad destinada a hacer de la vida mucho más que un
ejercicio de perfección, un ejercicio de experimentación, en el que la ¿virtud?
No pasa por no equivocarse, sino por ser capaces de rectificar, para lo cual la vuelta sobre nuestros pasos es
imprescindible.
Freud. El primer filósofo capaz de darse la satisfacción de
superar el dicho en base al cual un
filósofo es aquél llamado a ganarse el pan pensando. Él “veía”· el resultado de
sus pensamientos.