Embarcados una vez más en la compleja aunque tal vez por
ello hermosa misión en la que se convierte el hallar los considerandos que
hacen Hombre al Hombre en la medida en que si bien lo determinan, lejos de
condicionarle no hacen sino engrandecer la leyenda
de la que tal vez con el tiempo pueda ser merecedor; lo cierto es que
mientras en tal proceder perseveramos, comprobamos primero con sorpresa, y
luego con resignación, que la mayoría de los arquetipos cuando no de procedimientos
que dignos de formar parte de tal catálogo hallamos, no responden en realidad a
un proceder sólido, a una disposición ordenada, de cuya comprensión cabría
esperarse desvelar una suerte de ley de
la que aspirar a operar con un protocolo
científico, cuya presencia nos garantizara no solo el éxito en la empresa,
sino que además nos pusiera en disposición de hacer de la generalización un
hábito, cuando no una magnífica esperanza.
Pero a menudo que el tiempo pasa, o por ser más justos, que
lo vemos pasar en la medida en la que observamos sus efectos sobre nosotros,
así como sobre la percepción de la realidad que nos rodea, la cual por otro
lado creemos conocer, es cuando lo que creíamos anecdótico se revela como
común, poniéndonos en la tesitura que se resume en el hecho de asumir, cuando
no de tener que aceptar, que probablemente tal o cual episodio, considerado en
un momento como residual, si no como meramente casual, empieza a erigirse ante
nosotros como sólida construcción. De
hecho como una construcción tan sólida, que nos obliga a tener que reconsiderar
todos y cada uno de los elementos que hasta ese momento habían constituido el
“sólido edificio” sobre el que de una manera u otra han descansado siempre las firmes creencias de la Humanidad.
Descritas así en apariencia de manera accidental las
circunstancias cuando no las características sobre las que redunda cualquier
situación previa a la declaración de una crisis,
entendida ésta en cualquiera de sus múltiples rangos; es cuando podemos
decir que tenemos firmemente asentados no tanto los menesteres propios de un
momento estable, cuando sí más bien los de un instante previo al
desencadenamiento de la tormenta.
De tal manera, que retornando en la manera que resulte
posible a la disposición desde la que dábamos origen a la presente reflexión,
habremos así pues de decir que el Hombre se define a sí mismo en la medida en
que es capaz primero de identificar con precisión, y luego de conducirse con
soltura y grandeza, de cara a tener unas veces que enfrentarse, y otras que
aprender, de circunstancias como las que de manera precisa o general, hemos
acertado a describir.
De la toma en consideración no ya de todo, basta con gran
parte, de las disposiciones y juicios emitidos hasta el momento, podríamos llegar
a suponer que el avance de la Humanidad está de una u otra manera vinculado a
la resolución que de determinadas situaciones se lleve a cabo. Tal reflexión,
si bien resulta legítima, puede no obstante ser tachada de superficial toda vez
que como es de suponer, la visión reduccionista que lleva implícita puede
acabar por ubicar en el campo de los hechos remotos y aislados la esencia del
proceder que estamos tratando de describir. Hechos aislados que, unidos a la
consideración propia de autoridad que necesariamente ha de atribuírseles a
tales considerandos, pueden acabar por conformar en nosotros la errónea certeza
de constriñir al terreno de las grandes proezas, ya sean éstas de carácter
civil o en el peor de los casos militares, los momentos propios a los que se
circunscribe el desarrollo de la tendencia natural del Hombre hacia el
Progreso.
Lejos de restar condición de calidad a la grandeza que a
menudo se hace si cabe más grande al constatar la calidad del héroe
precisamente en el ingrediente de soledad que se atisba tras su acto, lo cierto
es que soy de la convicción de que un acto gana en mesura y disposición en la
medida en que es capaz de mostrar un carácter integrador, en la medida en que
los que estén por venir, encuentren si cabe más despejado de obstáculos el
camino que han de seguir transitando en la búsqueda del conocimiento del Concepto Último.
Y es desde el mérito que aporta la comprensión de la valía
de tamaño proceder, toda vez que la comprensión del concepto nos queda afortunadamente demasiado lejos, desde
donde podemos erigir nuestro privilegiado observatorio, encaminado hoy a
entender, que no a vislumbrar. Destinado a comprender, que no a descubrir.
Porque ocurre a menudo que el Hombre, empecinado en la
suerte de condena que conlleva el verse abocado a ir siempre hacia delante, olvida la conveniencia que a menudo se
esconde tras el prudente paso que supone el detener durante un instante el
inagotable camino del devenir, para volver a aprender, cuando no incluso osar
disfrutar con lo que no por olvidado forma parte ya de nuestro acervo, de
nuestra esencia como Humanidad.
Detenido pues nuestro particular Pegaso, con el cual hemos sobrevolado una y cien veces, y sin duda
convencidos de que lo haremos mil más; que ponemos nuestra mirada en esa gran
época que reúne de manera brillante por eficaz los dos grandes principios que
hemos erigido como principales: que por
un lado resulten integradores a la par que pese a estar inmersos en un proceso
de crisis, no hagan sino redundar en unos cambios que tal y como se ha
constatado posteriormente han demostrado sobradamente su solvencia a la hora de
encomiar la labor del Hombre.
De tales, que definidos los parámetros resulta difícil
escapar a la tentación de retrotraerse a la centuria del 1400 en busca de los
que sin duda son los correlatos todavía sensibles sobre los que ha tenido lugar
la construcción de todo un proyecto que hoy por hoy solo puede ser considerarse
Magnífico.
Siglo XV. El Hombre, en
tanto que tal, se enfrenta a la más dura de las pruebas que conforman el
escenario al que hasta el momento se ha enfrentado. La prueba que contiene el
comprender su propia esencia.
Si bien es cierto que hasta ese momento el Hombre creía
disponer sinceramente de los rudimentos necesarios si no para comprenderse, sí
para hacer frente de manera solvente a la labor de explicarse a si mismo; no es
menos cierto que resulta suficiente una mera retracción sobre los componentes
que vienen a componer tal menester hasta el momento, para comprender la trampa
sobre la que tamaña consideración estaba erigida: Una trampa cuya magnitud solo
podría ser comprendida en tanto que asumiéramos la certeza que daba el
constatar que hasta ese momento, las descripciones que se hacían del Hombre y
sus funciones venían hechas en relación a la disposición de éste respecto de
otras cosas tales como la
propia Naturaleza , o por supuesto respecto de su relación con
Dios.
Sea como fuere, lo cierto es que toda la Edad Media se había asentado a partir de la
exigencia de no considerar jamás al Hombre como una realidad en sí mismo. El
Hombre era, sí; pero era siempre en
relación a, y esa relación, en tanto que estaba siempre dirigida hacia
fuera, alienaba al Hombre, en la medida en que le privaba de la libertad para
considerarse a sí mismo como una realidad valiosa en tanto que tal.
Había pues que iniciar todo un nuevo proceso encaminado a
dotar al Hombre no solo de los instrumentos destinados a lograr el
descubrimiento de los conceptos; en esta ocasión había además que concebir esos
conceptos.
La labor es ardua, por ello se antoja magnífica. Tanto que
me atrevo a decir que la misma se muestra como digna de ser nombrada como la
propia de un incipiente movimiento que acabará no tanto por hacer retumbar los
cimientos de una época llamada a su fin por el colapso de las que se creían sus
bases. Con todo a mí me gusta más decir que el Humanismo Renacentista nació por
sí mismo, por sus propias bondades. Que tiene por ello carta de preeminencia
propia.
Y dentro de este fenómeno, personajes como el que hoy justifica
cuando no promueve nuestra reflexión.
Se erige así pues Johannes Gensfleisch, (por Gutenberg
resultará sin duda más conocido), como uno de los grandes responsables de esta
revolución.
Clasificados estos grandes revolucionarios en dos grandes
grupos, a un lado los que por medio de sus capacidades hicieron posible o
alcanzaron las grandes reflexiones y pensamientos que justifican el ruido que
el XV provocó; y al otro los que por medio de sus procederes de carácter
digamos más…pragmáticos, promovieron
el desarrollo e implementación de tales; podemos ir consolidando el largo
etcétera que como digo justifica la excelsa consideración que el XV merece.
Gutenberg y su Imprenta
de Tipos Móviles revolucionaron la Historia como en pocas otras ocasiones
el mundo ha visto. De una manera casi inconsciente, algunos dicen incluso que
motivado por una sencilla apuesta, la máquina de Gutenberg hacía del mundo un
lugar más grande y mejor, de parecida manera a como siglos después vendrían a
hacerlo los grandes descubrimientos geográficos. De hecho, tales
descubrimientos sin duda no hubiesen sido posibles de no haber contado entre su
erario con las disposiciones a cuyo acceso facultó la imprenta.
Gutenberg cambió la Historia, sencillamente porque un 3 de
febrero dotó al Hombre de una máquina capaz de erigirse en fabricante de
sueños. Y cuando el Hombre es capaz de soñar, es capaz de cualquier cosa,
incluso de creerse libre.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario