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Y así ha de ser, o más bien que tales cosas pueden por
explicar, el notable jaleo que sin escuchar se aprecia. Hombres de Armas en notable cantidad, se apremian los unos a los
otros en pos además de lograr parecer ocupados en algo más que perseguir cuando
no incordiar a las sirvientas, las cuales a su vez muestran con la actividad
desempeñada más allá de la propia de atusar a los perros, y jalear a algún
zagal descarriado, que efectivamente algo ocurre.
De valor son los estandartes que flamean en los rincones,
destinados, ¡cómo no! a mostrar la valía de los hombres que a su vez recorren o
han recorrido raudos las tierras primero de Cataluña, después de Castilla; y
que de no ser por la mala disposición de los astros, se mostraban ya felices de
ampararse en la protección de su sombra para perseguir una vez más batalla allí
donde con tal fin puedan ser destinados.
Pero no es hoy día de caballeros valientes, sino de vasallos
fieles. El brillo de las armas, acrecentado si cabe por el efecto de los aceros al chocar contra, o entre sí,
ha de ser hoy sustituido por el roce que la pluma de ganso que, presto y
sincero, anticipa la lección de humildad que todos habremos de recibir, pues
incapaces somos de aprenderla.
Rasga pues en esta fría noche extremeña la pluma, para dar
cita y a la par hacer mención expresa de los deseos del que si bien en vida fue
uno de los más poderosos, es ahora, como todos, uno que sabedor de la
proximidad del último presente, se afana en poner en orden sus últimos asuntos
terrenales, toda vez que si por bien incrédulo, comprueba que en cuestiones de
muerte y más allá, tan poco control tiene el que fue rey, como el que abogó de
yuntero. A lo sumo, y en la distancia, la duración de las misas que por él se
reciten; la cual durará no por la devoción al que ejerció como Señor, sino más
bien por el impulso promovido desde la alcancía que sita en la Sacristía,
acucia los oros destinados a
conformar el tesoro de la Iglesia.
Se muestra así pues fiel el notario quien, desde la
responsabilidad que da la diligencia, anota y consigna todo lo que allí sucede.
Son las posesiones en su totalidad para su hija. Mas no así
el poder, de una u otra manera, devengado del uso y la atribución de la acción
de gobierno; siendo precisamente tal el motivo por el que no resulta adecuado
dejar a Doña Juana al frente de tamañas consideraciones, quedando pues
dispensadas de tales.
Será así pues el poder en su magnífica y real consideración para su nieto, Carlos de Gante, que
habrá ¡cómo no! de hacer un largo viaje. O dos más bien, pues si uno es
estrictamente físico, el otro será de carácter más preceptivo, siendo a la
sazón mucho más complicado.
Habrá se pues de nombrar regentes. Quedará al frente de los
territorios y de cuantas consideraciones sean propias de las Tierras de Aragón,
el que es su hijo natural, Alonso de Aragón. Mostrará así y con otras luego su
predisposición y natural sosiego o desasosiego hacia unos y otros territorios
respectivamente, como se desprende del hecho de nombrar al Cardenal Cisneros
como regente para las tierras y disposiciones de Castilla.
En otras consideraciones deja constancia el notario de su
ferviente deseo de ser enterrado en Granado junto a su primera esposa, Isabel
de Castilla.
Elemento incuestionable de la Historia de España, la figura
de Fernando II de Aragón, suplida cuando no arrebatada después por la su
incondicional condición de Fernando “El Católico”, es y ha sido sin duda una de
las figuras más tergiversadas de cuantas han venido a suponer, o cuando menos a
condicionar con su presencia, algunos de los episodios que por sí mismos y en
tal sirven unas veces para entender, y otras directamente para explicar, cuál
es el sentido de nuestro presente, motivado por supuesto por el cariz que en
determinados momentos tomó nuestro pasado.
Convencido pues de la conveniencia de transcender al mero
acto biográfico, para dar paso siquiera al ejercicio de la especulación; es por
lo que hemos de mostrarnos hoy un poco arrogantes, sin ánimo de ser
pretenciosos, en un intento de traer a colación la figura del que siempre
estuvo llamado a ser un gran rey, y que si bien lo fue, sus logros vinculados a
acciones en unos casos, y a sacrificadas renuncias en otras, no han quedado
sino postergadas por la alargada sombra de
aquélla en torno a la cual tuvieron lugar sus máximos triunfos.
Sometido siempre a las mujeres, sucumbiendo en unos casos al
poder, y en otros al influjo que éstas habrían de desarrollar en torno al
mismo, Fernando de Aragón se verá primero condicionado por la inexorable a
todos los efectos presencia demostrada por Isabel de Castilla para, después,
verse arrojado a las encarnizadas consideraciones que la locura de su hija, la
destinada a ser Juana de Castilla, tendrá a bien desencadenar en torno a él.
Sea como fuere, lo cierto es que el espacio vital del hombre quedará tremendamente reducido al tener en
unos casos que afrontar las limitaciones que por notoriedad de matrimonio le
impone la figura de Isabel; mientras que fruto evidente de las mismas las especiales necesidades de la heredera Juana
vendrán a cortar definitivamente, y casi de raíz, todas las aspiraciones a
ejercer de rey que a priori podría haberse hecho de haber presumido, como
cualquier mortal lo hubiera hecho en lo momentos previos a verse casado con
Isabel de Castilla, lo que acontece después de haber superado múltiples
dificultades, incluyendo guerras civiles posteriores y una dispensa papal
previa, en octubre de 1468.
Precisamente una boda, la que tuvo lugar entre Juana, hija
de Enrique IV, y Alfonso V de Portugal, cuando ella contaba apenas con doce
años, supuso el punto de arranque de los que se revelarían pronto como los
mayores problemas de Fernando como rey. Si bien no es menos cierto que de la
capacidad demostrada en la resolución de los mismos amparamos la convicción de
que nos encontramos ante un gran monarca.
Así, cuando el rey luso mostró definitivamente sus
intenciones, que en principio no eran otras que las de unificar los territorios bajo su mando; Fernando no solo entendió
sino que asumió como propio el desafío que tamaño proceder suponía. Armó un
ejército en consonancia con la labor, y el primero de marzo de 1476 plantó cara
al invasor en las estribaciones de Peleagonzalo, cerca de Toro.
Fue así que las cuatro horas que en principio duró la
batalla, vendrían a suponer la patente que certificaría la valía del monarca,
valía que podría decirse se hizo extensible al reconocimiento de autoridad del
matrimonio que ahora conformaba la Corona. Podremos decir sin riesgo de
pronunciamiento excesivo que la derrota del rey portugués, y su posterior
renuncia a dar rienda suelta a su voluntada de conquista será el primer gran
logro de una Corona que además ha de mantenerse firme y entera a la hora de poner coto a una nobleza excesivamente
fortalecida a raíz de la debilidad de la que siempre hizo ostentación Enrique
IV.
De tal manera que podemos afirmar que los resultados de la
Batalla de Toro vendrán a allanar de manera evidente los destinos de una futura
España como algo más que una mera unión de territorios, tal y como siempre
persiguieron los que estaban llamados a ser “Los Reyes Católicos”.
Porque si algo podemos atribuirles tanto a Isabel como a
Fernando dentro de este ejercicio que la perspectiva de la historia nos
participa, ese algo es sin duda la superación del término unión, por el de el concepto unidad.
Son así los Reyes Católico los verdaderos responsables del primer intento
conceptualmente viable de proceso destinado desde su pergeño, hasta su relativa
consolidación final, a lograr la consolidación de un verdadero Estado, reflejo
del primer conato de España.
Y para lograr tamaño propósito, entendieron que más que
insistir en un más que dudoso triunfo al cual se accedería mejorando los
obsoletos procedimientos existentes en el momento, tales como el uso de la
guerra con fines estratégicos; Fernando logró en este caso triunfar alterando
el que estaba llamado a ser ritmo normal de evolución de las cosas,
introduciendo en la forma de hacer
política los procedimientos altamente diplomáticos y marcadamente
estratégicos con los que su padre, Juan II, no solo había logrado mantenerse
sino que además había logrado incrementar si no tanto sus territorios, si desde
luego su poder, en forma de alianzas de poder y sostenimiento.
No se requiere así pues de un elevado esfuerzo en materia de
ingenio para reconocer en este tan desconocido hasta el momento, talante
negociador, el origen del proceder que tantos y tan magníficos resultados
habrían de darles a los Reyes Católicos, capaces sin duda de la gesta de
generar primero y mantener después el concepto de una España unida, acabando
por preconizar después el germen a su vez de un futuro proyecto de Europa.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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