Estaba la madre dolorosa, junto a la
cruz, llorosa, en que pendía su Hijo. Su alma gimiente, contristada y doliente
atravesó la espada.
Así comienza la que sin duda es una de las obras ad hoc, esto es, confeccionadas a
título, y con función específica; que más y mayor influencia han tenido en la Historia de la Humanidad, no ya sólo en el
capítulo concerniente a la
Música Sacra en particular, sino a la Historia de la
Humanidad en general.
El STABAT MATER, de
Giovanni Battista de PERGOLESI, constituye una de las aproximaciones a La Pascua Cristiana ,
más acertada, brillante y rica, que la historia musical ha sido capaz de crear.
Capaz de conciliar de manera sencillamente brillante efectos
tan contradictorios tales como el drama que supone la muerte de Cristo en la
Cruz, con la alegría que confiere el hecho de manifestar que el cumplimiento de
las profecías de los profetas mayores asegura
por fin la definitiva salvación del
Hombre: el Stabat Mater presenta además en torno a ello, un catálogo de
recursos, giros, elegías y mediaciones, que no sólo eran desconocidos para los
compositores que con anterioridad se habían dado a componer para éste recurso,
sino que además inaugura de manera definitiva una manera original de hacerlo,
confiriendo con ello espíritu propio a su obra, la cual, no lo olvidemos, no
sólo sustituirá a la
de Alessandro SCARLATTI en las celebraciones de viernes de dolores, sino que acabará
superando ampliamente a ésta, adquiriendo rápidamente personalidad propia.
Stabat Mater Estaba la
madre dolorosa. Así
comienza una de las estructuras de arte sacro más importantes de la Historia. Propuesta
por INOCENCIO III, se convierte en uno de los Textos de Secuencia Sacra de
mayor relevancia de la
Historia. Sobre el mismo han actuado musicalmente más de dos
centenares de compositores, desde Vivaldi hasta Bach llegando a Dvorâk. Si
bien, será el de PERGOLESSI el que más fama alcance.
Destinado a ser interpretado en los actos propios del viernes de Dolor, El Stabat Mater viene
a recrear los hechos acaecidos en torno a la Pasión y Muerte de Cristo en
Pascua, acudiendo a la visión humana que una madre como la Virgen María puede
dar de la muerte de su Hijo. Así, el texto se constituye como una de las obras
más trascendentes a la par que hermosas, de toda la Tradición Cristiana.
Escrito en origen por el PAPA INOCENCIO III, la redacción
del texto se lleva a cabo a finales del Siglo XII, en un momento que tanto a
título cronológico, como por supuesto
histórico, ofrece más dudas que
certezas, lo que hace del mismo el más adecuado para que las medidas
desencadenadas en un primer momento con la única disposición de satisfacer una
demanda ad hoc, terminen finalmente
por conciliarse como los primeros pasos de una revolución que si bien se
origina en los altares, pronto
desbordará la magnitud de éstos pasando a los cauces propios de la sociedad en
toda su magnitud; un paso lógico si tenemos en cuenta que efectivamente lo uno
y lo otro no hacen sino formar parte de una misma realidad, ubicada según la
perspectiva desde la que se acceda.
No hacemos entonces nada más que anticipar, o si se quiere
siendo un poco más melodramático, anticipar lo que a todas luces es una
realidad. La definitiva Crisis
del Feudalismo, va dando paso a la incipiente sociedad burguesa. Sus criterios,
necesidades y deseos son, evidentemente otros. Fruto de ello, se observa una
más que evidente fortificación de los Estados a título individual, lo que
redunda de manera efectiva en el crecimiento que en poder y autoridad se
observa en los Reyes. Monarcas como el de Inglaterra, y el de Francia, que poco
a poco van conformando si no una alianza, si una amenaza más que digna de ser
tomada en consideración, contra el “Santo Temor de Dios”.
Con todo, o tal vez a pesar de todo, de mantener la actual
línea de desarrollo corremos el riesgo de relativizar el alcance del movimiento
del que estamos dando cuenta. De hacerlo, además de ser responsables de una
situación lamentable al cerrar otra línea de evolución, no lograríamos sino
perseverar en la posibilidad de reforzar la línea defendida por los que se
empeñan a cualquier precio en reiterar una y mil veces la que a base de
repetirse se consolida como línea vertebrar caracterizada fundamentalmente por
repetir sin rastro alguno de actitud crítica las que se han convertido
igualmente en grandes tesis promulgadas
en consecuencia por los que se creen depositarios no solo de la verdad oficial, sino incluso de los
procedimientos y protocolos a éstos vinculados, encaminados supuestamente a
velar por la adecuación de los
procederes, cuando los mismos hacen referencia a la o las maneras de
acercarse a la verdad, incrementando además su presencia e intensidad a la hora
de exponer ante el público en general
los logros alcanzados.
Todo lo anterior alcanza tal vez no sé si su máxima
intensidad, aunque sí sin duda uno de los momentos de mayor solvencia, cuando
los referimos como prisma conceptual encaminado
a comprender el efecto de la perspectiva que se origina dentro de una realidad
que comienza a dar síntomas de descomposición. Cánones hasta el momento
irrenunciables, ven su solvencia no solo cuestionada, sino que su incapacidad
para proporcionar respuestas en tanto que protocolo, arrastra de manera
imparable tras de sí a todo y a todos, envolviendo una vez más, y puede que
como nunca, al Hombre en lo que se anuncia como una crisis que amenaza con
arrebatarle lo más preciado, su Alma, toda vez que la duda es irreconciliable con la
salvación.
Queda así pues del todo claro que el escenario ante el que
nos encontramos reúne todos y cada uno de los condicionantes desde los que
poder afirmar que no es sino el Hombre, el que está en tela de juicio. Lo está
porque lo que ha pasado a cuestionarse es su capacidad para entender a Dios, y
Dios es en última (y en primera instancia) el elemento por antonomasia
existente para definirlo todo, incluido faltaría más, al Hombre.
Un Hombre que según tamaña consideración pasa a ser contingente, enfrentado pues de manera
lógica y exhaustiva, si seguimos una vez más los preceptos de la dinámica
dialéctica, a la necesaria necesidad de
Dios. Una necesidad que no puede
por definición ser secundaria esto es, proceder
de la comprensión de la propia contingencia
del Hombre (lo que entraría en contradicción con la percepción Aristotélica que faculta la
cuarta Vía de Santo Tomás en relación a la necesaria existencia de Dios) sino que
atendiendo al dogma, ha de tener en
sí mismo la causa de su existencia.
Será pues desde la aceptación de tales parámetros, y decimos
aceptación que no comprensión toda vez que esperar en la masa una capacidad tal
como para comprenderlo nos pondría sin el menor género de dudas en una tesitura
demasiado generosa; lo que termine por colocar en una posición de clara dominancia
a los que en esta controversia, se habían posicionado del lado de reforzar el
dogma como herramienta imprescindible con
la cual librar la batalla que se contra las otras manera de entender al mundo,
y por ende al hombre, se estaban conciliando.
La suerte está pues, echada. La guerra ha comenzado. La
concepción del mundo y la manera de discernir cuál entre las dos fundamentales,
la basada en la inducción (mecanismo
propio de la ciencia) o la basada en la deducción
(mecanismo exclusivo de la religión), ha comenzado. El combate se prevé
largo y duro. Largo porque no en vano disponen literalmente de todo el tiempo
del mundo. Y será duro porque la naturaleza del premio faculta el empleo de
todas las armas, de todas las técnicas.
Para entonces, La Iglesia, si bien es consciente del
peligro, no lo es tanto de las soluciones. Las desavenencias internas, que se
especifican aunque no se reducen, a las manifestadas entre Franciscanos y Dominicos, no hacen sino poner de manifiesto la
imperiosa necesidad de que alguien con más capacitación que el presente PAPA,
tome el control, ya que Celestino III carece de las agallas suficientes para
llevar a cabo su misión.
Por eso, a la muerte de este último, todo parece dispuesto
no sólo para que Lotario de los Condes de Segni, fuera designado Sumo
Pontífice, bajo el nombre de INOCENCIO IIII, hecho que acaece el ocho de enero
de 1198, sino para que sus espectaculares ideas, labradas durante años dado lo
especial e ingente de su formación, en Teología y Derecho Canónico, en París y
Bolonia respectivamente; tomen forma en pos de su gran apuesta.
INOCENCIO III no sólo cree en la afirmación de que La Iglesia es anterior al Estado,
procediendo éste de la primera, sino que es el artífice de la idea que luego
será ley, que aboga por la
Plena Potestad de la Iglesia respecto del Estado “plenitudo
potestatis”. Las palabras de Mateo
XVI según las cuales Cristo otorga a Pedro las llaves de la Iglesia, le
llevan a concederse discrecionalidad incluso en lo concerniente al nombramiento
de gobernantes, si en ello se observan razones de pecado “rattione pecatti”.
Los motivos parecen obvios, o al menos para él lo son: “…mirad así que los Príncipes y gobernantes terrenales sólo están para
velar por el bienestar físico de sus súbditos. Yo, Vicario de Dios, soy el
único con capacidad para hacerlo por su bienestar espiritual.”
La convocatoria del IV
CONCILIO DE LETRÁN, en 1215, constituye igualmente uno de los hechos más
trascendentes de su ejercicio, y sin duda uno de los más vinculantes no sólo en
lo concerniente a la Iglesia, sino a lo relativo a los cánones que en adelante
habrán de obrar en sus relaciones de ésta con los Estados. Así, en el mismo se
dictará de manera definitiva la convicción de que los Estados Terrenales emanan
de La Iglesia, debiéndose pues, a ella. “el
Imperio procede así pues de la Iglesia, no sólo principalitter (en origen),
sino también finaliter (en sus fines). “ De esta manera, quedaba
definitivamente establecido el principio de poder según el cual los poderes del
gobernante obran en pos, por, y para mayor gloria de Dios, siendo ante éste
ante el único al que deben cuentas. El absolutismo queda configurado.
Luis Jonás VEGAS.