lunes, 23 de febrero de 2015

DE NUEVO, “23 F.” EN REALIDAD, EL 23 F MÁS MOVIDO DESDE TEJERO.

“Siéntate Cómodo. Y dedica un instante a este viejo para hacerle recordar algunas de esas cosas que no por importantes, pueden en realidad haber quedado en el olvido. (...) Así pues, llegados a este punto…¿Qué es Roma? ¿Roma es acaso sus Legiones? ¿Es Roma por el contrario lo que emana del embravecido Coliseo? (…) Es en realidad Roma una idea, un sueño, y es la naturaleza que le es propia de tamaña fragilidad, que a veces incluso pronunciar su nombre debería darnos miedo. Y no se trata pues de un temor vano, porque a todos nos queda la duda de si por pronunciar su nombre con demasiada intensidad, pueda éste ser motivo de desvanecimiento, despertando entonces en una realidad distinta, alejada pues de todo lo que conocemos, o de lo que creemos conocer.”

Inmersos en mayor medida en nuestros quehaceres, constituyan o no los mismos una muestra de nuestra realidad, lo cierto es que lejos de aventurarnos en el absurdo a la par que descorazonador ejercicio de entender o tratar de hacerlo, dada la prolífica disposición de los pensamientos que o bien los han provocado, o bien se han visto originados por ellos; lo cierto es que una de las pocas certezas en pos de las cuales si podemos hallarnos en disposición de concertar es el elevado sin duda grado de certeza que al respecto de nuestras propias creencias podemos llegar a albergar a la hora no tanto de defender las mismas ante nadie, como sí más bien a la hora de confesarnos a nosotros mismos la grandeza de las mismas.
Se trata sin duda de una necesidad, se trata sin duda de la constatación práctica de otro de los testimonios que la Gran Memoria ha dejado impresos en nosotros.

Testimonio que si bien el caso de operar solo ya resulta lo suficientemente atractivo a la hora de proveerle de la certeza máxima en pos de lograr sus objetivos, lo cierto es que trabajando en franca y manifiesta coordinación con el que a la postre acabará por consolidarse como uno de los grandes vicios del momento, a saber la manera de conducirse por medios cuasi instantáneos, albergando la vana esperanza del todo ya, acaban por consolidarse como el gran mirador desde el que tratar de consolidar la por otro lado casi inefable consideración de que conocerlo todo es en realidad posible.

Conscientes del contraste desde el que constatamos nuestro enésimo enfrentamiento para con la realidad, o al menos para con la concepción que de la misma tenemos, es cuando la acotación que al respecito de la carta mediante la que Marco Aurelio anuncia a su hijo no tanto la decepción que le provoca el no poder legarle el Imperio, como sí más bien el bochorno que como político le produce el haber llegado a la conclusión de que Roma debía volver a ser una República a la vista de los peligros que el ejercicio de Patriotas y Tiranos podían en realidad llegar a producir.

Es entonces, o al menos yo entiendo que debería ser así, cuando la adecuación de tamañas palabras, incluso por concepción temporal, se presenta ante nosotros de manera clara y transparente.

Porque salvando como es preceptivo las distancias propias, distancias que en este caso emergen sobre todo desde la propia naturaleza conceptual, el vínculo entre la Roma del Siglo III, y la España del Siglo XXI escapa precipitadamente de cualquier intento de hallarlo mediante procedimientos encaminados a logros materiales. Será así pues precisamente que habremos de buscar en los aditamentos metafísicos, los únicos por otro lado competentes para superar de manera unilateral disquisiciones otrora imposibles, como bien podrían ser las procedentes del propio tiempo, en pos de fortalecerse precisamente en ese otro escenario. El escenario identificado por Marco Aurelio a saber, el escenario de las Ideas, de los Conceptos, o mejor aún, el de las Concepciones.

Porque a fin de cuentas. ¿Qué es en realidad un País, tan siquiera una Nación, si no la suma de las consideraciones que al respecto tienen los que se unen precisamente en torno a la seguridad que da precisamente el compartir algo así algo común?

Conforme a semejante consideración, poco o nada, a lo sumo una idea, constituye en la mayoría de los casos el origen del acervo, cuando no éste en todo su esplendor, que subyace en el Sanct-Santorum  de los componentes de un País, cuando no peor, de una Nación. Y como es obvio nada hace suponer que la corrección del razonamiento haya de hacer excepción alguna, ni tan siquiera con España.

Tenemos así pues que cuanto más lo planteamos, más sencillo resulta asumir que a grandes rasgos, la inmensa mayoría de los constituyentes que componen una Nación, proceden en realidad de la aceptación generalizada de una serie de creencias, que en muchos casos evolucionan al menos en elegancia hacia el componente de los mitos, confeccionando con ello un escenario que permanece en franca concomitancia con lo legendario.

Pero. ¿Cómo sobreviven las ideas, sobre todo cuando son de esta magnitud?

Resultaría sorprendente, aunque la realidad está llena de ejemplos que por sí mismos resultan lo suficientemente convincentes, en base a los cuales queda patente que cuanto mayor es la intensidad requerida por la falacia o la construcción perseguida, más sencillo resulta hacer pasar por verdades lo que en realidad no tiene por qué ser  mucho más que una pantomima ordenada.
Una de las claves imprescindibles para hacer creíble la farsa: El que sea mucha la gente que participe de la misma.
Una vez implantado el mito, el tiempo hará el resto. Y sin duda lo hará muy bien. Solo hay que cuidar de proveerse de una historia lo suficientemente solvente como para que a medida que sea repetida, ésta parezca ganar en credibilidad.

Puede que así se haya construido parte de la mitología a la que hoy todavía no ha renunciado España.

Sin embargo en esta España de treinta y cuatro años después, se observa la confluencia de una serie de conceptos, realidades y percepciones que, convenientemente ordenados sobre el nuevo tapete que configura cuando no condiciona la realidad, vienen a enfrentarnos con la lenta aunque tal vez por ello más convincente certeza de que nada, absolutamente nada, puede ser igual, o al menos no puede seguir siendo tratada de la misma manera.

La irrupción de nuevas prerrogativas, la mayoría de las cuales se ordena atendiendo igualmente a concepciones por novedosas casi revolucionarias; terminan por consolidar un escenario cambiante en el que de una u otra manera solo la nueva fragilidad viene a consolidarse como el elemento determinante.

En base a ello, nada de lo conocido, nada de lo recordado, puede aspirar a constituirse en medio eficaz desde el cual soportar lo que está por venir.

Así ni la idea de España, ni por supuesto los medios de los que ésta ser servía para prevalecer, pueden hoy por hoy en erigirse a título de propuesta seria desde la que los fervientes conservadores puedan creerse habilitados ni por un segundo más para empecinados, seguir contraviniendo las más elementales normas de la evolución a base de reproducir una y otra vez lo que ya no es ni tan siquiera una idea. Lo que ya no es sino un sueño baldío.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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