“Siéntate Cómodo. Y
dedica un instante a este viejo para hacerle recordar algunas de esas cosas que
no por importantes, pueden en realidad haber quedado en el olvido. (...) Así
pues, llegados a este punto…¿Qué es Roma? ¿Roma es acaso sus Legiones? ¿Es Roma
por el contrario lo que emana del embravecido Coliseo? (…) Es en realidad Roma
una idea, un sueño, y es la naturaleza que le es propia de tamaña fragilidad,
que a veces incluso pronunciar su nombre debería darnos miedo. Y no se trata
pues de un temor vano, porque a todos nos queda la duda de si por pronunciar su
nombre con demasiada intensidad, pueda éste ser motivo de desvanecimiento,
despertando entonces en una realidad distinta, alejada pues de todo lo que
conocemos, o de lo que creemos conocer.”
Inmersos en mayor medida en nuestros quehaceres, constituyan
o no los mismos una muestra de nuestra realidad, lo cierto es que lejos de
aventurarnos en el absurdo a la par que descorazonador ejercicio de entender o
tratar de hacerlo, dada la prolífica disposición de los pensamientos que o bien
los han provocado, o bien se han visto originados por ellos; lo cierto es que
una de las pocas certezas en pos de las cuales si podemos hallarnos en disposición
de concertar es el elevado sin duda grado de certeza que al respecto de
nuestras propias creencias podemos llegar a albergar a la hora no tanto de
defender las mismas ante nadie, como sí más bien a la hora de confesarnos a
nosotros mismos la grandeza de las mismas.
Se trata sin duda de una necesidad, se trata sin duda de la
constatación práctica de otro de los testimonios que la Gran
Memoria ha
dejado impresos en nosotros.
Testimonio que si bien el caso de operar solo ya resulta lo
suficientemente atractivo a la hora de proveerle de la certeza máxima en pos de
lograr sus objetivos, lo cierto es que trabajando en franca y manifiesta
coordinación con el que a la postre acabará por consolidarse como uno de los
grandes vicios del momento, a saber la manera de conducirse por medios cuasi instantáneos, albergando la vana
esperanza del todo ya, acaban por consolidarse como el gran mirador desde
el que tratar de consolidar la por otro lado casi inefable consideración de que
conocerlo todo es en realidad posible.
Conscientes del contraste desde el que constatamos nuestro enésimo enfrentamiento para con la
realidad, o al menos para con la concepción que de la misma tenemos, es cuando
la acotación que al respecito de la carta mediante la que Marco Aurelio
anuncia a su hijo no tanto la decepción que le provoca el no poder legarle el
Imperio, como sí más bien el bochorno que como político le produce el haber
llegado a la conclusión de que Roma debía volver a ser una República a la vista
de los peligros que el ejercicio de Patriotas y Tiranos podían en realidad
llegar a producir.
Es entonces, o al menos yo entiendo que debería ser así,
cuando la adecuación de tamañas palabras, incluso por concepción temporal, se
presenta ante nosotros de manera clara y
transparente.
Porque salvando como es preceptivo las distancias propias,
distancias que en este caso emergen sobre todo desde la propia naturaleza
conceptual, el vínculo entre la Roma del Siglo III, y la España del Siglo XXI
escapa precipitadamente de cualquier intento de hallarlo mediante
procedimientos encaminados a logros materiales. Será así pues precisamente que
habremos de buscar en los aditamentos metafísicos, los únicos por otro lado
competentes para superar de manera unilateral disquisiciones otrora imposibles,
como bien podrían ser las procedentes del propio tiempo, en pos de fortalecerse
precisamente en ese otro escenario. El escenario identificado por Marco Aurelio
a saber, el escenario de las Ideas, de los Conceptos, o mejor aún, el de las
Concepciones.
Porque a fin de cuentas. ¿Qué es en realidad un País, tan
siquiera una Nación, si no la suma de las consideraciones que al respecto
tienen los que se unen precisamente en torno a la seguridad que da precisamente
el compartir algo así algo común?
Conforme a semejante consideración, poco o nada, a lo sumo una idea, constituye en la mayoría de
los casos el origen del acervo, cuando no éste en todo su esplendor, que
subyace en el Sanct-Santorum de los componentes de un País, cuando no peor,
de una Nación. Y como es obvio nada hace suponer que la corrección del
razonamiento haya de hacer excepción alguna, ni tan siquiera con España.
Tenemos así pues que cuanto más lo planteamos, más sencillo
resulta asumir que a grandes rasgos, la inmensa mayoría de los constituyentes
que componen una Nación, proceden en realidad de la aceptación generalizada de
una serie de creencias, que en muchos casos evolucionan al menos en elegancia
hacia el componente de los mitos, confeccionando
con ello un escenario que permanece en franca concomitancia con lo legendario.
Pero. ¿Cómo sobreviven las ideas, sobre todo cuando son de
esta magnitud?
Resultaría sorprendente, aunque la realidad está llena de
ejemplos que por sí mismos resultan lo suficientemente convincentes, en base a
los cuales queda patente que cuanto mayor es la intensidad requerida por la
falacia o la construcción perseguida, más sencillo resulta hacer pasar por
verdades lo que en realidad no tiene por qué ser mucho más que una pantomima ordenada.
Una de las claves imprescindibles para hacer creíble la
farsa: El que sea mucha la gente que participe de la misma.
Una vez implantado el mito, el tiempo hará el resto. Y sin
duda lo hará muy bien. Solo hay que cuidar de proveerse de una historia lo
suficientemente solvente como para que a medida que sea repetida, ésta parezca
ganar en credibilidad.
Puede que así se haya construido parte de la mitología a la que hoy todavía no ha
renunciado España.
Sin embargo en esta España de treinta y cuatro años después,
se observa la confluencia de una serie de conceptos, realidades y percepciones
que, convenientemente ordenados sobre el nuevo tapete que configura cuando no
condiciona la realidad, vienen a enfrentarnos con la lenta aunque tal vez por
ello más convincente certeza de que nada, absolutamente nada, puede ser igual,
o al menos no puede seguir siendo tratada de la misma manera.
La irrupción de nuevas prerrogativas, la mayoría de las
cuales se ordena atendiendo igualmente a concepciones por novedosas casi
revolucionarias; terminan por consolidar un escenario cambiante en el que de
una u otra manera solo la nueva
fragilidad viene a consolidarse como el elemento determinante.
En base a ello, nada de lo conocido, nada de lo recordado,
puede aspirar a constituirse en medio eficaz desde el cual soportar lo que está
por venir.
Así ni la idea de España, ni por supuesto los medios de los
que ésta ser servía para prevalecer, pueden hoy por hoy en erigirse a título de
propuesta seria desde la que los fervientes
conservadores puedan creerse habilitados ni por un segundo más para
empecinados, seguir contraviniendo las más elementales normas de la evolución a
base de reproducir una y otra vez lo que ya no es ni tan siquiera una idea. Lo
que ya no es sino un sueño baldío.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.