Convergen de manera aparentemente natural en torno al ser
humano, multitud de realidades, conceptuales unas, materiales otra, que ayudan
de manera franca y evidente a preconizar la certeza de la evidente complejidad que en términos generales se expresa en pos de
la condición de éste.
Una complejidad que, si nos atenemos tanto a la fuente, como
especialmente al resultado que de la misma procede, a saber el Hombre en tanto
que sí mismo, sirve por sí solo para proverbiar en relación a la eficacia de
ésta, ratificada, insistimos, en el elevado grado de éxito que de su obra se
extrae.
Concibiendo así pues al Hombre como un resultado, como algo que última instancia procede, bien podemos conjeturar sobre
lo inaccesible que para el propio Hombre supone su concepción a tenor de la
mencionada fuente; haciendo de lo inabarcable del objeto de tales pesquisas,
una de las mayores fuentes de miseria para el propio Hombre, en tanto que tal.
Dicho de otra manera, o si se prefiere de manera más
extendida, lo cierto es que la imposibilidad que el Hombre tiene para elevar a
algo que supere al mero rango de conjetura todas y cada una de las a priori
explicaciones competentes sobre sus orígenes, cuando no de sus fines; redundan en pos de sumirle en una fiebre más o menos sintomática. Fiebre que por otro lado
presenta una forma de reacción a los procesos temporales, cuando no
abiertamente cronológicos. Dicho de otra manera, la atenencia respecto de
ciertas fechas parece redundar activamente en el reforzamiento tanto de la
necesidad de obtener respuestas, como en el mero hecho de llevar a cabo
preguntas.
Lejos de pretender aquí y ahora la elaboración de alguna
suerte de compendio encaminado a corregir en todo o en alguna parte el
corolario desde el que muchos satisfacen sus demandas en pos de nuestro
componente metafísico, lo cierto es que sí acudiremos una vez más, e
inexorablemente por estas fechas a nuestra cita con uno de esos grandes momentos, uno de esos grandes hitos del calendario, los cuales
suelen venir inexorablemente ligados a momentos trepidantes de la Historia de la Humanidad. Momentos
en una palabra que tienen permanente proyección hacia el futuro.
Es así por lo que, inmersos como estamos en mitad de una
celebración tan marcadamente intimista, como es o a priori debería ser aquella
mediante la que los seguidores de
Jesucristo conmemoran la certeza del triunfo de su fe sobre la muerte,
entendida ésta como la enésima conceptualización del mal; sorprende el alto
grado de exposición pública al que
los mismos, a los que a partir de ahora aglutinaremos bajo el denominador común
de penitentes, se prestan.
Procesiones, representaciones, martirios más o menos
lúcidos, y en definitiva, exteriorización de un proceso relativamente macabro y
reincidente (no en vano acaba siempre son la muerte en la cruz a título de sacrificio máximo de un Jesús que en
esencia vino a la Tierra como cordero) se
fusionan para confeccionar de manera insistimos reiteradamente macabra y
repetitiva, un escenario aterrador destinado a lograr misiones diversas.
Lejos como decíamos hace unos instantes de intentar hoy
venir a dar respuesta a alguna de las sin duda innumerables cuestiones que una
vez más se plantean, lo cierto es que verdaderamente el objetivo de la presente
reflexión se halla enmarcada más dentro de los principios podríamos decir antropológicos. Otras consideraciones, a
saber por ejemplo las que proceden de vínculos o consideraciones místicas o religiosas pertenecen a un
campo más alejado, un campo que además, por estar inexorablemente flanqueado
por las barreras que el respeto impone, no estamos dispuestos tan siquiera
dispuestos a flanquear.
Mas tal consideración no ha de ser óbice para que, lejos de
huir, al contrario aprovechemos las ventajas de las cuales gozamos a la hora de
tratar de hacer frente con el inmejorable catálogo de armas que nuestro
entendimiento nos brinda, al intento de comprensión del que a nuestro entender
supone el gran misterio del Hombre. A saber, la dualidad que lo compone, y a la
cual resulta imprescindible acudir si queremos intuir siquiera brevemente si
está en nuestro ánimo acceder de una forma no manierista al compendio de realidades que
indudablemente se confabulan a la hora de dar forma al Hombre, en todo su esplendor.
Insistiendo de manera absolutamente voluntaria en los
procederes vinculados a la estructura antropológica del Hombre, habremos una
vez más de traer a colación los múltiples aspectos, así como las no menos
numerosas interpretaciones que de los mismos una y otra vez hacemos; todos los
cuales una y otra vez acaban por chocar de manera inexorable en el
parasintético mundo de la duda
metodológica.
Sin necesidad de entrar todavía en el terreno de lo
mitológico, ni tan siquiera en el de la Religión, por supuesto; y obviamente
alejados cuando menos todavía de las pretensiones unívocamente excluyentes de
la corriente pragmática por excelencia, lo cierto es que lo apropiado de la
fecha, precisamente hoy, el único día en el que los seguidores de Cristo se encuentran
huérfanos al hallarse extinguida en su
Luz, aquélla que supuestamente ilumina al mundo; bien puede ser el mejor de
los días para hacer frente al mero y no por ello menos interesante proceso
destinado como decíamos a buscar
preguntas.
Soslayando muchos de los aspectos que vendrían a compendiar
y a matizar la cuestión, y aún a riesgo de que entre alguno de los obviados
figuren elementos cuya aportación pueda ser estructural, lo cierto es que en el
fondo la discusión queda reducida a si el Hombre, y con ello los criterios que
de una u otra manera le son propios, puede o no dar cumplida explicación a todo
cuanto le rodea acudiendo tan solo a
cuestiones y procedimientos que le son factibles por métodos directos. O
lo que es lo mismo, si podemos o no obviar la necesidad de la imprescindible
participación de una ser externo a la
hora de comprender la existencia, en sus más amplios componentes.
La cuestión como vemos, para nada baladí, bien puede ser
considerada, basta para ello con atenernos a los ríos de tinta que ha suscitado a lo largo de la historia de la propia Humanidad ,
como una de las que efectivamente con más intensidad ha cautivado a todos los
que en uno u otro momento han formado parte de nuestra comunidad.
Estableciendo en DESCARTES el límite superior, esto es, el
científico que por su marcado talante racionalista mejor puede identificarse
como el paso previo que la ciencia concede antes de acabar definitivamente
desbordando en el mito. Y poniendo en HUME el parámetro desde el que percibir
la vida y sus aspectos como una mera y exclusiva sucesión de eventos todos
ellos de marcado carácter empírico, lo cierto es que en realidad y entre ambos
se consolida la existencia de un inabordable universo de vivencias, existencias
y experiencias, todas las cuales quedan una vez más integradas en el espacio
conceptual que va del mito al logos.
Y en el tránsito de ese universo, la imperturbable vivencia
que va de lo necesario, a lo
contingente. O expresado de otra manera, el recorrido que el Hombre está dispuesto
a llevar a cabo en virtud a lo necesitado que esté de respuestas absolutas.
Sin embargo en este caso, marcando claramente las
diferencias para con aquél otro momento, en torno al siglo VI a-C en el que se
plantea por primera vez de manera consciente la cuestión, lo cierto es que
hemos avanzado, evolucionado si se prefiere, lo suficiente, como para poder
afrontar tanto la cuestión, como los corolarios que de la misma se deriven, sin
necesidad de caer en el reduccionismo
excluyente en el que una y otra vez hemos venido derivando la cuestión.
Tanto es así, que la indiscutible existencia de una y de
miles estructuras de consideración pagana, si entendemos como tales las que
proceden de concebir respuestas diferentes a las propuestas por la línea
oficial al respecto de las grandes cuestiones que desde el principio de los
tiempos aterrorizan a los individuos y a las comunidades que desde el principio de los tiempos pueblan este
planeta; nos conducen de manera definitiva y para nada errática a la
constatación de que el denominador común que se halla implícito en todas y cada
una de estas respuestas, localizables de una u otra manera en todas las
comunidades que han existido, es precisamente el doble sentido al que el Hombre ha tenido que acudir siempre que ha
querido darse una respuesta sincera a alguna de estas grandes cuestiones, integrantes todas ellas del compendio que se
agrupa en lo inexcusable del Hombre.
¿Dónde nace entonces el problema? Pues una vez más, y de
manera clara, el problema se ubica en la Tradición Cristiana ,
más concretamente en la interpretación dialéctica, y abiertamente excluyente
que al respecto del resto de valoraciones, ésta impone.
Es así como de manera una vez más marcadamente paradójica, la forma se impone al fondo, o el medio
supera al objetivo. Es así como la Religión, que derivada de la Mitología
surgió para dar respuestas, se erige en elemento unificador y excluyente,
autoinduciéndose la potestad suprema a la hora de indagar.
Sucumbe entonces el Hombre a una de las manifestaciones más
destructivas de cuantas está destinado a conocer; y comprueba así la crueldad
de una nueva realidad de la que inevitablemente pasará a quedar desterrada todo
atisbo de vivencia pagana.
Es así como la incuestionable substancia racional que
subyace al Hombre en tanto que tal, queda
reducida para siempre a una determinada, de las muchas que por otra parte se
hallarían en principio legitimadas para conciliar la dialéctica que a tal
extremo conforma la incuestionable dualidad del Hombre.
Es por ello que vinculada no tanto a tal dualidad, cuando sí
más bien a la necesidad de plasmar las vivencias religiosas que le son propias
al Hombre; es por lo que la Música, como inevitable expresión de éste, y de sus
múltiples cualidades subyacentes, apuesta de manera vivida por un formato cuya
expresión está implícitamente ligado a tales extremos.
La Pasión, formato por excelencia en el que la
Música refrenda su compromiso para con la evolución del Hombre, compendia mejor
que cualquier otra realidad el íntimo compromiso que el compositor refrenda con
cada una de las notas que la componen.
Vinculada no solo a autores, cuando sí más bien a épocas, las pasiones consolidan en torno de
sí no tanto a seguidores, por tratarse de una expresión íntima de una realidad
transcendente y unipersonal; cuando sí más bien se convierten en la traducción
perfecta de la emotividad con la que una determinada sociedad, una determinada
época, vive su espiritualidad.
BACH, PERGOLESSI, VERDI. Todos tienen su Pasión. Y dicho de
otra manera, a todos se les comprender de otra manera una vez éstas han sido
convenientemente interpretadas, incluso comprendidas.
Es así que cada época
tiene su Pasión de parecida manera a como no hay gran autor clásico que no
tenga su Pasión.
El motivo de tal afirmación es sencillo, a la par que
evidente. La Música es patrimonio de la Humanidad, en la medida en que sirve
para posibilitar la comprensión del Hombre. Y el Hombre está incompleto sin su
componente espiritual.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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