Hablar de Carlos MARX es, de origen, hablar de dudas, de
cambios y de derrumbe de certezas. Es, en una palabra, lanzarnos a conocer el
mundo, a través del intrincado mundo de la dialéctica.
Es Carlos MARX la personificación de la contradicción. La
constatación manifiesta de que el mundo
no lo componen certezas, y de que la felicidad no ha de ser buscada en las
tranquilas aguas de los lagos prusianos, sino que más bien se encuentra en las
tumultuosas corrientes, en este caso humanas, que día a día se arremolinan en
pos de las calles propiciatorias de ciudades eminentemente cosmopolitas, como
podía ser el caso del Londres que contempló su muerte, en marzo de 1883.
Nacido en el Reino de Prusia, más concretamente en la ciudad
de Tréveris, en 1818; no vendrán a ser en cualquier caso los lugares, cuando sí
más bien los tiempos, lo que venga a hacer perdurar el recuerdo de Carlos MARX.
Recuerdo contradictorio, coherente tanto para con su vida,
como para con su obra; constituye ante todo y por encima de todo la obra de
este genial hombre no solo un compendio de los momentos que le tocarían vivir,
sino que como suele ocurrir con los verdaderos genios, ésta será un brillante
anticipo de los modos y las obras que, efectivamente, estarán por venir; lo que
nos lleva a tener que considerar la obra de MARX como una de las más brillantes
en tanto que de las producidas en el siglo XIX. Y esta consideración podemos
extenderla tanto a lo cualitativo (sin duda remueve conciencias), como a lo
cuantitativo (se trata de una obra tan numerosa como muchas veces
inexpugnable.)
Porque será MARX, mucho más que el fundador del marxismo, a
la vez que el marxismo será mucho más que el resultado evolucionado de una
suerte de socialismo científico, del cual procederá compartiendo en este
caso honores con Friedrich Engels.
Convergerán así, en la suerte que compone el binomio que
forman de manera un tanto indefectible el Marxismo, y el propio MARX, la
concepción definitiva de la valía que la dialéctica tendrá, tanto a nivel de
condición procedimental, como en tanto que conclusión propia y evidente.
Comienza así a fluir un MARX científico, insuflado de una
suerte de convencimiento filosófico procedente sin duda de los años de estudio
en las universidades de Bonnn y de Berlín, donde tomará conciencia de las ideas
y de las soflamas hegelianas, que sin duda tendrán en él un efecto que en mayor
o menor medida podrá identificarse siempre.
Sin embargo, la influencia que tales ideas tendrán en MARX,
han de ser consideradas de una manera especial, toda vez que nuestro
protagonista no se conducirá respecto de las mismas de una manera
convencional o coherente si preferimos, a la hora de respetar a su creador. Más
bien, y puede que ahí arranque la genialidad, tales ideas se vean manipuladas
no en su fondo, cuando sí abiertamente en sus formas, consolidando en torno
de las mismas un principio de edificio conceptual para cuya comprensión ni el
propio Hegel podría estar, ni con mucho, preparado.
Así, en un proceder semejante al que Descartes había
condicionado siglos atrás, en tanto que modifica el término escepticismo para
convertirlo no en una fuente de máximas, sino en un generador de
procedimientos; Karl MARX renueva el concepto de dialéctica, logrando
que un principio a priori casi infantil, y desde luego para nada peligroso,
acabe por abanderar el movimiento que bien podría hacer converger en torno de
sí la revolución definitiva, o al menos la destinada a crear un nuevo Orden
Mundial.
Constituye esta nueva dialéctica, o más en concreto
esta nueva forma de considerar la dialéctica, un proceso que inexorablemente ha
de concebirse desde el fluir en base al cual los campos de acción dentro de
cuyos contenidos ésta bebe, se ven definitivamente superados. Es así como los
marcos teóricos dentro de los cuales se debate la búsqueda de la verdad por
medio de la superación de contrarios, fundamento estructural que compendia el
que denominaremos lógico proceder de los actos dialécticos, se ve
superado al dotar a los mismos de una suerte de licencia práctica, de la
cual escenificamos consecuencias prácticas directamente atribuibles a conductas
que, inexorablemente, tienen su origen en teorías, o lo que es lo mismo en pensamientos.
Escenificamos así, de manera francamente genial, uno de esos
extraños por escasos, momentos en los que el camino entre la razón como fuente
de conocimiento, y la realidad como teatro de operaciones donde ésta alcanza
sus conclusiones de manera evidente; se recorre de manera aparentemente
sencilla.
Podemos así pues decir, sin ambages, y sin miedo a
equivocarnos, que el Marxismo, más allá de una visión filosófica de la vida,
constituye en realidad la consagración máxima de la certeza de que tanto el
pensamiento, como aquello que le es propio, a saber las ideas, son inútiles en
tanto que no se conciben con el ánimo de consolidarlos como fuente real de
cambios reales. Y el catalizador que logra semejante consecución es,
obviamente, la dialéctica.
Llegados a este punto resulta ya inevitable comenzar a
definir los parámetros que permitan comprender no que el cambio de lo teórico a
lo práctico que redunda de forma permanente en todo el trabajo desarrollado por
MARX se justifica no ya en una catarsis, lo que ciertamente hubiera sido
una especie de transgresión conceptual; cuando sí más bien en una progresión
conductiva, obrando en este caso, o más concretamente la época, como condición
necesaria, a la par que casi suficiente.
Porque si en la obra de todo filósofo, yo diría de todo
hombre; el tiempo que le ha tocado vivir, concebido en forma de la época que le
es propia; viene a condicionar de manera relevante su forma de pensar,
condicionando con ello los resultados de la obra que le es propia; esta
aseveración adquiere especial relevancia en los términos que son definitorios
del Marxismo.
Consolidada su obra dentro del XIX, lo cierto es que los
condicionantes categóricos que vienen a consolidar el siglo, en tanto que una
época, han de ser localizados tiempo atrás.
Será así como principios apostillados en la centuria del mil
setecientos, a saber nacimiento de emociones como el nacionalismo, concepción
de certezas como la aparición de una Clase Media, traducción inmediata a la par
que imprescindible de las conclusiones propiciatorias de una nueva realidad, el
Capitalismo; vendrán a abonar el terreno para diseñar el espacio en el que el
nuevo Comunismo se mueva a sus anchas.
La Lucha de Clases, a saber y sin duda la gran aportación dentro de la cual
convergen sin rubor condicionante tanto filosóficos como políticos, y de la que
puede extraerse incluso una suerte de condición ideológica; persevera hasta
conducirse por unos derroteros de los que no solo se extrae su supervivencia,
sino que en el uso de los mismos llega a superar a su progenitor, de manera que
el Comunismo en tanto que interpretación ideológica, acaba por rendir
tributo a la Lucha de Clases la cual no solo termina por adquirir realidad de
entidad propia, sino que acaba superando
las demás al ser no solo más comprensible, sino más práctica.
Tenemos así pues perfectamente determinado el territorio a
partir del cual el Comunismo acaba por convertirse no solo en el eje
transductor que convierte ideas en realidades, sino que más allá de
consideraciones, podemos intuir el núcleo a partir del cual éste condiciona de
manera inexorable el vínculo que a partir de ese momento identifica para
siempre Comunismo con Revolución.
Los fundamentos conceptuales ya descritos, pero que se
resumen en un proceder que da lugar al Capitalismo, sumergen al Hombre en un
proceso alienante, destinado a ahogarlo de manera tan inefable como inevitable,
que convierte en revolucionario no solo a cualquier conducta que trate de
impedirlo, como en poco menos que delictiva cualquier idea que tienda ni
siquiera a cuestionar los supuestos principios que a priori justifican tal
alienación, considerando la alienación como el proceso por el que el Hombre
cede sus concepciones nucleares a estructuras que le son impropias, o cuando
menos externas.
A partir de ahí, podemos finalizar la tenencia exitosa de un
amplio margen de conceptos en pos de los que se articula, incluso de manera
razonable, el claro segmento desde el que se define el amplio catálogo de
exabruptos desde los que se concibe la
visión de la relación que desde el XIX hasta hoy ha experimentado el Comunismo,
para con todos los tiempos, usos y costumbres con los que se ha visto obligado
a convivir.
En cualquier caso, y más allá de consideraciones de índole
ideológica, cuando menos aún políticas, lo cierto es que las aportaciones que
MARX llevó a cabo, condicionan sobre manera no ya el momento que le tocó vivir,
sino que marcan un nuevo rumbo a la hora de enfrentarse al futuro, delimitando
con ello, desde la perspectiva obvia, la mayoría de las consideraciones que
habrán de explicar por fin muchos de los cambios imprescindibles que definen el
presente.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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