Tarea complicada, y a veces paradójica, la que se suscita
cuando hemos de ubicar a un compositor, dentro de la línea que supuestamente mejor describe la tendencia que le resulta definitiva.
Puede parecer que no es así, pero si dedicamos unos segundos a reflexionar
sobre la cuestión, veremos como a menudo, hechos objetivos unas veces, tales
como el hallazgo de obras desconocidas;
o subjetivas otras, entre las que destaca simplemente la conducta
acomodaticia propensa a clasificar siempre a un compositor dentro de
determinada corriente, arguyendo como única certeza el hecho de que siempre se ha hecho así, a menudo nos
conduce a la comisión de errores que, con el tiempo y la repetición, acaban
convirtiéndose en verdaderas estafas.
Semejante conducta, bien podría ser atribuida a las acciones
que tanto sobre la memoria de CHAIKOVSKI, pero sobre todo sobre su música, se
ha llevado a cabo.
Responde el compositor, de manera casi ejemplar, a la tensa
situación que se produce cuando una figura
resulta ser de tal calibre, que su mera presencia no sólo colapsa los
parámetros que resultan categóricamente definitorios a una determinada época,
sino que además, haciendo buena la convicción de que las épocas musicales, por
estar protagonizadas de manera evidente por personas, no pueden finalizar o
comenzar de forma abrupta, esto es, con un sencillo procedimiento de punto final, necesitan realmente de un proceso de introducción mas o menos
largo en el cual tiene lugar, tanto la superación de los caracteres propios del
modelo declarado obsoleto, como la progresiva introducción de los que
pertenecen a la nueva escuela.
Asistimos así, a ejemplos especialmente dolorosos, en medio
de los cuales el caso CHAIKOVSKI bien
puede constituir una muestra elemental.
¿Es CHAIKOVSKI ya un
Músico Nacionalista, o por el contrario su obra es ajena a las tensiones
propias de cualquier movimiento, y es tan sólo una muestra de “Romanticismo
Exacerbado?
El mero hecho de que plantear la cuestión, incluso en estos
términos, no sólo no suponga una acción caprichosa, sino que verdaderamente
tenga todos los visos de conveniencia científica, revela a priori una
circunstancia evidente, a la par que ya connotada en otro artículo recientemente
publicado; cual es la tremenda complejidad de la personalidad del compositor,
la cual sin duda se ve refrendada en una forma de vida cuando menos poco
convencional, manifiesta ésta en todo momento por la convicción mediante la que
llevaba a cabo conductas en muchos casos contrarias a las que podrían
catalogarse no ya sólo como bien vista, sino muchas veces cercanas a lo
inconveniente.
Tales comportamientos, requieren de manera imprescindible,
de una coherencia que procede, sin duda alguna, de la convicción. CHAIKOVSKI
hizo, compuso y vivió siempre, como le
dio la gana. De ahí redunda, sin el menor género de duda, su gusto y afecto por San
Petersburgo. El carácter de la ciudad, moderno por lo novedoso, populoso por el
número de habitantes; pero extremadamente artificial por el modo y las
circunstancias de su implantación, predisponen un ambiente magnífico por lo
frío, aunque predecible en definitiva ya que, las rígidas convenciones
estipuladas por Pedro I, escriben un guión perfectamente plausible, del que
resulta alto complicado salirse.
Y es por eso por lo que San Petersburgo se convertirá en el
catalizador tanto de la vida como fundamentalmente de la obra de Peter I.
TCHAIKOVSKI. Es en esta ciudad, denodada y fría como ninguna, pero previsible y
certera como pocas, donde el compositor podrá llevar a cabo como en ninguna
otra su proyecto de asombrar al mundo mediante el despliegue de una serie de
ambigüedades cuidadosamente elaboradas a partir del despliegue de conductas
trascendentes muchas veces incompatibles entre sí, dando pie con ello, de
manera evidentemente no solo voluntaria, sino abiertamente buscada, a todo tipo
de comentarios y aseveraciones.
Es CHAIKOVSKI un Compositor Romántico, de tal hecho se
encarga la enumeración, ordenada o no de sus obras. Pero es TCHAIKOVSKI también
un Hombre Nacionalista, y de apostillar tal certeza se encarga no sólo su
música, sino que en este caso lo hace más su literatura, concretamente la que
proporcionan sus cartas. Cartas que dirige a BORHODIM, uno de los grandes del
denominado “Grupo de los Cincos” y que atesoran a priori los cánones
imprescindibles para categorizar cualquier obra escrita en la Antigua Rusia. Sin
embargo los años y la revisión objetiva de algunas conductas nos permite decir
que, de parecida manera de ellos y de su juicio, como es de suponer no siempre
objetivo, depende el éxito o la desgracia no sólo de un estreno, sino a veces
de toda la carrera de un compositor.
Por eso, cuando somos testigos del proceso que comienza con
la “…adopción más que satisfecha de la obra del ingente Chaikovski,” y que
termina con el fulminante abandono del mismo, pocos años después una vez han
decidido “…que la apuesta por las raíces de la Madre
Rusia no
aparece lo suficientemente reforzada en los acordes de una música cada vez más
decadente,” nos lleva a poder manifestar de manera para nada lacónica la
certeza de que “El Grupo de los cinco” no va a ayudar en nada a construir una
imagen certera de las tormentas que se desencadenaban en la mente de
CHAIKOVSKI.
Por eso resulta mucho más atractivo, recurrente y encantador
acudir a la epístolas que se cruzaba entre el compositor, y su protectora,
mecenas y víctima, qué duda cabe de un amor platónico nunca recompensado, la baronesa Nadezhda
von MECK. En ellas, además de referirnos de manera puntual, prolífica y con
todo lujo de detalles las desavenencias antes planteadas, el músico pone de
manifiesto toda una serie de matizaciones cuando no de opiniones personales
que, de manera definitiva, vienen a poner de manifiesto las propias
dificultades que el compositor resalta, no para amar a su patria, sino más bien
para hacerlo de manera que no resulte chocante para con los modelos imperantes
en su instante contemporáneo; tanto para con sus gobernantes, como para con sus
propios contemporáneos.
Por eso, cuando recibe y acepta la orden de componer la
Sinfonía 1812, destinada a conmemorar múltiples circunstancias, entre la que
destaca claro está la batalla de Borodino, primer y único caso en el que las
tropas rusas dieron batalla al ejército de Napoleón, por otro lado hasta aquel
momento invencible; parece que el puzzle va a recibir la ficha definitiva.
El 7 de septiembre de 1812, en Borodino, a poco más de 100 kilómetros de
Moscú, los rusos, con el general Miajil KUTUZOV a la cabeza, y abusando como
siempre de su mayor potencial, que no es otro que la desmesurada tenencia de
hombres con la que sustentan la inferioridad en táctica y material; plantan
cara a Napoleón.
Si bien la victoria corresponde técnicamente a Napoleón, la
verdad, o más bien sus consecuencias, será otra. No es sólo que la sangre de
más de 125.000 hombres haya quedado atrás, la verdad es que mientras Napoleón
entra en Moscú, esperando la capitulación del Zar Alejandro I.
No es que tal hecho no se produjera, es que además mientras
tanto Napoleón comprobó la imposibilidad manifiesta para asentar sus cuarteles
de invierno, lo que acabó por obligarle a emprender una penosa huída en medio
de la que la que hasta ese momento había sido la mejor máquina de guerra concebida
hasta el momento, se vio demolida hasta sus cimientos. La
Grande Armée desapareció
entre octubre y diciembre de 1812, siendo incluso abandonada por su general.
Pero para encontrar la verdadera circunstancia nacionalista, hemos de retroceder hasta el principio,
hasta el momento en el que los preámbulos de la contienda comenzaban a
escribirse.
En junio de 1812, el ejército francés, con más de medio
millón de hombres, y cerca de 1.500 piezas de artillería, cruzaba el RÍO
NIEMEN, en Lituania. A partir de ese momento, el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa
Rusa desencadena una tremenda campaña de marketing que
promueve a cientos de miles de rusos a dirigirse a sus centros de oración para
elevar al cielo como un clamor el espíritu patrio ruso, por otro lado tantas
veces amenazado.
Una vez más, es la acción del propio pueblo la encargada de
salvar “La Idea de Pueblo”
Y eso es lo que CHAIKOVSKI quiere
poner de manifiesto cuando el 12 de octubre de 1880 comienza a trabajar en el
encargo. Efectuado por el Zar Alejandro II, pretende por ejemplo conmemorar
entre otros el vigésimo aniversario de la coronación del propio Zar. Por otro
lado, Rusia será en 1882 sede de la Exhibición de Arte y Tecnología, de manera
que la conmemoración central que en principio persigue la obra, parece
desmarcada.
Por eso, en una carta a la barones, CHAIKOVSKI afirma que
“la obra será muy fuerte y ruidosa, pero carente de mérito artístico, porque la
escribí en seis semanas, sin calidez ni cariño.”
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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