A título de ejemplo y contextualización, el hecho de que dejemos
para una “segunda oportunidad”, lo que por otro lado suponen los considerandos
explícitos de la Batalla de Las Navas de Tolosa, demuestra hasta qué punto es
complicado analizar con el suficiente grado de exigencia los considerandos
previos, desarrollo y consecuencia finales del acontecimiento.
A título de aproximación, el contexto sociopolítico que
rodea al momento contemporáneo de Las
Navas, está ya de por sí muy enrarecido. De entrada, el reparto de la
herencia del anterior monarca Castellano Sancho, había dejado tras de sí un
reguero de idiosincrasias absolutamente contradictorias que en definitiva a
nadie satisfacían. Por un lado, había roto los
modos de costumbre al haber otorgado herencia a todos sus hijos, en lugar
de desposeer a todos, a favor del primogénito. No contento con esto, había
otorgado soberanía a su hija Blanca la cual, a posteriori, llegaría a unirse
con sus hermanos en pos de desestabilizar las fronteras que sus respectivos
reinos compartían con Castilla, espoleando un continuo enfrentamiento
justificado en la absurda declaración de posesión de algunas fortalezas y
aldeas sin importancia.
Con semejante ambiente, se entiende casi que con quien mejor
se lleve el monarca, sea precisamente con el Miramamolín, con el cual tiene suscrita una ya duradera tregua. Sin
embargo una vez más, y como ratificación definitiva de la importancia
geopolítica que el acontecimiento tiene tanto para la Historia, como para el
momento contemporáneo a la misma, semejantes acuerdos con el enemigo
constituyen un obstáculo para el correcto desarrollo de los planes de otros,
entre otros el propio Papa Inocencio II.
Desde su nombramiento
en 1198, el Papa persigue denodadamente ganarse un papel en la Historia, Con
semejante propósito, no dudará convocar
en 1202 la que vendrá a ser IV Cruzada contra el enemigo en Tierra Santa. Los
resultados de la misma no serán ni mucho menos los deseados, por ello no puede
desaprovechar la ocasión que la existencia del enemigo en el frente meridional
le proporciona. Pero la tregua firmada entre los dos principales contendientes
es un obstáculo insalvable. Como cargar contra semejante muro no parece viable,
se decide a flanquearlo, para ello no dudará en escribir al Rey de Aragón,
Pedro II, incitándole a que convenza al monarca castellano de la “sin duda
molesta situación que a los ojos de Cristo supone el mantenimiento de esa
tregua.”
Pedro II ha de prestarse al juego. Por un lado no puede
enfrentarse al Papa, como sí harán por otro lado León, Navarra y Portugal. En
el caso de Pedro II el miedo a la excomunión lo es más, pero lo mermado de sus
alcancías le lleva a necesitar apoyo monetario del propio Rey Alfonso VIII.
En cualquier caso, todo parece converger, a los ojos de
Alfonso VIII, en torno a la que parece ya ser toda una santa obligación, de encabezar no ya a unos guerreros sino abiertamente
a unos cruzados, en pos del triunfo último. Si quedaba alguna duda, el
Obispo de Toledo, JIMÉNEZ DE RADA, inmerso
eso sí en sus propias cavilaciones que pasan entre otros por la consecución del
nombramiento de su Diócesis de Toledo como centro neurálgico de los Reinos
Cristianos; comienza igualmente una campaña de captación, que no dudará en
llevar a los territorios del Rey de los Francos, Luis, casado con Blanca, hija
de Alfonso VIII, para captar ultramontanos.
Como quiera que todo lo cual acaece, y lo hace además de
manera ordenada, al monarca castellano parece no quedarle mayor alternativa que
la de ir a la guerra, aunque ello suponga romper la tregua existente, hacerlo
de manera unilateral, y sacrificar con ello los años de estabilidad que ha
vivido Castilla.
El detonante estructural definitivo, la caída de Salvatierra
y su fortaleza, lo cual deja desprotegido todo el camino hasta Toledo.
Aparentemente salvadas las dificultades geopolíticas, quedan
ahora las consideraciones estratégicas propiamente dichas.
La concepción de la guerra hasta ese momento no se parece a
ninguna otra, ni pasada ni futura. Para empezar, no hay considerando previo de ejército regular. Las especiales
conformaciones conceptuales de la incipiente España , nos llevan a tener que
descartar cualquier parecido con ninguna de las consideraciones previas
medievales clásicas.
Aquí no hay ejército
regular. Tampoco se hacen levas al
modelo europeo. En esta época el común
converge para luchar no al servicio de un señor, sino de un pensamiento o
creencia. Por ello el llamamiento del papa Inocencio, catalizado por Obispos
como JIMÉNEZ DE RADA o el propio TELLO TÉLLEZ, tiene tanta importancia.
Acudirán así Milicias
Concejiles de Ávila, Soria, Segovia y Sepúlveda. Caballeros profesionales que deben pleitesía a los
dos monarcas principales, Alfonso VIII de Castilla, y Pedro II de Aragón. Las
Órdenes Militares de Santiago y por supuesto Calatrava dan forma a otro
elemento fundamental del contingente, que se verá reforzado por las unidades ultramontanas, procedentes principalmente de
Francia, que el Obispo de Toledo ha reclutado personalmente.
El uno de junio de 1212, el que sin duda constituye el
ejército más terrible que ha surcado los campos de Castilla, se pone en marcha.
Tal y como se narra en La
Crónica Latina de
los Reyes de Castilla”, documento a
priori concedido a la insigne pluma del Obispo, JIMÉNEZ DE RADA, no debe
ser exagerado el atribuir a la formación marchante el apelativo de magnífica. No se trata ya sólo de lo
ingente del número, más de doce mil almas la componen. Se trata no
obstante del vigor de la propia estructura que secunda tal composición.
No resulta vano enunciar que tal vez, desde que las legiones
de Publio Cornelio, antes de ser
justamente llamado “Africanus”, cruzaron la península desde el río Ebro,
hasta las estribaciones del Guadalquivir, buscando a su funesto rival; no se
había conocido en la tierra de la casi ya llamada España, marcha militar más respetable.
Por primera vez, se habían reunido en pos de la consecución
de un mismo fin, huestes irregulares,
Milicias Concejiles (con mando unas laico, y otras como en el caso de la de
Ávila, bajo mando castrense); Órdenes Militares propiamente dichas (unas con
representación previa en la península, como la de Calatrava ; y otras
netamente extranjeras, respondiendo al llamamiento a la Cruzada que imperaba).
Además resultaba impactante el despliegue del colorido de los aparatajes de
pendones y estandartes que, principalmente las huestes tramontanas, presentaban
en formación de marcha o batalla. Y todo ello unido sólo bajo la coherencia que
aportaba el fin último por todos perseguido, y que se personificaba en la
orgullosa figura de Alfonso VIII de Castilla.
Los choques comienzan relativamente pronto. Así, el 23 de junio,
las brigadas de expedición se ven
casi obligadas a tomar Malagón, en
tanto que persiguen a una patrulla almohade.
De ahí a Calatrava hay un paso que se cubre, literalmente en cuatro días.
Pero sin duda serán las recuperaciones de Alarcos y Salvatierra, acaecidas el 4 y el 9 de julio
respectivamente, las que más refuercen el sentir general.
En contra de lo que pueda parecer, será precisamente el
devenir de estas victorias, y más concretamente cómo se gestionen las mimas, lo
que más quebraderos de cabeza le traigan a Alfonso VIII. Conforme a la Ley de usos y
costumbres, el vencedor tiene derecho a atropellar al derrotado,
arrancándole literalmente cuantas posesiones pueda transportar, y estos incluye
la toma de vienes y tributos de orden no
mesurable. Pero Alfonso VIII no está dispuesto, según obra en De Rebus Hispaniae, “ a conceder usos, o con
su silencio dar prebendas, que puedan resultar más dolosas en exceso de lo que
la derrota honrosa lleve de por sí aparejada.”
En consecuencia, se prohíbe de facto el pillaje arreciado sobre los conquistados. Semejante
uso, desconcierta primero, y ofende después a los tramontanos los cuales, por
más que JIMÉNEZ DE RADA los sermonea, abandonan el operativo el 12 de julio,
después de tomar, y no poder saquear El Ferraz. Sólo quedan, como componente
extranjero, los paladines fieles al Marques de Dôrc, francés unido por lazos familiares al monarca castellano.
Será entonces, en la madrugada del sábado 14 de julio,
cuando se dé el famoso episodio del pastor y el paso de Las Losas. Estando el ejército formado en Tablas del Rey, los comandantes de campo llegan a la conclusión de
que los árabes se empeñan en plantar batalla al otro lado. Pero cruzar la cota
supone, además de aumentar el cansancio de las ya de por sí agotadas tropas,
exponerlas a un peligro mayor cual puede ser caer en una gran emboscada
imposible de resarcir por falta de formación.
Será entonces cuando, de manera casi santa, algunos dicen que es un ángel, un gañán de pastores de una majada cercana, revela a los capitanes un
paso, el de La Losa, que permite en formación muy estrecha, eso sí, flanquear a
las tropas de al-Nassir.
Es así que el sábado 14 de julio, el Mirammamolín se encuentra burlado, y con los cristianos en
formación en un lugar que no responde al que sus avanzados le habían transmitido.
Pero las disensiones no se desatan. Algunas son las
escaramuzas, pero para la batalla habrá que esperar en tanto que los mandos han
decidido esperar al lunes 17. Consideran oportuno dar descanso a las huestes.
La formación de ambos ejércitos debía constituir un
espectáculo de por sí impresionante. La Península habría de retroceder mucho
para recordar semejante contingente de hombres en tamaño espacio. Si bien en
número estaban equilibrados, ninguno de los dos ejércitos superaba los quince
mil hombres, la ventaja de la caballería venida de África resultaba insultante
(de hecho, nadie había sido capaz de infringirle derrota alguna en batalla
campal).
Además, la ventaja estratégica estaba a su favor, al tener
ganada la parte elevada del terreno donde se iban a desencadenar las hostilidades.
Las milicias desencadenan el primer ataque, pero son
rápidamente diezmadas, sin que las unidades principales almohades hayan de
entrar en combate. Sin embargo, esto da tiempo y espacio a que las concejiles que se desarrollan en apoyo
de Pedro de Navarra, que al final se ha presentado en el campo de batalla por
miedo a la excomunión, tomen el flanco derecho, obligando a que la segunda línea almohade se estrene.
La carga parece igualmente llamada al desastre. Sin embargo,
la retirada en desbandada de las milicias
concejiles trae consigo que la caballería andalusí, ebria ya de triunfo, se
lance de manera inconsciente a la caza de las mismas, rompiendo de manera
imperdonable la formación.
Alfonso VIII, que espera con lo mejorcito del ejército, no
desperdicia la ocasión, y logra hendir con su caballería el espacio vacío que
la caballería enemiga a dejado, con ello parte en dos el ejército almohade,
dejando que las jaurías destruyan a la infantería, mientras su propia
caballería destroza a la de al-Nassir, que no sabe luchar con el enemigo a la
espalda, con la posición asentada.
La Historia concede al Rey Sancho el privilegio de ser el
primero en llegar junto a la tienda de mando, donde se aposta presuntamente
al-Nassir. Para ello han de masacrar a los doscientos guerreros que componen la
guardia pretoriana del Califa. Al
estar encadenados, no pueden huir. Su jefe, sí lo ha hecho.
El resultado de la batalla cambia la Historia. Por primera
vez, ésa es la sensación que un acontecimiento dejará patente incluso entre los
que le son contemporáneos.
El desarrollo de Las Navas de Tolosa puso de manifiesto,
entre otras cosas, las desavenencias existentes entre el ejército, y el
Mirammamolín. Desavenencias que reflejaban el desacuerdo que igualmente el
pueblo como tal, empezaba a experimentar.
Con ello, se abría el camino a que otros reyes, como Jaime I
desde Valencia, comenzaran las maniobras que poco a poco fueron aislando al
reino almohade, condenándolo a su desaparición de los territorios e historia
peninsulares.
En definitiva, hoy hace ochocientos años, la Historia de
Europa comenzó a reescribirse, dando resultado lo que hoy tenemos, aunque no
estoy seguro de que sea lo que nos merecemos.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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