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Primero fueron Las
Navas de Tolosa, y en general todos y cada uno de los episodios militares
que de cierta relevancia tuvieron lugar a lo largo de La
Reconquista. Luego vendrían episodios como los protagonizados
por Los Comuneros, en Castilla o Las Germanías en Valencia. En
definitiva, un largo etcétera que, más allá de la sin parangón belleza estética
e histórica que comparten, tejen entre sí otra si cave más curiosa trama, la de
haber desarrollado los más importantes actos bajo el común denominador del mes de julio.
Cierto es por otro lado que, basta con un somero
conocimiento de la Historia para saber de la más que íntima relación que ha
existido a lo largo de los tiempos entre el verano, y la acción bélica. Desde
el principio de los tiempos, hasta la conformación
de la tropa regular, hecho que no acaece hasta los días de Felipe II y los Tercios de Flandes; la relación entre el
poder, representado por El Rey; la chusma o vasallos, que habían de servirles
acudiendo prestos a su llamamiento cada vez que éste había de formar levas, bien para defender su
territorio, o bien para intentar ampliarlo; y el tiempo climatológico, está más que demostrado.
No es sólo que la específica conformación de la tropa que servía a lo largo de todos
aquellos años comparta características que la convierten en inviable para luchar en invierno, tal
como queda puesto de manifiesto si dedicamos unos segundos a analizar el peso
de su indumentaria, o el que representa a su vez toda su impedimenta. Es que si
apreciamos con detenimiento aspectos tales como la importancia resolutiva con
la que se materializan hechos como el peso de la caballería; sin duda
llegaremos a la conclusión evidente, por otro lado ya compartida en la propia
época, de que resulta virtualmente imposible desenvolverse de cualquier manera,
y mucho menos para la guerra, en cualquier época del año que no sea la asociada
al estío.
Además hay otro hecho que, debidamente atendido, se revela
como de importancia tanta o si cave más, que la de todos los condicionantes
manejados hasta el momento. La especial conformación de la matriz económica agropecuaria que durante años ha sustentado a
Castilla, lo que viene a ser lo mismo que ubicar geográfica, económica y
militarmente a España; se mueve en unos cánones, basados en este caso en el
tipo de cultivos manifestados; que nos llevan a la consideración exclusiva de
que la única época que braceros y
pecheros podían dedicar a la guerra, era precisamente el verano. Y nada de
lo dicho es circunstancial, ni mucho menos carece de importancia en la medida
en que eran precisamente aquéllos que cuidaban y mantenían productivas las tierras, ya fueran éstas del Señor, Rey o
Monasterio; los que corrían prestos a formar en las filas de la batalla.
Y de qué podía servir ganar una batalla fuera, si a la vuelta
era la propia tierra la que estaba yerma.
Y es por eso que, acudiendo a la teoría filogenética de la Historia, parece tener sentido el que el
verano, y más concretamente el mes de julio, tengan y hayan tenido tanta
importancia a la hora de albergar algunos de los acontecimientos más
importantes de la Historia, concretamente de la moderna.
En términos netamente internos, los acontecimientos
acaecidos entre el 17 y el 18 de julio de 1936, vinieron a redefinir para
siempre la Historia de España. Absurdo, por no decir propio de una mente estulta o anodina, sería intentar someter a
análisis, aquí y ahora, los no por transcendentales menos lamentables
acontecimientos que se desarrollaron en aquellas infaustas horas.
Sin embargo, como suele pasar con los acontecimientos
propios de las grandes naciones, resulta
más sencillo intentar comprender las cosas acudiendo a la macroescala, que
perderse en devaneos propios del análisis o de la filantropía.
Y una vez más, la grandeza de
ciertos hechos tan sólo puede estar a la par de de las palabras de los grandes
hombres que las forjaron. Palabras como las expuestas en Ser Español: “español es aquél que vive con la desgracia
de creerse siempre mejor que aquellos que son sus contemporáneos. Es aquél que
encuentra menos dificultad en identificarse con coetáneos que llevan
trescientos años muertos, que en hacerlo con aquellos que viven en la escalera,
a los cuales además desprecia. (…) en cualquier caso, español es sin duda aquél
que puede partirse la cara sin dudarlo para mantener intacta la honra de la
mujer que no conoce, si bien de igual manera no dudará en desoír la llamada
oficial que le exija acuda a defender la integridad de la propia.
Sólo desde la perspectiva
presentada, pueden intentar entenderse acontecimientos como los desarrollados a
lo largo de toda la tarde del 17 de julio de 1936, se habían estado trasladando
subrepticiamente desde el parque de artillería, hasta el edificio de la
Comisión de Límites, armas destinadas inequívocamente a los falangistas, para
su uso en el más que evidente alzamiento que desde la muerte de Calvo Sotelo era según ellos, inevitable por lo imprescindible.
Las autoridades tienen conocimiento
del hecho, cursándose por parte del elemento gubernativo las pertinentes
órdenes de registro y aprensión. Hacia las 15 horas de ese 17 de julio el
Teniente Zaro, encabeza una redada en
el mencionado edificio de la Comisión, en el que se está celebrando una reunión
de los dirigentes locales de la
sublevación destacando entre ellos la presencia del Teniente de la Torre,
elemento de la Legión. En ese momento, los conjurados son conscientes que, de llevarse a cabo el
registro perderán las armas que están preparadas para ser repartidas entre la
población, peligrando de manera definitiva la imprescindible toma de la ciudad,
a la par que el incuestionable riesgo de su propio apresamiento será una total
realidad. De la Torre se escabulle aprovechando la dilación de
tiempo que supone el que las fuerzas policiales cumplimenten la burocracia
previa al registro; llama a la península y pide ayuda. Esta se manifiesta en la
irrupción en escena de un pelotón de la Legión, que encañona y rinde a las
fuerzas leales a Madrid, y al legítimo Gobierno de la II República. La
Guerra Civil no puede sino adelantarse en su comienzo.
Y esta constituye otra de las
grandes miserias de España, la de no
saber si es mejor caer para la historia en mano de una serie de militares
reyezuelos de taifas con aspiraciones de salvadores de la patria, o el hacerlo
en manos de un grupo de descamisados incompetentes que, atribuyéndose favores
que se les quedan grandes, montan como en las fiestas de su pueblo, baile para
tres días, y lo postergan durante tres años, haciendo que la factura la paguen
como siempre otros.
Porque ese es el ingrediente que
termina de aderezar la salsa de esta historia. El ingrediente de la
desvergüenza que “gastan” aquellos que todavía hoy se empeñan en vestir de lagarterana los considerandos
de la historia. Cruel es el país que permite permanecer en sus
fronteras a los herederos de sus tiranos
claman con fervor los herederos de los
Moa y Compañía. Mientras asistimos con el desparpajo del ignorante, y con
la indolencia del niño, a la crucifixión
de jueces que han querido apartar esos centímetros de grava, para comprobar
como el oprobio de la historia sigue exigiendo demasiadas responsabilidades.
Y el tiempo, tal vez
afortunadamente, sigue su curso. Hoy ya necesitamos ayudarnos de los dedos para
contabilizar los años que se cumplen del Glorioso
Alzamiento Nacional (lo siento, no podía acabar esto sin mencionarlo). Y lo
que es más importante, una generación entera ha nacido ajena del todo al
conocimiento del dato del Trivial de quién era el Caudillo.
20 de julio, 1944. Klauss Von Stauffenberg se presenta en El Nido del Águila, refugio de Adolf
Hitler, y deposita un maletín provisto de una importante carga explosiva y de
correspondiente detonador. La intención, perpetrar un Golpe de Estado que tenga la consecuencia inmediata de suprimir el
escalafón existente en Alemania, y la diferida de poner fin a la II
Guerra Mundial.
Si bien la explosión se produce, y
la sala de conferencias en la
que Hitler despachaba en relación entre otras a la necesidad
de crear doce nuevas divisiones militarizadas, lo que
justifica la presencia de todos los altos
jerarcas nazis, como Himmler y el propio Stauffenberg, además de Hitler queda
destruida; la robusta mesa de roble sobre la que se desarrolla la conferencia
salva la vida del Führer, al
desplazarle del foco de la onda expansiva derivada de la impresionante
deflagración.
El procedimiento consecuente había
de ser evidente, decretarse la activación de Walkyria, a saber el
catálogo de operaciones a desarrollarse en pos de lograr salvaguardar el orden,
primero en Berlín, y después en toda Alemania, en el caso de que cualquier
situación no conceptualizada amenazara el orden asumido y materializado por el Régimen Nazi.
En definitiva, un Golpe de Estado
que, de haber encontrado las premisas para asentarse, no sólo hubiera salvado
la vida de más de 10 millones de personas, las que todavía se cobraría el
horror de la guerra hasta mayo de 1945, momento de la caída definitiva del
nazismo, en el Búnker de Berlín.
Si
hacemos correlato de ambos hechos, es por algo que va mucho más allá de las
meras coincidencias cronológicas. Una vez superadas tales coincidencias, lo que
se pone de manifiesto en ambos episodios, es el peligro que reside en la forma
y en el fondo de todos aquellos que se creen no ya dotados de características
que les diferencian de los demás. Sino en el peligro consecuente de comprobar
cómo tales características les llevan a considerar prescindibles a todos aquellos que, o bien no comparten sus objetivos,
o más bien sólo les son útiles como instrumentos de sus “Juegos de Poder”. En
definitiva, la enésima advertencia contra los vicios que predestinan el más
elemental de los fascismos
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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