martes, 3 de enero de 2012

DE CUANDO LA TRADICIÓN NOS RECUERDA QUE EL PRESENTE NO ES MÁS QUE UN NIÑO QUE DESCANSA SOBRE LOS HOMBROS DEL PASADO.


Parece realmente que fue ayer, y sin embargo ya estamos aquí, consumiendo con verdadero ahínco el primer transcurrir de un nuevo año. Y a modo de seña, de faro imperceptible de ese aparente hecho cual es el cambio de calenda, el Concierto de Año Nuevo se posiciona ante nosotros, para brindarnos uno de los más bellos espectáculos de los que en muchas áreas podemos hoy en día disfrutar.

Y es que, La Orquesta Sinfónica de Viena, y el especial elemento que pasa a conformar un motivo especial que se manifiesta en la cantidad de variables a las que realmente afecta el hecho como tal.
Superado desde un primer momento el terreno del acontecimiento estrictamente musical, El Concierto por excelencia, pasa a convertirse en uno de esos grande hitos sociales que embargan el campo de lo aparentemente reservado a la tertulia social, para pasar a convertirse en una de esas citas cuya asistencia bien podría sumergirnos en el terreno de la Historia, más concretamente en una de esas corrientes propias de otra época, en las que la asistencia a los eventos musicales, constituía en sí mismo no ya sólo un hito de distinción, sino abiertamente un punto de obligado cumplimiento si de verdad se quería estar acorde a los tiempos.

Pero más allá de todo eso, el Concierto de Año Nuevo, se convierte, un año más, en el acontecimiento musical por excelencia. Como todo el mundo sabe, acceder a una de las butacas de la Sala Dorada de la MUSIKVEREIN DE VIENA, lugar desde el que se interpreta el Concierto, siempre a cargo de la Orquesta Sinfónica de Viena, es todo un alarde de poder.

Hundiendo sus raíces en la Historia, el Concierto tiene su origen en 1939, concretamente en el 31 de diciembre de ese año, fecha en la que Clemens KRAUSS lleva a cabo la primera dirección.

Desde entonces, hasta hoy, si bien de manera interrumpida, El Concierto se ha convertido en la cita por excelencia no sólo para el público, sino en especial para los Directores de Orquesta ya que, como es sabido, ser elegido para esa dirección, constituye toda una salvedad. Un maravilloso empujón para unos, o el broche de oro a una carrera para otros.


Intentar comprender el Concierto de Año Nuevo, sin entender antes a los Strauss, se convierte no ya en labor compleja, sino en acto épico.
La Familia STRAUUS hunde sus raíces en los primeros años del Siglo XIX, y se prolonga hasta el primer cuarto del Siglo XX. Si bien es Johann Strauss Padre (1804-1849) el fundador de la estirpe, los verdaderos éxitos notorios en Dirección e interpretación, los conseguirá Johann Strauss hijo (1825-1899). Éste último, rivalizará de hecho durante los pocos años en que coincide activamente con su padre, en pos de conseguir la categoría de maestro de la familia.

El éxito de la Familia Strauss radica, principalmente, en el talento con el que desarrollan las variables propias del Romanticismo Tardío, utilizando para ello la elocuencia del Valls. El Vals, un tipo de música cortesana, entendida como chabacana en ciertos ambientes, había estado, hasta que los Strauss la rescataron, considerada como un mero instrumento destinado al divertimento mordaz de los miembros de la Corte de Centroeuropa del XVIII. Poco a poco, va ascendiendo estructuralmente en la cadencia de baile, hasta convertirse a finales del XVIII en el baile que todos conceptualizamos como propio de los Salones Señoriales del Sacro Imperio Romano Germánico, no siendo hasta la Corte de los Luises de Francia que obtendrá definitivamente su prestigio.

La Familia Strauss lleva a cabo el ejercicio final. Con un loable trabajo de recuperación documental por parte del padre, y un ejercicio de marcado talento por parte del hijo, el vals evoluciona hasta su actual concepción, logrando con ello formalizar uno de los acontecimientos más excelsos de la fenomenología musical actual.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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