domingo, 10 de julio de 2011

DIEZ DE JULIO DE 1099, MUERE RODRIGO DÍAZ DE VIVAR, EL CID. EL HOMBRE QUE GANARÁ MUCHAS BATALLAS DESPUES DE MUERTO.

De nuevo, diez de julio. Otra vez, como es lo que tiene aquello de lo periódico de nuestro calendario, hemos de enfrentarnos con nuestros fantasmas, aunque en este caso se correspondan con uno de los más importantes y a la sazón interesantes que la larga Historia de España nos ha proporcionado.

Además, puede que por aquello ya conocido de que la lucha contra un enemigo común bien puede unir a enemigos hasta ese momento irreconciliables; sea por lo que nada ni nadie, se atreva a cuestionar la valía histórica de la figura de Rodrigo DÍAZ DE VIVAR, EL CID. En definitiva, el lograr el hito histórico de recoger bajo su capaz heroicidades de las que se sienten orgullosos las los Españas, bien merece un reconocimiento. Ahora ya sí, sin duda alguna, este hombre es definitivamente capaz de lograr victorias después de muerto.

Nacido el VIVAR, pequeña localidad a escasos diez quilómetros de Burgos, perteneciente a familia nobiliaria, Rodrigo DÍAZ DE VIVAR, encierra en sí mismo muchos de los mejores valores que se suponen hacen al caballero de lanza y espada. Hombre versado, culto; especialmente letrado en leyes, conoce todos y cada uno de los recovecos, sean estos claros u oscuros, tanto del poder en si mismo, como de lo intrincado que resulta llegar a él, y más si cabe mantenerse.

Amigo personal del que estaba destinado a ser Sancho II, asciende a la condición de alférez a los 23 años, después de vencer en duelo personal a aquél que hasta ese momento había ostentado semejante cargo en Navarro. Sus continuas muestras de valor, unidas a su excelente capacidad para el mando, la dirección, y la correcta distribución del poder entre una población, la castellana, poco habituada a la Justicia en las Retribuciones, pronto le llevaron a ostentar el sobre nombre de Mio Sidi, a saber, “Mi Señor”.

Como igualmente suele ocurrir en estos casos, el aumento en la popularidad, conlleva el incremento proporcional en la nómina de enemigos de los que es necesario protegerse. Y en el caso de EL CID, esta, además de numerosa, está poblada de personalidades evidentemente emergentes dentro del continuo de vaivenes que el periodo de Reconquista tiene para con los cargos, las personas, y las injusticias que a menudo sobre estas se tienden.

Así, a la muerte en extrañas circunstancias del REY SANCHO II, es a Rodrigo, en su condición de Alférez a quien le toca personalmente recoger el juramento que ha de emitir ALFONSO VI. En el mismo se otorga que él mismo, a la sazón el nuevo Rey, no ha tenido nada que ver en la muerte de su hermano, anterior Rey. El hecho no tiene parangón, acaece en la Iglesia de SANTA MARÍA DE GADEA, y se convierte en el punto definitivo del declive a todos los efectos de la figura de El Cid.

El nuevo Rey, identifica en la figura de su vasallo, la personalización de todas sus penas. A saber, no es capaz de coordinar operaciones ni estratégicas, ni de campo. No se ha caracterizado nunca por su especial valor en combate, y además carece de cualquier habilidad en el terreno de la Política y la Diplomacia, hecho este que le supone un gravísimo problema en tanto que esas artes, las cuales eran perfectamente dominadas por Rodrigo, son hoy el arma definitivo a la hora de obtener rentas, subvenciones y mesnadas, procedan estas de iguales, o de vasallos. Y las arcas del reino se debilitan, bien por los elevados costes que la ya denominada Santa Cruzada contra el Musulmán, o por los gastos que tiene proteger el reino de los ataques y escarceos que desde León se mandan, en un intento claro de desestabilizar la corona.

Es así como Rodrigo emprende viaje hacia Zaragoza, en el que habrá de ser su primer destierro. Seiscientos de sus mejores hombres le acompañarán, en lo que será el largo episodio de luchas en Levante. Volverá a Burgos hacia el 1087, pero será de nuevo desterrado, pasando a desarrollar su labor al servicio del Rey Al-Cádir, con quien logra entre otros la toma de los territorios de los reyezuelos de Albarracín y Alpuente.

El almorávide Yusuf cruza el estrecho en el año 1089, momento en el que Alfonso VI decide hacer el conocido llamamiento general cristiano, que entre otros afecta al Caballero Rodrigo DÍAZ DE VIVAR. Sin embargo, un aparente mal entendido, predispone nuevamente al Rey contra el que en realidad es su leal vasallo.

En menos de un año, El Cid se hace señor de los reinos de Lérida, Tortosa, Valencia, Denia, así como de los ya citados Albarracín y Alpuente. Su conocimiento de las leyes le conduce, en su condición de Señor de Valencia, a poner en marcha un equilibrado sistema de legislación que le permite por ejemplo, restaurar el cristianismo en la ciudad, a la par que tuvo la visión de renovar la Mezquita a los musulmanes.

Los logros del Cid como administrador y gobernante de su ciudad son envidiados por propios, como puede ser el mismísimo Rey Alfonso VI, como el sobrino de YUSUF, quien se presenta en las puertas de la ciudad con 150.000 hombres, dispuesto enteramente a hacerla suya. No sólo no lo consigue, sino que el triunfo estratégico logrado por El Cid le lleva a aumentar exponencialmente tanto su fama, como las arcas de su reino, regadas en este caso con el ingente botín arrebatado al moro.

Pero las envidias son muchas. Así, cuando él y el Rey de Sevilla son atacados entre otras por huestes de GARCÍA ORDOÑEZ, El Cid se ve obligado a tomar medidas en forma de afrenta contra este, en el Castillo de Cabra. García Ordóñez no lo perdonará, y acabará tomándose su venganza cuando, mediante traiciones e intrigas logre poner definitivamente en su contra a Alfonso VI. Que le desterrará definitivamente en 1088, dando lugar a los hechos magistralmente narrados en el CANTAR DE MÍO CID obra culmen de la Literatura.

Esto, junto a la muerte en Asedio de Consuegra en 1097 de su único hijo varón, Diego, conspiran para provocar su muerte, que tiene lugar en Valencia tal día como hoy, del Año de Gracia de Nuestro Señor de 1099.

Toda la Cristiandad lloró su muerte.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.



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