Nos sorprende la muerte del maestro ABBADO,
precisamente en uno de esos momentos en los que tal vez menos preparados
estemos, si es que alguna vez lo estamos, para la pérdida de aquellos que
pueden ser tenidos en cuenta, de los que de verdad merecen figurar.
Porque la muerte de Claudio ABBADO supone
una pérdida, una pérdida de la que tomamos conciencia poco a poco, en la medida en que lo supone el comprender de
manera rápida, y a la par casi evidente, que efectivamente hemos perdido una verdadera
personalidad. Y, definitivamente, los tiempos que corren son si cabe los
menos adecuados para perder personajes de tamaña valía.
Mas, deducir el por qué ABBADO merecía tal
condición, a la de personalidad me refiero, es algo para lo que sin duda será
imprescindible llevar a cabo una serie de apreciaciones, cuando no de
explicaciones, y es a ello a lo que a continuación nos disponemos.
Nacido en Milán a finales de junio de 1933,
lo complicado de la fecha es óbice sin duda para hacernos una rápida idea de
las consideraciones a las que sin duda hubo de hacer efecto, aunque solo fuera
por cuestiones meramente cronológicas, las cuales sin duda poco a poco, lejos
de mejorar no harían sino netamente complicarse, todo ello dentro de un paisaje
nacional que poco a poco se iba volviendo cada vez más insostenible, todo
ello dentro de un fenómeno, el fascista, que en Italia tal y como es sabido
encontró un rápido y fértil terreno donde desarrollarse.
La más que evidente distancia que tanto en
el terreno conceptual, como por supuesto en el ideológico formaba parte del
indisoluble talento del maestro, poco menos que le obligan a una especie de
exilio, el cual no será reconocido ni por el protagonista, el cual ama
demasiado a su patria como para deteriorarla ni en activa ni en pasiva; pero
será especialmente negado por una Italia, y más concretamente por un modelo
social y de pensamiento, el fascista, que no puede permitirse el lujo de
perder personajes de renombre, en tanto en cuanto las estructuras que el propio
régimen preconiza se ven del todo insuficientes para crear figuras de semejante
talla.
Con todo, se llega a una especie de pacto
de silencio que se substancia en el hecho de silenciar a modo de tabú la
salida de ABBADO del país, disfrazándola de viajes de mejora y
perfeccionamiento musical.
Desde tal perspectiva, el maestro recorre
con gran éxito una ingente cantidad de lugares, siendo en Estados Unidos donde
logra sus mayores éxitos, recogiendo entre otros galardones aquéllos que le
acreditan como ganador del Premio de Dirección Orquestal Serguéi Kusevitsky, en 1958. Pero será en 1965 bajo los esquemas del Festival de
Salzburgo, dirigiendo a la Filarmónica
de Viena, lo que significa decir que bajo el apadrinamiento de Herbert Von
KARAJAN, donde ganará el reconocimiento mundial que lo lanza definitivamente al
estrellato como director orquestal y de ópera.
Será precisamente no tanto a la sombra,
sino más bien en binomio esto es, junto a VON KARAJAN, donde ABBADO encuentre
su sitio natural esto es, el que lo encumbre no solo ante el público, sino
especialmente ante sí mismo; siendo así como consiga, definitivamente, el
respeto de las orquestas.
Convergen en la concepción de lo que
denominamos dirección orquestal, toda una amplia, y más que diversa
profusión de realidades que se alían para dar lugar a una de las disciplinas
más complejas, no solo refiriéndonos a los estrictos parámetros culturales,
sino en general a cualquier parámetro cultural.
Convergen en la dirección orquestal por
ejemplo todos y cada uno de los problemas propios de una disciplina que, por su
corto recorrido, consecuencia propia de la inapelable condición de ser una
disciplina muy joven; ha de ver cómo convergen en torno de sí misma
concepciones a la postre mucho más complicadas por proceder de factores cuyo
origen redunda de manera esencial en el factor de lo subjetivo, lo que
convierte en misión imposible llevar a cabo cualquier intento de discusión
mínimamente sincera.
Pero por encima de todo, lo que hace bueno
o malo, lo que convierte a uno en digno de figurar en los anuarios de la
Música, es la capacidad con la que lidia con el hecho específico e
imprescindible de comprender que aquél músico que se presta a esta disciplina,
y lo hace con la intención de destacar verdaderamente, ha de solventar con nota
el hecho de saber que tiene que hacer sonar música que otros han compuesto. Si
quiere obtener la aprobación del compositor, habrá de ser capaz de entender las
consideraciones subjetivas con las que el autor se mostró a sí mismo en la obra
en cuestión. Peor si quiere que el aburrimiento no haga mella en el público,
habrá de ser capaz así mismo de impregnar la que no lo olvidemos es obra de otro, con toda una suerte
de matices encaminados a lograr modificaciones en principio imperceptibles,
pero que al final nos lleven a considerar que efectivamente, ejecución tras
ejecucion, la obra cambia, eso si, sin dejar de ser la misma.
Y eso requiere, sin lugar a dudas, mucho
conocimiento musical. Conocimiento que luego ha de ser plasmado en una técnica
perfecta, la cual a su vez ha de dar lugar a un ambiente en el que la obra, el
público y el autor, converjan en una especie de éxtasis que en términos
aristotélicos se traduzca en la paradoja de cambiar la materia, sin adulterar la forma. Y cuando penséis
que pese a las dificultades, lo habéis conseguido, añadid si cabe el peor
argumento, el que procede de alcanzar todos estos ingredientes sin
traicionar para ellos las maneras, los motivos, o las quién sabe qué cosas que
llevaron a uno o a otro autor a componer tal o cual obra.
Y ABBADO lo consiguió, tal vez por ello se
ha ido el que fue heredero natural de Herbert Von KARAJAN, y sin duda uno de
los grandes.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.