Retrotraigámonos durante unos instantes hasta el quince de octubre de 1791, e imaginemos a un MÓZART que no sabe hasta qué punto puede o no disfrutar de ese día, el de el estreno en Viena de su ingente obra “
No venimos hoy a analizar la obra y milagros del ingente Mózart. Ni tan siquiera someteremos a debate una más de las estrictamente necesarias de las ya sobradamente analizadas, pautas aparentemente desordenadas de sus conductas. Nos limitaremos respetuosamente, como por otro lado no debería poder ser de otra manera, a poner estas en comparación con las circunstancias contextuales que rodearon todo lo apreciable no ya al estreno de la obra, sino más concretamente a su desarrollo y confección.
Cuando su esposa recibe la correspondencia procedente de su marido, no sabe verdaderamente cómo reaccionar. Se trata sin duda de la correspondencia de un hombre que quiere vivir, mas con la misma certeza encierra aspectos que bien podrían interpretarse como los procedentes de un hombre que parece saber que va a morir.
El año de 1791 está siendo para MÓZART especialmente duro. Más allá de los propios del malestar y de la mala salud, un extraño estado mental está haciendo mella en él de manera definitiva, cambiándolo hasta el punto de que la vitalidad radiante que hasta ese momento ha constituido su principal bagaje, da ahora pie a un comportamiento hosco, despectivo para con el mundo, y cercano a la depresión obsesiva. Semejante situación, alcanza si cabe mayor certeza de problema en la medida en que la característica general de estos genios es la de su sorprendente arraigo a la vida, un arraigo que se materializa en unas inconcebibles ganas de vivir.
Por ello, cuando en 1798, un diario de época recoge el episodio que se dio en llamar “de los cuatrocientos ducados”, pocos fueron los que acertaron a entender la magnitud real de lo acaecido.
Tal y como el propio MÓZART relataría ...aquél extraño hombre volvió a aparecer, negándose una vez más a dar consigna ni de sí mismo, ni de aquél que aparentemente podía mandarle. Al comentarle no sin cierta vergüenza que el plazo anteriormente solicitado de cuatro semanas destinado a finalizar la obra, volvía a necesitar ser prorrogado en tanto que la salud me había impedido trabajar lo suficiente, este comentó que estaba de acuerdo en todos los extremos, añadiendo además que consideraba imprescindible añadir otra bolsa para garantizar el buen fin del proyecto.
Si tenemos en cuenta que el proyecto al que en todo momento se hace mención es nada menos que el “Réquiem”, podemos intuir el grado de trascendencia que el pasaje tiene ya que, ¿acaso hay algo más sugerente que considerar al visitante como un enviado del propio inframundo, si no el propio Diablo, informando a MÖZART de la cercanía de su muerte?
Sea como fuere, dos cosas son ciertas, la primera es que en todo momento el autor dijo estar seguro de la inminencia de su muerte, hecho que recalcaba constantemente diciendo que estaba redactando el Réquiem para él mismo. Lo segundo, es que esa es la única de las obras que al autor dejó sin acabar a lo largo de ese año de
Cuando en 1791 MÓZART se pone con el encargo de su gran amigo, Enmanuel Enchikaneder, encargo sólo aceptado por proceder de otro masón, se encuentra con un libreto inconexo, en el que habrá de desplegar toda su fuerza para lograr un ápice de comprensión. A lo largo del mismo, las elucubraciones de un Semidios TAMINO, le llevan por las procelosas estancias de un bosque misterioso y atemporal, el cual algunos se empeñan en ubicar en EGIPTO, sometido por la subyugante búsqueda de la joven hija de
En mitad de este proceder, la llegada a un lugar en el que se encuentran con los tres templos, EL DE LA BELLEZA, EL DEL SABER Y EL DE LA RAZÓN, les enfrenta a las cuestiones fundamentales de la vida profunda del Ser Humano.
La realidad parece indicar que, las continuas aseveraciones hechas en relación a conceptos tales como el de la verdad oculta, y la necesidad de sufrir para lograr la posesión de esa verdad, no hacen sino ahondar en la condición de Masón de MÓZART.
Con todos estos ingredientes, convendría realmente replantease la necesidad de volver a ver a un MÓZART que, sumido como está en la certeza de la muerte, ha de enfrentarse a lo irreversible de no poder hacer nada al respecto. Así, sin duda una nueva circunstancia se manifestará ante nosotros, permitiéndonos comprender lo inefable de la experiencia que para una mente privilegiada, que por definición ama la vida por encima de todo, supone vivir con la plena y absoluta convicción, y ahora no importa saber la procedencia de esa convicción, según la cual va a morir de manera inminente.
De esta manera, la composición de
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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