Cuando uno se sienta al teclado, con el firme propósito de hablar de alguno de los Clásicos por excelencia, como pueden ser Mózart, Beethoven, o cualquiera de los ingentes clásicos con los que nos “codeamos” en este nuestro rincón, nuestro Contrapunto, lo único a lo que no tiene miedo es a mostrarse demasiado amable en los calificativos. Hablar bien de estos monstruos se convierte en un ejercicio de diligencia en el que uno sabe que cuenta con todo el margen del mundo. Un margen no por amplio, desmerecido.
Sin embargo, cuando uno se pone manos a la obra a la labor de poner por escrito, amparado por supuesto en la humildad, y convencido de la imposibilidad de lo objetivo en la ardua tarea por falta de espacio en las pocas líneas; algunas de las genialidades del Maestro que hoy nos ocupa, se encuentra con las dificultades propias del funambulista al que han retirado la red una vez ha iniciado la travesía por la cuerda floja.
Por eso, llegados a este punto, podemos ya afirmar sin miedo, desde la confianza que da saber que aquellos que todavía sigáis leyendo lo hacéis porque os interesa, que Tomás LUIS DE VICTORIA no es sólo, sin ningún género de dudas el mejor y más grande autor de Polifonía español, sino que este calificativo puede hacerse extensivo a toda Europa, y lo que es lo mismo dada la distribución que del mundo hay en la época, no es locura afirmar que, junto a Palestrina, se convierte en el “inventor” del concepto de música, tal y como hoy la concebimos.
A pesar de ello, o tal vez pronunciado con la misma rotundidad, hemos de afirmar que la figura, obra y vida de este insigne compositor, es sin lugar a dudas una de las más vilipendiadas de la Historia de la Música.
¿Cómo podemos entender que para acceder a su discografía tengamos que acudir a
Una vez más, por nuestras obras nos conocen. A propósito, a día de hoy continúa abierto el debate que desencadenamos hace algunos tres años cuando pusimos en entredicho el hecho de que el retrato que se le atribuye fuera realmente el suyo. Todo parece indicar que se trata de la imagen de uno de sus alumnos.
Mirar la vida y obra de Tomás LUIS DE VICTORIA desde la perspectiva que nos dan estos cuatrocientos años, nos permite, con algunas licencias, descubrir no sólo los misterios de uno de los hombres con más cosas que contar del Siglo XVI abulense. Nos permite realmente sondear en las circunstancias personales y profesionales de un hombre singular, que ya desde el principio parecía estar destinado al misterio. Así, certeza es que ya incluso para fijar su nacimiento ha de existir controversia. Cierto es que viene al mundo en 1548, tal y como se constata de manera irrevocable en los libros de registro de la Catedral de Ávila, donde ingresará como Niño Cantor del Coro. Sin embargo, nada hay en los libros al respecto que nos ayude a esclarecer la duda de si es natural de la propia ciudad de Ávila, o si por el contrario hemos de referir su nacimiento al cercano pueblo de Sanchidrián, como algunos refieren al respecto.
Sea como fuere a los diez años ingresa en el mencionado Coro de la Catedral, donde pronto pone de manifiesto condiciones especiales para la Música en sus acepciones diversas. Este hecho resulta definitivo en su vida, ya que en 1567 es enviado a la Roma jesuita, para completar su formación. Allí es muy probable que conozca a Palestrina, a saber uno de los incipientes responsables de la superación del Canto Gregoriano a manos de
En cualquier caso, la influencia conceptual es indiscutible. Tomás abraza la polifonía, y su herramienta fundamental, el Contrapunto, con la pasión propia del que sabe ha encontrado lo definitivo. Con estos elementos, pronto construirá un sólido edificio en el que, al contrario que el caso de su maestro, ni el exceso de repertorio (compone realmente poco), ni la aparición de complementos paganos, (tan sólo compone Música Sacra), acabará rápidamente por consolidarle rápidamente, incluso en su época como uno de los más afamados, conocido y documentado aparece por ejemplo el hecho de la venta hacia 1600 de un libro de motetes del que se lanzaron unos cien ejemplares, obteniendo con ello la suma aproximada de algunos dos mil quinientos ducados.
Mas todo esto carece de sentido en la medida en que su pasión por Dios, reverenciada para siempre a partir de su ascenso a Sacerdote, precisamente un 28 de agosto, de 1575, le promueve de manera definitiva hacia la composición exclusivamente Sacra, hecho este del que no podrá moverle ni su ascenso a Maestro de Capilla, sustituyendo al propio Palestrina.
Y en medio de todo esto, Europa, el Renacimiento. Los movimientos Reformistas, y la Contrarreforma romana, y filipina. El pensamiento ilustrado ha hecho mella en el absolutismo conceptual religioso de la Europa del XVI. Monarcas como el propio Felipe II ven en las manifestaciones de Calvino y de Lutero no ya un peligro para la unidad religiosa, sino que aparejado a esta predicen la más que segura destrucción de la unidad de Europa, unidad esta que se encuentra sustentada en el incorruptible poder del dogma católico por un lado, y en el incuestionable poder de la seguridad en las decisiones de un Rey, y de un Imperio, apoyados de manera inalienable en este poder.
El peligro es, además de evidente, demasiado serio como para dejarlo pasar sin ser descabezado. Por ello, el final de siglo queda enmarcado dentro de las deliberaciones del “Concilio de Trento”, del que aparentemente han de salir las instrucciones en base a las cuales rectificar el rumbo de Europa.
Si bien otros insignes personajes de Ávila, como
Y así es como el mejor polifonista de la historia de España, y sin duda uno de sus mejores compositores de todos los tiempos, ayuda con su ejemplo y su obra a cambiar el mundo, en la medida en que cambia al hombre, y su relación con Dios a través de
Luis Jonás VEGAS VELASCO.